06/May/2024
Editoriales

Paradojas, el idioma

Un funcionario federal tiene que viajar a Tuxla Gutiérrez, Chiapas.

Debía atender asuntos de su responsabilidad laboral, así que llama al delegado estatal de Chiapas.

_Pedro, mañana en el primer vuelo, iré a Tuxtla para que recorramos juntos las comunidades donde tenemos más presencia, quiero que lleves al aeropuerto un coche listo para viajar en él.

El delegado, un oriundo chiapaneco, tarda en reaccionar, lo que desespera al funcionario, que está acostumbrado a respuestas automáticas.

_¿Me escuchas Pedro? ¡contesta!

_Si señor, estoy escuchando.

_¿Hay algún problema? ¿Me escuchaste lo del coche?

_Si señor, allí estará sin falta.

Al funcionario federal le causa extrañeza que su delegado no esté de acuerdo con su visita, pues así interpreta su tardanza al responder.

En punto de las seis horas del día siguiente se presenta en el aeropuerto de la ciudad de México y toma su vuelo tal como lo programó.

Al aterrizar en el aeropuerto de Tuxtla, no está el delegado en el edificio terminal, le llama al celular y no contesta, lo que transforma su extrañeza en molestia.

Lo espera un tiempo prudente, y decide pagar taxi para ir a las oficinas locales de su dependencia, al tiempo que piensa las razones que tendrá Pedro para no querer que su jefe vea las comunidades.

Absorto en su análisis, no advierte en la terminal un inusual movimiento, en su inconciencia supone que estarían esperando a algún político importante y por eso no le dio mayor importancia.

Aborda el taxi y éste no se mueve debido a la algarabía existente.

_¿Qué sucede? Pregunta al chofer cuando se da cuenta del alboroto ¿A quién espera toda esta gente? 

_A nadie Jefe, se trata de uno que se volvió loco, contesta el taxista.

_¿Y quién es ese que se volvió loco? ¿Lo conoces?

_No, sólo sé que le dicen el Pedro y es de Tuxtla. 

_¿Y por qué dices que se volvió loco ese tal Pedro? Pregunta el funcionario federal

_Es que, imagínese, trajo al aeropuerto semejante coche.

_¿Cómo que trajo un coche? Aquí hay muchos.

El taxista lo ve por el espejo extrañado y le dice que él no ve ninguno.

_¿Usted no ve ningún coche? ¿Y este donde voy trepado qué es?

_No Jefe, esto aquí se llama automóvil, yo me refiero a un cochi, a un cerdo, como le dicen ustedes los de fueras.

En ese momento entiende la confusión, se baja y ve a Pedro montando un enorme marrano, que luego entiende que allá la palabra cochi o coche se usa sólo para los cerdos.