23/Apr/2024
Editoriales

Anécdotas de la Tía Melchora

Es un hecho que cada pueblo de nuestro querido México tiene un personaje singular, un personaje tí­pico, un personaje de leyenda, que refleja el espí­ritu de sus conciudadanos, y que por sus acciones y por su forma de ser, deja marcada una huella imborrable en las páginas de la historia local.

También el municipio de Los Herreras, Nuevo León, ha tenido este tipo de personajes tí­picos, en cuya vida se refleja la manera de ser de nuestro pueblo. Uno de ellos ha sido doña Melchora Salinas, a quien sus contemporáneos llamaban con cariño "La Tí­a Melchora". En ese lugar nacieron también Eulalio González "El Piporro" y otros personajes.

Por cierto, en estos dí­as –el 20 de noviembre para ser exactos— Los Herreras tuvo una doble celebración: el 106 aniversario de la Revolución Mexicana y el 142 aniversario de la creación del municipio de Los Herreras, conocido anteriormente como Rancho de La Manteca.

Pero sigamos con la Tí­a Melchora. Incluso después de muerta, el espí­ritu, la chispa y el ingenio de este personaje, sigue palpitando en la memoria de quienes la conocieron, y son ellos quienes, a través del tiempo, han hecho llegar hasta nosotros algunas anécdotas que le ocurrieron en su prolongada existencia.

Algo habí­a en la popular dama que denotaba su extraordinario ingenio, tanto en sus palabras, como en sus hechos, que impactaba favorablemente a todos los que tení­an tratos con ella.

Hija de don Diego Salinas y doña Faustina Sánchez, la Tí­a Melchora nació en el actual municipio de Los Herreras, cuando todaví­a era conocido como rancho La Manteca, en el año de 1867. Fue hija mayor de una familia compuesta por once hermanos por lo que se vio obligada a trabajar desde pequeña, a fin de ayudar a sus padres en los quehaceres del hogar y en el mantenimiento y la educación de los menores.

Fueron muchos los detalles chuscos, ingeniosos, pintorescos que ocurrieron a la Tí­a Melchora Salinas, personaje de Los Herreras, Nuevo León, a lo largo de sus 88 años de vida.

Cuentan quienes la conocieron que, en una ocasión llegó a la ciudad de Monterrey, con el propósito de retirar determinada cantidad de dinero que habí­a depositado en un banco de la localidad.

El empleado de la ventanilla se puso a dar lectura en voz alta a la cuenta bancaria de doña Melchora Salinas (su nombre de pila), y cuando mencionó el Debe y el Haber, la pintoresca dama exclamó: - ¿Cómo que debe de haber, desdichado, si hace un mes que lo dejé aquí­?

En otra ocasión, un sobrino de la Tí­a Melchora le manifestó su intención de emigrar a los Estados Unidos, como le hací­an muchos hijos de Los Herreras, con la intención de "ganar dólares", y para el viaje pidió prestados unos centavos a nuestro personaje.

Pese a las advertencias de la tí­a, de que no lo iban a admitir los "gí¼eros", el muchacho persistió en sus intenciones, con el argumento de que en el pueblo no habí­a nada que hacer, y finalmente partió.

Sin embargo, al ser sometido a riguroso examen médico en las oficinas de Migración, los norteamericanos no lo aceptaron, por lo que el joven se vio obligado a regresar al pueblo.

Lo primero que hizo fue dirigirse a la casa de la Tí­a Melchora, a quien explicó que no lo habí­an permitido pasar porque no podrí­a trabajar en las pizcas, ya que no tení­a callos en las manos, indicio seguro de que no aguantarí­a el ritmo de los demás trabajadores.

El chispeante ingenio de la Tí­a Melchora se manifestó al decir a su sobrino: - "Les hubieras enseñado las nalgas, hijo. Allí­ sí­ tienes callos por el tiempo que te pasas sentado en las cantinas jugando a la baraja -".

