23/Apr/2024
Editoriales

El Penal de Topo Chico. Segunda parte

En la primera parte estudiamos la evolución del sistema punitivo, comenzando por la época colonial, y la del México independiente. Cómo algunos encomenderos abusaban de los presos, sobre todo, con los naturales de la región; y cómo sería de difícil la vida pública, que pocos aceptaban un cargo gubernamental. Vimos ejemplos de fugas de las cárceles, y que las penas máximas en Monterrey se ejecutaban en la Plaza Hidalgo. 

 

Hasta que, en 1857, con La Reforma llegó un cambio de sistema legal inspirado en el pensamiento Aristotélico -Tomista que buscaba la reflexión en el delincuente y su arrepentimiento mediante la reclusión. Se viró hacia un sistema filosófico positivista que pretendía rehabilitar a los delincuentes por la vía del trabajo y la educación para reinsertarlo en la sociedad. 

 

Sin embargo, como se mencionó en la primera parte, esto sólo terminó en un manual de buenas intenciones. Después la administración del presidente Manuel González (1880-1884) encomendó al jurista Antonio Martínez de Castro la elaboración de un Código Penitenciario, documento que nunca vio la luz. 

 

El sistema Croffton que consistía en el aislamiento y el silencio del reo

El gran salto se daría durante el porfiriato. Gracias al jurista Miguel S. Macedo se adoptó de facto, es decir sin respaldo legal, el sistema irlandés de Croffton consistente en la reclusión “unicelular” -un reo por celda- y el silencio. Así se instalaron las cárceles de Lecumberri -el Palacio Negro-; la de Belem; la de Guadalajara; y las colonias penales de Islas Marías, Valle Nacional (Oaxaca) y Quintana Roo. 

 

Estas últimas resultaron ser no sólo terribles castigos por las espantosas condiciones climáticas y sanitarias, sino prósperas factorías de esclavos que producían, en la primera perlas, en la segunda tabaco, y en la tercera, henequén y hule. 

 

Con esa línea política lanzada por Don Porfirio Díaz, algunos estados construyeron sus propias penitenciarías. La mayoría de ellas eran enormes; las principales se establecieron en: Salamanca, Mérida, Saltillo, Chihuahua, y San Luis Potosí que, además de servir a los presos de sus propios estados, recibían a reos del fuero federal. 

 

Los penales, armas políticas del régimen

Sin embargo, los penales fueron utilizados con fines políticos. A los enemigos del régimen se les acusaba de delitos federales de prensa contra terceros, o portación de armas, o cualquier otro delito enviándolos al penal más alejado de su domicilio para quebrantar a sus familias y diluir su presencia como líder político en su localidad.  

 

Los penales eran de diseño moderno, pero sus amplios espacios se parecían a las factorías de trabajo forzado, semi esclavistas. Se les decía penitenciarías por los conceptos de penitencia y reflexión que debían hacer los presos para comprender las consecuencias de sus actos. Díaz mantuvo sistemas de explotación y vejación de reos, que trabajaban en la construcción de obra pública; se les movilizaba a donde faltara mano de obra y, en el mejor de los casos, trabajaban en talleres de talabartería y carpintería. 

 

Los penales, negocios oficiales y fuentes de corrupción

El éxito económico de las colonias penitenciarias llevó a que Porfirio Díaz, otra vez de facto, estableciera el régimen Filadélfico, basado en el silencio y el trabajo, con la diferencia radical de que ahora dejaban de existir las celdas unipersonales y aparecieron la bartolinas o barracas gigantescas, con centenares de hacinados presos. 

 

El cambio de sistema de acomodo incrementó la corrupción. Antes cada reo compraba sus privilegios personales dentro de su celda, pero con el sistema grupal comenzaron a formarse pandillas o grupos dentro de la prisión que extorsionaban a los demás por camas, sarapes, comidas, y turnos para usar los sanitarios. 

 

La Penitenciaría de la Alameda, primera de sistema filadélfico en México

Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León y uno de los favoritos del presidente Díaz inició la construcción de una Penitenciaría estatal, que sería la primera del sistema Filadélfico. Se edificó en un terreno al norte de la Alameda de Monterrey “Porfirio Díaz”, hoy llamada Alameda Mariano Escobedo. 

 

La Penitenciaría sirve de pretexto para disminuir la Alameda

La Alameda original era un cuadrilongo formado por las calles Espinosa, Calzada Progreso (hoy Pino Suárez), Washington y Villagrán. Para la Penitenciaria se tomó el cuadrado de Espinosa, Progreso (hoy Pino Suarez), Aramberri y la Calle de la Alameda (hoy Amado Nervo), aprovechando este movimiento se desincorporaron del dominio público cuatro manzanas adicionales circundadas por Espinosa, la Calle de la Alameda (Amado Nervo), Aramberri y Villagrán.  

 

La Penitenciaría se construyó de 1887 a 1895, pero desde 1890 sustituyó a todas las antiguas prisiones municipales, que conservaron solamente cárceles donde se castigaba a los infractores administrativos. El edificio del “Penal” era cuadrangular de 109 metros por lado con torreones en cada esquina, rodeado por un jardín de 25 M y banquetas de 3 M, dando frente a la Avenida del Progreso -hoy Pino Suárez-. 

