04/May/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

Septiembre 23 de 1846: desde temprano podía sentirse la tragedia en Monterrey. En varios frentes se le había dejado el control a los invasores norteamericanos comandados por Zachary Taylor. El defensor Pedro de Ampudia había dado instrucciones a todas las fuerzas mexicanas de replegarse al centro de la ciudad, lo que asustaba y disgustaba a los regiomontanos pues veían pasar por sus casas sólo a soldados norteamericanos. La zona central de Monterrey, alrededor de la Plaza principal, el palacio municipal y Catedral, era el objetivo de los estadounidenses, por lo que en cada cuadra había enfrentamientos de soldados contra soldados y algunos civiles contra invasores. Del cerro del Obispado bajaron los soldados de Worth, mientras que Quitman estaba avanzando con su gente rumbo a la Catedral.

La estrategia de los invasores era horadar las paredes de las casas del actual Barrio Antiguo, para no ser víctimas de los disparos mexicanos. A media mañana se registra que la heroína Josefa Zozaya entró en acción arengando a los mexicanos y abasteciéndolos de municiones, invitándolos a subirse a la azotea de su casa desde donde hubo muchos disparos en contra de los norteamericanos. Worth instruyó a sus tropas que instalaran artillería pesada para bombardear la zona de conflicto, que era el último reducto de los mexicanos. Y esos equipos norteamericanos estuvieron toda la noche disparando por lo que los regiomontanos no durmieron pensando cómo terminarían al final, no quién ganaría, pues estaban convencidos que los mexicanos perderían la batalla. Los muertos y heridos durante las 48 horas anteriores dejaron de doler a los vecinos porque ahora temían por su vida. Esa impresión de los vecinos del centro de la Ciudad no era tan real, pues las bajas entre los dos Ejércitos eran cuantiosas; la estrategia de no enfrentar al invasor en campo abierto daba alguna esperanza de triunfo a los mexicanos, pero se expuso a la población a quedar en medio del fuego cruzado.