Dice una antigua conseja que, si se quiere conocer a una persona, basta con darle poder. El cambio en ella es -algunas veces- impresionante, pues ya empoderada comienzan a salir sus verdaderas cualidades y defectos. Gente conocida por su honradez, cuando es tocada por el halo divino del poder, o simplemente se le da un puesto público, muchas veces sale su otro yo que no conocíamos, y poco tiene que ver con el concepto de probidad. Hay una leyenda iraquí que ilustra lo dicho involucrando al famoso califa de Bagdad, Harun Al-Raschid, a quien uno de sus seguidores le obsequió unos anteojos mágicos.
Estas gafas permitían identificar a las personas honradas dejando ver sus rostros con nitidez, mientras que, a las deshonestas se les veía borroso, y a los peores ni siquiera se les percibía facciones. Para probarlos, el Califa convocó a la crema y nata de la sociedad de Bagdad con el pretexto de darles a conocer una importante noticia. Una vez que llegaron todos sus invitados, el Califa se puso los lentes antedichos y recorrió con la vista a todos los invitados, viendo con claridad solo el rostro de un joven y humilde sirviente que estaba en segundo término. Como a su lado sentó a quien le había obsequiado los lentes mágicos, Harun Al-Rashid le pidió ayuda para interpretar lo que veía. Cuando lo estaba consultando, Al-Rashid le estaba viendo con claridad su rostro, por lo que dedujo que su respuesta sería verdadera, y le contestó que ese joven sirviente era la única persona honrada entre todos los presentes. Rápidamente concluyó la reunión, y a ese joven honrado le concedió un alto puesto en el Califato, un sitial donde manejara dinero. Pasaron algunos meses y el Califa descubrió que el rostro del joven funcionario a través de los lentes mágicos ya no se veía con claridad.
Al-Rashid, era un hombre preclaro, y dedujo que era casi imposible que una persona ocupara un puesto de alta responsabilidad conservando su honradez. El Califa se encerró en sus aposentos a cavilar sobre este hecho y decidió destruir los lentes mágicos porque temía que no le permitieran confiar en nadie jamás y por tanto, lo condenaran a ser infeliz.
Desde luego que sacó de su gobierno al joven funcionario y ya ni de sirviente lo quiso.
El mensaje de esta parábola coincide con lo que decíamos respecto al cambio de las personas que se encumbran, pues mientras son candidatos muestran un rostro y una vez gobernando aparece otro, el verdadero.
Gobernantes hay que prefieren destruir los lentes mágicos de los gobernados, es decir, desaparecen o desprestigian a las personas o entidades que pueden dar luz acerca de la corrupción que hay en sus gobiernos.