28/Apr/2024
Editoriales

El degolladero de Monterrey, un terror urbano

La experiencia del Mercado de la Carne, que estuvo en la actual Plaza Hidalgo, no es el único atentado contra la salud que nuestra Ciudad ha sufrido, pues por largos quince años el Degolladero o Rastro, se ubicó a escasos 200 metros al sureste de la actual Plaza Zaragoza, tracto en el que cambió el ambiente y perdió fama de Ciudad limpia.

Esta construcción que se inauguró en el año de 1850 fue un crimen urbano porque, en primer lugar, se escuchaban los bramidos y chillidos de los animales sacrificados, y lo peor es que ya para el segundo mes, el centro de la Ciudad estaba invadido de fétidos olores provocados por el estiércol, las vísceras, sangre y la propia carne, que el viento dominante de oriente a poniente desparramaba por el mero centro de la Ciudad.

La historia del Degolladero inicia cuando el 9 de junio de 1835, la Ciudad le compró a Pedro Ignacio de la Garza García en mil pesos el predio que tenía dos cuartos y tres jacalillos, y entrada por el Callejón de Santa Rita. Al norte colindaba con un solar, propiedad de Francisca y María de los Santos; al oriente con otro de Juan Morales, al poniente con la señora María Ignacia de la Garza (hermana de Pedro), y al sur con el Río Santa Catarina. Más un pedacito de terreno que daba frente al Callejón que bajaba de Santa Rita al río, que medía 103 varas de largo por 25 de ancho, que son 85. 4 metros por 21.25 metros.

Este Degolladero le dio a la Ciudad un aspecto de rancho sucio porque los malos olores contaminaron el barrio, que incluía la Catedral, el Palacio Municipal y la Plaza, que eran los tres sitios más visitados por propios y extraños. La contaminación era tanta que duró más de un año después del cambio autorizado el 21 de diciembre de 1865, porque los desperdicios habían penetrado edificaciones y tierras contiguas, hasta que con el tiempo y no pocos esfuerzos asépticos se disipó.

El Degolladero se cambió muy lejos, al sur del Río Santa Catarina, cerca de la Capilla de La Purísima y la Plaza de Los Arrieros. Desde luego que hoy día, con el tamaño de la Ciudad y los medios de transportación ya es una distancia mínima, pero en aquel momento atemperó el medio ambiente del corazón de Monterrey. 

Esta fue una de las primeras llamadas de atención que la Ciudad recibió para ordenar su desarrollo urbano. Estas experiencias son las que propiciaron la construcción de un marco legislativo que considera no sólo el uso del suelo, sino las densidades de las construcciones, impactos viales, sanitarios, ecológicos y demás ordenanzas que, aunque parezcan muchas, nunca serán demasiadas, pues la vida moderna genera problemas más agudos que los del Degolladero de Monterrey.