El problema básico de los países del Tercer Mundo, como México, es que nos vemos o nos creemos obligados a adoptar el Sistema Capitalista, Liberal, Democrático y con Conciencia Social tal y como se practica ahora en los países del Primer Mundo, sin tomar en cuenta el hecho histórico de que ellos tardaron más de 200 años en irlo forjando, y que durante ese lento proceso las sociedades de esos países se fueron igualando poco a poco en niveles de vida y de educación: Pero aquí se pretende hacerlo funcionar en sociedades todavía muy estratificadas socialmente, lo cual sólo se puede aparentar recurriendo a artimañas que falsean todo el proceso y entronizan la mentira pública como práctica inevitable y "necesaria". La alternativa correcta sería la de reconocer nuestras diferentes condiciones y situaciones, y ello nos llevaría a adoptar versiones más primitivas de ese mismo sistema, para así permitir que aquí vaya evolucionando, conforme nuestra sociedad misma vaya ascendiendo en sus niveles de vida y de educación.
Desde la Consumación de la Independencia en México ha habido una notoria discrepancia entre la bella teoría y la desastrosa práctica política, pues aún en períodos de gran progreso, como lo fue el Porfiriato, de 1876 a 1911, se siguió pretendiendo que seguía en vigor la Constitución Liberal de 1857, cuando en realidad rigió un "Positivismo" autoritario, el cual quizás pudo ir avanzando hacia una democracia limitada a la clase media, si se hubiera optado por la verdad realista y no por la falsa e impracticable teoría.
La Constitución de 1917, que todavía nos rige, cometió el error de "darle" el voto a todos los adultos masculinos, aunque el 95% de ellos eran analfabetos, aunque ya hizo cosas buenas e innovadoras tercermundistas, como fue el declarar a la Nación dueña de todos sus yacimientos petroleros. Así que cuando la Revolución llegó a su "Etapa Constructiva" en 1923, Obregón y Calles decidieron forjar un sistema de gobierno clientelar "a favor" de los campesinos, obreros y sector popular, siempre y cuando ellos aceptaran "encuadrarse" en grandes centrales políticas que manejarían sus votos. Este sistema dio sus mejores frutos en el treintenio de 1940 a 1970, durante el cual la clase media se decuplicó, por grandes crecimientos porcentuales y demográficos, por lo que hubo que cambiar el sistema, para adecuarlo a esta sociedad que ya se había modificado. Esto se dio a partir de 1987, con el inicio de nuestra incipiente democratización.
Ahora nos damos cuenta de que el problema más difícil de desarraigar es el del uso rutinario de la mentira pública, del convencimiento de que "gobernar es mentir", pues eso produce una desconfianza radical entre el Gobierno y el Pueblo, que no nos permite actuar como una nación unida. Esa desconfianza también hace muy difíciles de resolver problemas que tengan que ver con la moralidad pública, es decir con la justicia, con el Estado de Derecho, como son los problemas del crimen organizado y de la corrupción impune.
Afortunadamente el pueblo mexicano ya ha logrado tres avances democráticos que nos permiten atacar de frente la mentira pública: A) La Partición del Poder por funciones y niveles hace imposible la prevalencia de una sola gran mentira, pues enfrenta a unos funcionarios con otros; B) La Libertad de Expresión permite identificar las corruptelas y clamar por su castigo; y C) El Control Ciudadano de la organización y supervisión de las elecciones le está permitiendo al pueblo castigar tanto a los funcionarios infractores como a los partidos que "los cobijan". Así que: ¡ínimo! y avancemos hacia el dominio de la moralidad pública.
Atte.- JVG.- 17-08-16