Luis Echeverría Álvarez es el presidente de la República más longevo en la historia de México. Actualmente cumplió 98 años de vida, y gobernó de 1970 a 1976, en lo que se considera uno de los sexenios “más largos” que hemos tenido, pues hubo cualquier cantidad de incidentes con diversos segmentos de la sociedad mexicana. Tenía 22 años cuando vino a Nuevo León como secretario particular del general Rodolfo Sánchez Taboada, presidente nacional del PRI, siendo gobernador Arturo B. de la Garza. Su talante era ideal, pues era inteligente, disciplinado, trabajador y discreto. Con esta forma de ser fue escalando peldaño a peldaño rumbo al poder hasta que en 1958 fue cercano colaborador de Gustavo Díaz Ordaz quien, al asumir la presidencia de México, lo nombró secretario de gobernación.
Desde ese sitial participó en los trágicos operativos de 1968 pero de todas formas llegó a la cúspide de la pirámide del poder político, dándole un giro a su personalidad. Ya no era más el funcionario discreto, sino el presidente hiperactivo que buscaba “acelerar el cambio social”, transformando todo lo transformable, iniciando por su vestimenta. Sustituyó al mandatario de corbata por uno en guayabera. Y su esposa, la señora Esther Zuno de Echeverría vestía en eventos públicos trajes típicos de zapoteca, tehuana, purépecha, maya, o Adelita, y esto, desde luego, permeó entre la sociedad mexicana. Luego se convirtió en el presidente que más veces declaraba, cualquier evento habido y por haber era pretexto para decir un largo discurso. Uno de sus muchos lemas era que hablar de los problemas de México era empezar a resolverlos. Quiso ser el adalid de la pobreza en los países latinoamericanos cuando fue a la ONU a proponer la “Carta de los derechos y deberes económicos de los estados” que, obviamente fue rechazada.
Echeverría soñaba con ser el mandamás en esa organización mundial, pero no consiguió que algún país volteara a verlo con esos tamaños. Se vinculó al presidente chileno Salvador Allende cuya ideología y gobierno eran socialistas, consiguiendo que el empresariado mexicano le retirara su apoyo, y Echeverría parecía disfrutar de ese rompimiento. Les llamó “riquillos” en uno de sus informes, mientras ellos le llamaron comunista. Después se echó encima a las clases media y baja con la Ley de Asentamientos Humanos que buscaba regular el crecimiento de las grandes ciudades, pero la gente interpretó que Echeverría quería cercenarle sus casas, para alojar en ellas a una familia de “desposeídos”, pues también entendieron que, para el control de la población, quería esterilizarlos. Realizó repartos agrarios en tierras productivas como las de Valle del Yaqui en Sonora, y finalmente, después de mil peripecias terminó entregando el poder a José López Portillo en 1976. No cabe duda, los mexicanos hemos batallado con algunos presidentes mesiánicos…