 

La Penitenciaría de la Alameda, otra obra de Francisco Beltrán

En su construcción participaron el ilustre ingeniero Francisco Beltrán, como superintendente de operarios el señor Marín Peña, y la mano de obra fue de los mismos presos. El magnífico edificio se terminó totalmente en 1895, y se amplió en 1907 para un segundo piso de oficinas, mientras que sobre la calle Aramberri estaban los juzgados penales. 

 

Francisco I. Madero, el preso más importante

El más famoso de los presos de esta Penitenciaria fue Francisco I Madero, ingresado el 7 de junio de 1910 por “usar palabras sediciosas” en plena campaña electoral contra su oponente el multirrelecto presidente Porfirio Díaz. 

 

El edificio contaba con talleres de talabartería y carpintería, además de comedor y bartolinas donde dormían los reos en común; llegó a alojar a 350 reos, aunque su capacidad máxima era de 400.  

 

Como parte integral del programa del General Reyes para pacificar a Nuevo León, se limpiaron los caminos de salteadores y abigeos del campo; y a la ciudad de vagabundos y malvivientes. Además de como se ha dicho, de reos federales como contrabandistas y enemigos del presidente Diaz. 

 

La Ley Fuga inicia en la Penitenciaría de la Alameda

La Penitenciaría tenía un largo historial de fugas; algunas de presos que trabajan fuera de la prisión en trabajos forzados, es decir, que no se fugaban de la cárcel. Algunos otros sí llegaron a escapar aprovechando fallas en el sistema, o por corrupción, y otro buen número, planeadas para dar muerte a los delincuentes más peligrosos, fingiendo una fuga se les disparaba mientras corrían usando a la Alameda para esta práctica. 

 

La prisión era como muchas de la época; en realidad, un centro de esclavitud, donde no se lograba la regeneración de los delincuentes, pero eso sí, una muestra de poder estatal contra los opositores políticos del régimen porfirista. 

 

Durante las mañanas, grupos de reos eran sacados de la penitenciaria para realizar trabajos públicos, como barrido de las calles, limpieza de ríos y arroyos, cuidado de los jardines y algunas obras públicas. Para distinguirlos se les rapaba la cabeza. 

 

En la Revolución se le dio uso intensivo

En la Revolución Mexicana la Penitenciaría fue utilizada para castigarse unos grupos y otros. El gobernador Salomé Botello -huertista – capturó a muchos partidarios de la revolución; pero cuando los revolucionarios tomaron la Ciudad, muchos huertistas fueron presos. Tras la escisión revolucionaria, los villistas tomaron la Ciudad y apresaron a los carrancistas, pero cuando fue al revés, los villistas ingresaron a la Penitenciaría. Dentro de sus paredes fueron ejecutados partidarios de ambos bandos  

 

Ni la Constitución de 1917 mejoró las condiciones de los presos

En teoría, con la promulgación de la Constitución Federal de 1917, el sistema penitenciario debía mejorar, pues obligaba a los estados y a la Federación a establecer sus propios sistemas penitenciarios para sustituir a las viejas cárceles coloniales y decimonónicas por modernas penitenciarías. Pero en realidad se mantuvo el mismo sistema penitenciario como en tiempos de Díaz, en base de mucho trabajo, poca paga e insalubridad en general. 

 

Como pocas cosas mejoraron en la práctica, en 1929 se promulgó a nivel federal el llamado Código Almaraz, que solamente mejoró la organización interna de los penales a nivel nacional, sin impulsar la regeneración de los presos. Y además, tampoco tuvo eco en las legislaturas de los estados. 

 

En 1931 El Congreso del Estado otorgó recursos para formar una banda de música entre los internos, que a partir de entonces amenizaba los eventos de los penitenciarios. Esto al menos mejoró un poco la vida de los internos. 

 

Aplica el gobernador Cárdenas la Ley Fuga a los autores

del crimen de la Calle Aramberri

También estuvieron presos en la Penitenciaria de la Alameda Gabriel Villarreal, Emeterio González de León y los hermanos Heliodoro y Fernando Montemayor, autores del crimen de la Calle de Aramberri en 1933, hasta que, en una reconstrucción de hechos, fuera de la penitenciaria, trataron de huir y los guardias “tuvieron que disparar”, es decir, les aplicaron la ley fuga. 

 

La ciudad continuó creciendo y convirtiéndose en un centro de turismo y de negocios. Llegó un momento es que la Penitenciaria de la Alameda además de obsoleta, se hallaba en el centro de la ciudad. El crecimiento de la Ciudad y del Estado se tradujo en el incremento de la población penitenciaria, dejando de ser una Penitenciaría moderna y funcional- Además las nuevas filosofías sobre los sistemas penitenciarios exigían la construcción de nuevos centros de readaptación social. 

Continuará…

 

FUENTES 

https://revistas.juridicas.unam.mx/index.php/derecho-comparado/article/view/3589/4324 

http://cienciauanl.uanl.mx/?p=4446 

http://eprints.uanl.mx/18020/ 

https://cd.dgb.uanl.mx/handle/201504211/10150