Editoriales

Cayetano Garza

 

Hace doce años que se fue Cayetano.

En el fútbol americano muchos recordarán al coach Cayetano Garza, considerado por la mismísima NFL de carrera impecable como entrenador en jefe.

Así lo conocían todos, pero luego descubrían detrás del rudo deportista al hombre sensible, celoso de la historia y con alta dosis de humildad.

Cuando jugaba nunca intentó hacerlo de quarter back o de corredor, vamos, ni siquiera de receptor.

Lo que pocos supimos es que actuaba así por no gustarle el protagonismo, y eso le agradaba a la gente; lo hacía el héroe de sus anécdotas, de su leyenda.

Su posición preferida en todo, era en la línea de scrimage; bloqueando a los contrarios y abriéndole cancha a los corredores estrellas de su equipo.

Porque la vida para él era un partido de fútbol americano. 

“Los que traen la camiseta del mismo color que yo son mis amigos, y los que no, son adversarios” decía el Tigre Mayor.

Una vez quiso ser Rector de la UANL, y se preparó para competir con los grandes; se le atravesaron hordas de pigmeos con sus dardos envenenados; no lo dejaron llegar.

Pero no lo destruyeron, solo le dañaron el corazón.

Y con lo que le quedó, llegó a la Universidad Metropolitana de Monterrey, y en poco tiempo fue considerado como el mejor Rector de los que había tenido esa institución, incluyendo a quien esto escribe.

Armó el equipo de Leones y alcanzó la Medalla al mérito cívico del Gobierno del Estado.

Así era Cayetano; prefería una comida corrida del Mercado Juárez, que un banquete en restaurantes de lujo.

Compraba cualquier cantidad de aparatos y libros antiguos; apreciaba la sobrevivencia con dignidad.

No recuerdo en cual, pero en mi cumpleaños me obsequió una imprentita antigua que conservaré siempre.

Nació con muchos dones, y con un defecto: era buen amigo.

Por sus amigos perdió los pocos partidos que perdió.

Con ellos disfrutó cuando ganaban, y sufrió cuando sufrían.

Por allí escuché el otro día que el alma pesa, así que, si alguien se tomó la molestia de pesar a Cayetano Garza luego de partir, segurito que pesaba la mitad; su espíritu, de tan pesado sigue aquí, con nosotros.