27/Apr/2024
Editoriales

Ante la crisis vial… ¡Merde!

El 19 de diciembre de 2005 escribí y publiqué en el periódico Regio esto:

Cada vez es más lento transitar por nuestras calles. El tráfico vehicular juega con el prestigio e intereses de todos, pues el azar influye en las agendas de los conductores. 

Los congestionamientos viales forman parte del panorama urbano. 

Quienes viven del movimiento de individuos o mercancías, asisten al preludio de su quiebra; no hay margen que soporte retrasos incalculables.

Conducir al filo de las seis de la tarde por la calzada Madero, en el tramo de Colón a Churubusco, es hacerlo a 2.4 Km/hr, pues se ocupan 25 minutos en recorrer ese kilómetro.

Lo mismo sucede en Constitución a la altura del puente López Mateos; para transitar un poco más, se necesitan 20 minutos. En el medio kilómetro de Morones Prieto, entre 21 de Marzo y López Mateos, se ocupan 15 minutos.

Los ejemplos abundan; para transitar tres kilómetros de la avenida M. Barragán, entre Sendero y Almazán, se necesitan 20 minutos.

Y así por el estilo andan Julio A. Roca entre B. Mitre y Rodrigo Gómez, Nogalar, entre Munich y Barragán; Universidad entre Pedro de Alba y Juárez; Diego Díaz de Berlanga entre Las Torres y Los Angeles; Garza Sada -Félix U. Gómez, entre Sendero y Tapia; Nogalar, entre Munich y Barragán, así como Gonzalitos, 5 de Mayo, Morones Prieto, Madero y la mayoría de las avenidas citadinas importantes.

Si esto es una fotografía de nuestra Ciudad hace 17 años, imagine otra en estos días, pues según el Instituto de Control Vehicular en aquel tiempo circulaban en todo el Estado ‘sólo’ un millón 445 mil vehículos, mientras ahora lo hacen 2 millones 672 mil vehículos automotores, es decir un 85 porciento más. 

El crecimiento del parque vehicular no es malo per se, pues implica una economía en ascenso, pero lo grave es que el área de las vialidades, es decir, la superficie de rodamiento para los vehículos casi es la misma, por lo que el efecto se multiplica y esta crisis vial nos afecta a todos, desde el empleado que llega tarde a su trabajo, hasta al servicio de ambulancias que no puede llegar a atender a un herido en accidente o a trasladar a enfermos a algún centro hospitalario. 

Ahora transportarse de Apodaca a Monterrey en las mañanas y regresarse por las tardes - noches, se convirtió en una tarea que linda en lo imposible.

Una de las escasas nuevas obras en este rubro es la Ecovía que ciertamente apoya a un buen número de pasajeros que van hasta García, pero la única línea nueva del Metro en estos 17 años es la continuación de la L2 que comunica hasta el Municipio de Escobedo pasando por Ciudad Universitaria, pero resulta que está clausurada mientras le dan mantenimiento, porque ya estaba a punto de caerse en pedacitos por falta de lo mismo. 

Los transportistas urbanos dicen estar quebrados, y ahora vemos a miles de motociclistas jugándose la vida en las apretadas calles transportando alimentos a casas y oficinas, pues muchos mejor nos quedamos anclados en estos lugares durante las horas pico, mismas que cada vez se amplían más y más.  

En el texto escrito en 2005 mencioné que las autoridades hablaban de la necesidad de cambiar el paradigma que favorece al auto particular hacia la alternativa del transporte colectivo, aunque acusaban un optimismo rampante diciendo que ‘la ciudad siempre se acomodará a las reglas del juego que le marquen sus planificadores y urbanistas’.

Esto significa que el gobierno sí sabe cuál es la solución, pero no sólo no ha favorecido al transporte público, sino todo lo contrario, ahora hay menos unidades de autobuses urbanos en servicio.

Se habla de tres nuevas líneas del Metro, pero hasta hoy no se ha excavado una carretilla de tierra para cimentar las platicadas estructuras de este transporte colectivo.

Traducido al español, la realidad es una bofetada al optimismo que mostraban los funcionarios de 2005 y que continúan al frente de esa importante área gubernamental… así que, de pronto, recordé una vez más al general Pierre Cambronne, a quien la historia francesa consagra por contestar ¡“Merde”! a los vencedores de Napoleón en la batalla de Waterloo, cuando le pedían que se rindiera.