03/May/2024
Editoriales

La música de antes se disfrutaba más

Si para quienes nacimos antes de la mitad del siglo XX era divertido escuchar a nuestros ancestros hablar de lo sucedido en los inicios de esa Era, lo ocurrido en nuestro país en las últimas décadas del siglo XIX es una miscelánea de acontecimientos terríficos. Las dos invasiones extranjeras, mas cualquier cantidad de alzamientos, golpes de estado con sus respectivos cambios de presidente, planes subversivos, pandemias y otras lindezas que dejaron al país en ruinas.

Sin embargo, la modernidad se hizo presente en las grandes ciudades mexicanas con la aparición del ferrocarril, el automóvil, el tranvía, la luz eléctrica y al final arribó el Fonógrafo, aparato que se conoció popularmente hasta los albores del Siglo XX. Por el camino de hierro -que conectaba Veracruz con Puebla y la Ciudad de México-, moderna vía de comunicación inaugurada por el presidente Lerdo de Tejada en 1873, llegó al país en 1890 un portentoso artefacto que parecía obra de los brujos de Catemaco. Tardó una década en popularizarse -empezando el Siglo XX- y finalmente entró a los hogares mexicanos para ya no salir jamás: el Fonógrafo y sus sucesores el tocadiscos, las consolas musicales, las grabadoras y la moderna cibernética.

Llegó en aquella ocasión un furgón de ferrocarril cargado de cilindros fonográficos pregrabados, aunque algunos llegaron vírgenes. Las crónicas de que: “Un grupo de curiosos rodeaba una máquina parlante: era la novedad del siglo”. Para escuchar un repertorio enorme, era cuestión de adquirir uno y llevárselo a casa. La gente lo oía por una bocina en forma de trompeta, elaborada con baquelita, o pegándose al oído el extremo de las tripitas de latex que se conectaban a la máquina, dejándose escuchar los maravillosos sonidos musicales. Esto tenía algo de anormal, una especie de magia o de plano, era invento del diablo, pensaba la plebe. La industria discográfica inició en Estados Unidos -aprovechando el invento de Alva Edison y las adecuaciones de Emile Berliner-, para grabar música desde 1887 en piezas circulares y planas de ebonita, hechas de una goma endurecida, que luego fue sustituida por los discos de pasta de vinilo, y después con materiales más ligeros, hasta llegar al disco compacto y finalmente a los modernos transmisores musicales cibernéticos. Estos sistemas de programación musical por Internet volvieron obsoletos los discos, pero nunca podrán sustituir la voluptuosa escucha de música en un disco de pasta, sea en un Tocadiscos o en las enormes Consolas adornadas con un florero o figuras de cerámica en su lomo, que llenaban la sala con su elegante presencia y a toda la casa con aquella música de entrañables intérpretes. Le voy más a la música antigua.