Editoriales

¿Para qué sirve la historia?

La historia es la historia del hombre. Inicia cuando éste comienza a razonar, a relacionar lo que pasó antes con lo que sucede en el presente. La historia tiene que ver con el ejercicio de la razón para entender la vida y su forma de modificarla. Descartes es, desde mi opinión, no sólo es el padre de la filosofía moderna, sino también el primer historiador moderno cuando establece que el hombre puede no sólo pensar, sino pensar acerca de su propio pensamiento.

Y luego llega su paisano francés Voltaire para afirmar que “Los hechos y las fechas son el esqueleto de la historia; las costumbres, las ideas y los intereses son la carne y la vida de la misma”. Esto es, si Descartes define el papel del hombre que escribe la historia y Voltaire dice que los hechos y fechas son el sustento de la historia, infiero que el historiador tiene la obligación de saber –o tener a la mano documentos- lo que está describiendo a la hora de redactar la historia con datos duros, pues de lo contrario es sólo un escribidor inconsciente o un novelista. Debe ir a la vanguardia de los movimientos progresistas e ilustrados de su época. Porque se ha dicho que la historia la escriben los vencedores, pero poco se comenta que siempre hay alguien que postula tesis diversas o hace lecturas diferentes de los mismos hechos históricos. Por ejemplo, cuando Gutenberg inventó la imprenta, no pasó mucho tiempo sin que se criticara que ese invento sirvió para difundir opiniones equívocas y así por el estilo, toda acción provoca una reacción.

Las guerras tienen siempre dos versiones diferentes, la que escriben los vencedores –ciertamente la más conocida- pero la otra es la historia de los vencidos. No resisto la tentación de referirme a Galeano, quien dice con su genial sarcasmo que muchos comensales creen que a las langostas les encanta ser fritas vivas en mantequilla. Si alguna de ellas sobreviviera y pudiese historiar (esto lo digo yo), historiaría el brutal martirio al que son sometidas tan sólo para que el chef del restaurante pueda cobrar más por su “exquisita frescura en la materia prima del platillo”.

Creo que, para saber la historia de determinado evento, debe escribirse y leerse desde varios ángulos, para enterarnos lo que sucedía con el pueblo mientras los héroes luchaban para pasar a la historia. Recordemos que hasta el siglo XVIII la historia era sólo la historia de las élites, y es hasta el XIX cuando los historiadores ingleses comienzan a avanzar a una historia de toda la comunidad nacional y de ahí se extendió ese estilo por el mundo. Pocos historiadores –no los novelistas- hablan de las historias de los mexicanos comunes que vivieron y hubieron de engullirse el trágico decimonono nacional, pues los historiadores describen a detalle cómo eran y cómo actuaban los militares que luchaban por el poder político de México y lo demás no era relevante para ellos.

Y eso sucede en todas las naciones; Samuel Morison, historiador de Harvard, que presidió la American Historical Association en 1950, dijo en aquel momento que ya se debía ignorar la línea histórica marcada por Jefferson-Jackson-Roosevelt, reclamando construir una historia de los Estados Unidos ahora desde un punto de vista sanamente conservador. Por tanto, no me atrevo a decir que la historia nos sirve para saber la verdad, pues casi siempre hay varias verdades y generalmente, encontradas entre sí. Pero la historia sirve para aprender de los errores cometidos, algo que suele llamarse experiencia, y es la mejor escuela que la vida nos puede regalar. Claro, si está bien escrita.