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Dudas que prevalecen sobre el ataque terrorista del 11/9/2001: el papel de Arabia Saudita y su encubrimiento por el FBI

 

Antes de perpetrar los ataques terroristas más letales en la historia de Estados Unidos, la mayoría de los secuestradores del 11 de septiembre pasaron meses sin despertar sospechas ni ser detectados en la Florida, tramando secuestrar aviones repletos de pasajeros y dirigirlos como misiles contra edificios emblemáticos.

Se entrenaron en simuladores de vuelo en Miami, pasaron el rato en un bar de ostras en el Young Circle de Hollywood y vivieron en un hotel turístico de la A1A en Deerfield Beach, recorriendo muchos lugares del sur de la Florida.

En los años transcurridos, los investigadores han detallado los movimientos de los extremistas islámicos a través de recibos de venta, contratos de alquiler e innumerables entrevistas con personas que, sin saberlo, se relacionaron con ellos antes de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, en los que murieron casi 3,000 personas en las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York, en el Pentágono de Washington D.C. y en un descampado de Pennsylvania.

Sin embargo, 20 años después, a pesar de las investigaciones aparentemente exhaustivas del Congreso, la Comisión del 11 de septiembre, la Comisión de Revisión del 11 de septiembre y el FBI, siguen existiendo turbios misterios sobre las operaciones de la célula terrorista de Al Qaeda. La primera pieza del rompecabezas está en Sarasota, donde al menos un informe del FBI descubrió que el líder del complot del 11 de septiembre, Mohamed Atta, y otros dos secuestradores visitaron la comunidad cerrada de una familia saudita, que se apresuró a abandonar su casa apenas dos semanas antes de los atentados. La segunda pieza se encuentra al otro lado del país y sugiere que otros dos miembros de la célula en el sur de California podrían haber recibido ayuda de empleados del gobierno de Arabia Saudita, país de origen de 15 de los 19 hombres que murieron en la misión suicida.

Ambos misterios persistentes fueron desvelados más de una década después de los atentados, en gran parte gracias a las batallas informativas y de registros públicos libradas por un reportero de investigación de Fort Lauderdale, Dan Christensen. Su trabajo planteó interrogantes también consideradas por el ex senador Bob Graham, demócrata de Florida, quien acusó al gobierno de Estados Unidos de ocultar información crítica al grupo de investigación conjunta a la que él supervisó durante el primer año después de los atentados.

Las sospechas de Graham y otros han sido alimentadas por la lucha del gobierno para mantener en secreto miles de documentos clasificados durante años y por las declaraciones contradictorias del FBI. En Sarasota, por ejemplo, la presión de Christensen para obtener registros descubrió el informe desclasificado de un agente del FBI compilado en el año posterior a los ataques, en el que se afirmaba que había “muchas conexiones” entre los secuestradores y la familia saudita. El FBI, en los informes del Congreso y de la Comisión del 11 de septiembre, insistiría posteriormente en que no había ninguna.

Algunas preguntas son un trabajo detectivesco básico: ¿Los investigadores desentrañaron todo el complot o algunos otros confabulados evadieron la justicia? Pero las más importantes son complicadas y pudieran tener profundas implicaciones políticas. ¿Existe alguna pista aún clasificada en Sarasota o en el sur de California que pudiera apuntar a un apoyo a los atacantes por parte de poderosas fuerzas de Arabia Saudita, un país aliado fundamental de Estados Unidos en Oriente Medio con vastas reservas de petróleo e inversiones en Estados Unidos?

“Esto fue hace 20 años y los acontecimientos siguen estando con nosotros hoy”, dijo Christensen, editor del Florida Bulldog, un sitio de noticias en línea que reveló por primera vez los posibles vínculos de Sarasota y el sur de California. El Miami Herald también publicó su historia inicial de 2011 sobre la familia de Sarasota y más de una docena adicionales sobre la investigación del 11 de septiembre a lo largo de los años. “Hay mucho más. Todos nosotros queremos saber qué pasó. El FBI nos lo está ocultando, y no creo que tengan autoridad para hacerlo”.

También hay un importante grupo de personas profundamente interesadas en obtener respuestas. En un tribunal federal de Nueva York, miles de familiares de las víctimas del 11 de septiembre siguen presionando en una demanda civil de larga duración contra el gobierno saudita, la familia real y sus bancos y organizaciones benéficas afiliadas. Durante años, los familiares del 11 de septiembre se vieron obstaculizados por una ley de inmunidad soberana de Estados Unidos que protege al gobierno saudita, un aliado tradicional de Estados Unidos que, según argumentan las familias en los expedientes judiciales, proporcionó ayuda financiera a algunos de los sospechosos de terrorismo.

Consiguieron una victoria clave en 2016 cuando, a pesar de las objeciones del gobierno de Obama, el Congreso aprobó una ley que daba a las familias el derecho a demandar al gobierno saudita en un tribunal federal.

La semana pasada, el presidente Joe Biden les dio otra victoria potencialmente importante. Biden, que ha recibido presiones de las familias de las víctimas del 11 de septiembre para que revele los archivos todavía secretos del FBI y que había hecho una promesa de transparencia durante su campaña, ordenó al Departamento de Justicia que los revisara, desclasificara y publicara en los próximos seis meses.

