04/May/2024
Editoriales

Tecnología para encontrar yacimientos de oro y plata

En tiempos coloniales se encuentran dos arrieros que vienen de la Ciudad de México decididos a acampar. 

Uno es conocido como el Maese Pedro y el otro era Martín Rodrigo. 

Llevan todo su capital con ellos, un par de mulas para venderlas en el camino rumbo a Zacatecas pues habían oído de las fabulosas minas.

_¿No es aquél el cerro del Cubilete?

_De los malhechores, en todo caso 

La noche es fría así que juntan ramas secas para prender una lumbre que les de calor.

Ya juntas, las cubren con hojas secas rodeándolas de piedras que sin mucho trabajo desprenden de una lomita.

Golpeando el eslabón contra el pedernal consiguen prender fuego –no sin batallar por el aire- pero con el ajetreo se espanta el sueño y platican hasta altas horas de la noche.

Se cuentan sus historias de vida, su familia que les espera ansiosa a que regresen con dinero constante y sonante, de sus amores, en fin, en un rato terminan identificados el uno con el otro.

De pronto, uno de los dos ve el reflejo de la llama en las rocas colocadas alrededor de la fogata y grita:

_¡Brillan!

_¿Qué?

_¡Las piedras!

Martín Rodrigo pega tremendo salto y recuerda la canción más alegre que se sabe y la canta sin darse cuenta que recordó toda la letra que había olvidado.

Maese Pedro se rompe las uñas sobre las piedras calientes y se quema los labios besándolas.

Estaban en la bocamina de un yacimiento de plata…

Cuento de Galeano, versión libre mía.