19/Apr/2024
Editoriales

Cuentete. El hombre del espejo

Héctor se vio en el espejo esa mañana antes de bañarse. Notó que su rostro evidenciaba el cansancio y la cruda, pues se había desvelado y bebido más que de costumbre. Pero estaba muy contento porque había cerrado el negocio que tanto tiempo y esfuerzo le costó. Las condiciones eran súper favorables para sus intereses; el cliente se creyó todo lo que le dijo acerca del maravilloso producto que prevenía el contagio del virus de la terrible pandemia. Nunca le dijo que era curativo, sólo que prevenía el contagio, y para ganar credibilidad ante su cliente lo estuvo trabajando por casi tres largos años abasteciéndolo de buenos productos. Casi no les ganaba nada, e incluso en el último pedido le perdió porque el cliente regateó el flete y terminó pagándolo de su bolsa. Hasta antes de anoche, una y otra vez le había hablado con la verdad, y ahora tenía ya el contrato firmado, pues el cliente le creyó absolutamente todo.   _Usted sabe, don Raúl, que si yo le garantizo que este producto funciona, es que funciona. Los japoneses lo usaron y por ello casi no hubo contagios en ese avanzado país; yo lo conseguí con un contacto con el que siempre he hecho muy buenos negocios. Fuera de Japón, nadie lo tiene, es fórmula secreta.  _Lo creo, Héctor, siempre me has hablado con la verdad y tus productos son bastante buenos. Pero nunca he hecho un pedido de tanto valor, y por eso estoy hasta temblando. _No se presione, don Raúl, si tiene desconfianza no pasa nada, sólo que espero me entienda que se lo venderé a su competencia, pues ya lo importé de Japón, y llega el lunes por vía aérea. Héctor seguía el principio de que una mentira que es casi verdad es la mejor mentira. Así que el confiado don Raúl le dio de anticipo un cheque con muchos ceros, y al entregarle la mercancía le dará otro cheque y un pagaré a sesenta días.    Todo estaba demasiado bien, pero Héctor sentía una opresión ligera en el pecho, y se dio cuenta que no podía verse a los ojos en el espejo. Recordó a su padre que en vida le decía: el veredicto de tu juicio moral lo tiene la persona que te mira en el espejo. Y esa persona será la que te acompañará hasta el final de tu vida; si pasas el examen de la vista de frente con ella, serás un hombre feliz. Pero si al contrario no puedes mirarlo directamente a los ojos porque cometiste una falta grave, eres un fanfarrón o un defraudador. Podrás burlarte de todos, y obtener reconocimientos, pero si no pasas ese examen, la persona del espejo te reprobará y jamás serás feliz.   Héctor intentaba ver los ojos del tipo en el espejo y nunca pudo hasta que las lágrimas rebosaron los diques llamados párpados. Lloró un rato y se aceró al teléfono a llamarle a don Raúl y le dijo: -Don Raúl, cuánto lo siento, la carga no pudo llegar porque la confiscaron en el aeropuerto de Tokio; al rato le daré su cheque de regreso.  Le había mentido para salir del atolladero, pero era una más de las pequeñas mentiras que le había dicho siempre. Regresó al espejo y viendo los ojos del señor que estaba frente a él, le dijo: gracias papá; y se le quitó la opresión del pecho.