En otra ocasión, un amigo de la Tí­a Melchora –su compadre— le propuso unirse en matrimonio y dejar a su marido. De inmediato le respondió; "Pues a ti si te irí­a muy bien conmigo, pero yo ¿qué gano al cambiar cabrito por cabrito". Claro que la Tí­a hablaba de cabritos de mayor edad.

También es del dominio público en Los Herreras, la anécdota que recuerda que en una ocasión, cuando la tí­a pretendí­a abordar un autobús para dirigirse a Monterrey, el conductor le negó el acceso pues el vehí­culo iba lleno, a lo que ella repuso: - "Pos ora me llevas, aunque sea en la trompa, y sirve de que así­ llego antes que ustedes...".

Por los motivos que ya hemos señalado antes, eran frecuentes los viajes de la Tí­a Melchora a los Estados Unidos. En una de estas ocasiones, al solicitar el permiso correspondiente en las oficinas de Migración, uno de los empleados le preguntó si sabí­a leer y escribir, a lo que ella respondió con su simpatí­a e ingenio natural: "N´ombre, manito ¿Para qué quiero saber leer y escribir, si no voy a poner escuela?

El carácter jovial y alegre de la Tí­a Melchora propiciaba también que en ocasiones fuera objeto de bromas que le jugaban algunos amigos o conocidos. En una de las ocasiones que pasó a Estados Unidos, se encontró allá con algunas amistades que le obsequiaron un reloj despertador, pero le advirtieron a la tí­a que debí­a tener cuidado para que no se lo fueran a recoger los aduanales, una vez que estuviera del lado mexicano.

La tí­a agradeció el obsequio y escondió el reloj entre su ropa sin darse cuenta de que quienes se lo habí­an obsequiado habí­an conectado la alarma, a fin de que sonara aproximadamente a la hora en que ya estuviera en la frontera del lado mexicano.

Efectivamente, al llegar al puesto de revisión aduanal, y en compañí­a de sus amistades, los celadores revisaron el equipaje y preguntaron a la tí­a si no tení­a nada que declarar. Ella contestó negativamente, y en eso estaba cuando la alarma empezó a sonar estrepitosamente.

Iba la Tí­a Melchora a disculparse, y empezó a decir que ella ya iba a enseñar el reloj, cuando sus acompañantes estallaron en una sonora carcajada, por lo que la tí­a cambió su actitud y les soltó una letaní­a de calificativos nada cariñosos, con los más florido de su vocabulario.

Varios personajes que posteriormente llegaron a la Presidencia de la República estuvieron en Los Herreras. Uno de ellos fue Don Venustiano Carranza. Otro Presidente de la República con quien la Tí­a Melchora también tuvo contacto, fue el general Lázaro Cárdenas del Rí­o.

Este, siendo candidato a la Presidencia de la República celebró un mitin de campaña, en el cual se reunieron ciudadanos de varios municipios de la región noreste de Nuevo León.

Tras la celebración del evento, el general Cárdenas se alojó en la posada de la Tí­a Melchora quién, como era su costumbre, se mostró cumplidamente hospitalaria, sin perder por ello sus caracterí­sticas de buen humor, jovialidad y alegrí­a.

Tan buena impresión dejó la Tí­a Melchora en el general Cárdenas, que cuando ya fue Presidente de la República, la invitó a visitarlo en la ciudad de México, invitación a la que la Tí­a Melchora accedió de buen agrado.

Durante su estancia en la ciudad de México, el general Cárdenas hizo un obsequio a la Tí­a Melchora, pero esto fue un secreto entre ellos, ya que nuestro personaje nunca lo reveló.

Anécdotas como éstas hay muchas. La gente de Los Herreras las conoce y las trasmite de generación en generación. Es la Tí­a Melchora un personaje que bien merece todo un libro y nuestra simpatí­a. En nuestra memoria ha quedado su recuerdo. Tuvimos el gusto de conocerla. Ella ya estaba al final de su existencia. Nosotros disfrutábamos de la niñez. No cabe duda: recordar ese vivir.