02/May/2024
Editoriales

Los héroes no se fatigan, se asesinan

 

Ya hemos comentado que en las revoluciones sucede que entre los revolucionarios haya diferencias que se diriman a costa de sus vidas.

  En México, el general Álvaro Obregón fue el brazo armado del jefe de la revolución constitucionalista, Don Venustiano Carranza, y aspiraba a sucederlo en la Presidencia de la República. Sin embargo, Carranza tenía otros planes, pretendiendo dejar el poder en manos de un civil, el ingeniero Ignacio Bonillas -embajador en Estados Unidos-, lo que desde luego, causó un grave problema entre Carranza y todo el grupo Sonora que apoyaba a Obregón.

  Carranza armó, a principios de 1920, un juicio contra Obregón por una supuesta sublevación militar, así que Obregón hubo de presentarse en abril de 1920 ante un juez en Ciudad de México, y como presentía que Carranza planeaba detenerlo, reaccionó de esta forma:       

  El 13 de abril de 1920 salió del hotel en su automóvil con chofer y un amigo, y al ver que lo seguían en otro automóvil y en varias motocicletas, seguramente por órdenes de Carranza, Obregón, que llevaba puesto su sombrero Panamá que usaba en la Capital de la República, viajaba en el asiento de atrás con su amigo.

  Sobre la marcha ordenó al chofer que acelerara para separarse un poco de los cinco motociclistas que alcanzaba a ver por el espejo retrovisor y en una vuelta saltó y se ocultó en unos arbustos, pero previamente le había dado su sombrero a su amigo para que pensaran que él iba ahí aún. Así que sus “custodios” fueron siguiendo al auto por más de media hora, tiempo suficiente para que Obregón escapara rumbo a Iguala disfrazado de ferrocarrilero, y llegando, de inmediato -el 23 de abril- salió a la luz el Plan de Agua Prieta suscrito por Plutarco Elías Calles, llamando a una revuelta contra Venustiano Carranza. Un mes después, el 21 de mayo, en Tlaxcaltongo, Puebla, Carranza fue asesinado mientras dormía en un jacal en su camino rumbo a Veracruz. Desde luego que no se ha comprobado que el crimen haya sido por órdenes de Obregón, pero la leyenda urbana así lo señala.

  

Armando Ayala Anguiano “Madero, Huerta, Carranza, y Obregón” en Vida de los Gobernantes, Tercer tomo, de Calles a Salinas, México, Editorial Contenido, 1996, p. 221