19/Apr/2024
Editoriales

Cuentete. El inversionista

En el Monterrey colonial existía la figura de alcalde ordinario con facultades judiciales que gobernaba al municipio conforme a las Leyes de Indias recopiladas a partir de 1512, y regían en todos los territorios de la corona española.

Entre las facultades de los ayuntamientos estaba la conservación de la paz entre los reineros -antiguo gentilicio de los habitantes desta ciudad- y se prohibía que existieran personas sin oficio conocido, a los que se les llamaba vagos.  

En el siglo XVII cierta vez la policía detuvo a un hombre cuya apariencia y actitud extrañas correspondían a las de un vago, pues no era conocido en la Ciudad.

Fue llevado en calidad de detenido a Las Casas Reales ante el alcalde, quien lo inquirió antes de declararlo culpable o inocente del delito que le acusaba la policía:    

_¿Acaso no sabes que en nuestra Ciudad se prohíbe que haya vagos y malvivientes?

Joseph el detenido, respondió con tranquilidad.

_Mis respetos para usted señor alcalde, pero yo soy un hombre de trabajo, no un vago, y vine a esta Ciudad porque pienso establecerme en ella así que llevo varios días observando a su gente.

_Pero me dicen que estabas en actitud sospechosa, tomando nota de quien sabe qué, sin hablar y eso es grave, no lo voy a permitir. Además tu sombrero casi no deja ver tu rostro, como que huyes de algo y no quieres que te reconozcan.

_Lo que sucede es que no estoy acostumbrado a soles tan picosos y traigo irritada la nariz; sí me cubro del sol, mas no en actitud de desafío a la autoridad.

_Yo debo castigar a los vagos, y podrías ser espía de alguna tribu de indios salvajes que siempre esperan atacar a la Ciudad; así que voy a declararte culpable.  

_Mire señor alcalde, soy inocente y no quiero hacerle daño ni a usted ni a nadie.

_Caramba, vaya que eres osado, cómo me podrías hacer daño, si estás preso y desarmado. Te declararé culpable y enviaré al calabozo.

_Si insiste en castigarme le daré una muestra de mi buena fe, sólo pido que me preste la espada del guardia que le acompaña.

_¿Cómo crees que te voy a dar un arma? Qué insolente solicitud, de plano, eres culpable.

_Mire, señor alcalde, si me presta la espada, le apuntaré al guardia y así usted me podrá condenar por amago a mano armada en contra de la autoridad, y cuando llegue mi primo de su viaje a la Ciudad de México, verá que estoy en el calabozo por una decisión justa de su parte.

_¿Y quien es tu primo, Joseph?

_El gobernador provincial.

En el siguiente ayuntamiento, Joseph fue Regidor y en el ínterin compró muchas tierras productivas en las afueras de la Ciudad.