El gobierno saudita ha negado durante mucho tiempo cualquier conexión con los atentados del 11 de septiembre. Su embajada en Washington, D.C., no respondió a una petición del Herald para que hiciera comentarios, pero un portavoz sí se refirió a los interrogantes a principios de este año.

“Arabia Saudita es y ha sido siempre un aliado cercano y fundamental de Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo”, dijo Fahad Nazer, portavoz de la embajada saudita en Washington, a The New York Times Magazine. “Cualquier sugerencia de que Arabia Saudita ayudó al complot del 11 de septiembre fue rechazada por la comisión del 11 de septiembre en 2004, por el FBI y la CIA en 2005, y por una segunda comisión independiente en 2015”.

La oficina central del FBI en Washington, D.C., también dijo que la agencia “sigue sosteniendo nuestras conclusiones originales [de que no hay conexión con la familia saudita en la investigación de Sarasota] como se informó a la Comisión del 11 de septiembre y a la Investigación Conjunta [del Congreso] sobre las actividades de la Comunidad de Inteligencia antes y después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001”.

La oficina de asuntos públicos del FBI, sin embargo, declinó hacer comentarios sobre las posibles conexiones entre dos de los secuestradores del 11 de septiembre que vivían en San Diego y empleados del gobierno saudita.

Ya en 2004 –mucho antes de que Christensen detallara un registro realizado por el FBI y fuerzas del orden locales en la casa abandonada de Sarasota, del que no se había informado– la Comisión del 11 de septiembre había descartado cualquier vínculo directo con el gobierno saudita, informando que “no parece que ningún gobierno, aparte de los talibanes [en Afganistán], apoyara financieramente a Al Qaeda antes del 11 de septiembre, aunque algunos gobiernos quizá hayan incluido a simpatizantes de Al Qaeda que se hicieron la vista gorda ante las actividades de recaudación de fondos de Al Qaeda”.

“Durante mucho tiempo se ha considerado a Arabia Saudita como la principal fuente de financiación de Al Qaeda, pero no hemos encontrado evidencia de que el gobierno saudita como institución o altos funcionarios sauditas financiaran individualmente a la organización. (Esta conclusión no excluye la posibilidad de que organizaciones benéficas con un importante patrocinio del gobierno saudita hayan desviado fondos a Al Qaeda.)“

Incluso ahora, a pesar de la aparente evidencia circunstancial en las investigaciones de Sarasota y el sur de California, no hay ninguna prueba contundente que contrarreste esas conclusiones. Los cabos sueltos pudieran ser poco. Es posible que los responsables del FBI y del Departamento de Justicia a lo largo de los años se limitaran a proteger su territorio o a defenderse de las críticas externas.

Pero Tom Julin, un abogado de Miami que se especializa en la ley de la Primera Enmienda y representó a Florida Bulldog en sus demandas de registros públicos contra el Departamento de Justicia y el FBI, dijo que las cambiantes historias oficiales y las continuas revelaciones de los documentos federales desclasificados han encendido durante mucho tiempo las interrogantes sobre el papel de los sauditas.

“Lo que ocurrió en Sarasota sigue siendo un misterio”, dijo Julin al Herald. “Hay inconsistencias en lo que el FBI dice públicamente y sus reportes oficiales de investigación”.

Aunque los horribles atentados se produjeron a cientos de kilómetros de distancia, pronto quedó claro que la Florida había sido la principal zona de concentración de los conspiradores, ya que la naturaleza transitoria de su población les proporcionó una cobertura perfecta.

En pocos días, mientras un país conmocionado se preparaba para posibles atentados futuros, los investigadores federales revelaron detalles de los movimientos de los secuestradores del 11 de septiembre pusieron nombres y rostros a los terroristas, apelando al público en busca de pistas. Fue una cacería masiva no solo para acorralar a esta célula sino para descubrir otras.

Lynda Bush era inquilina de un edificio de apartamentos en Hollywood que fue el hogar de los terroristas del 11 de septiembre Mohammed Atta y Marwan al-Shehhi, quienes pilotaron respectivamente el primero y el segundo avión que impactaron contra las Torres Gemelas. La pareja vivió durante un mes en el verano de 2001 en un pequeño segundo piso justo al lado de Young Circle. Mike Stocker SUN SENTINEL

Mohamed Atta, el cabecilla que se convertiría en el sombrío rostro del terrorismo, se entrenó junto con otro terrorista llamado Marwan al-Shehhi, primero en la escuela de vuelo Huffman Aviation de Venice en julio de 2000. Cuatro meses después, practicaron en un simulador de Boeing 727 en una escuela de aviación de Opa-locka.

En la primavera siguiente, Atta y muchos de los integrantes de la célula comenzaron a reunirse en el sur de la Florida, viviendo en lugares como Hollywood, Coral Springs, Deerfield Beach, Delray Beach y Vero Beach. Hasta 14 de los 19 secuestradores pasaron por el sur de la Florida en los meses previos al 11 de septiembre, alojándose a menudo en moteles y modestos apartamentos de alquiler a corto plazo. Algunos incluso obtuvieron licencias de conducir válidas en la Florida.

No despertaron mucha alarma entre quienes los conocieron. Es tristemente célebre que Atta y Al-Shehhi bebieron en Shuckums, un sencillo bar en Harrison Street de Hollywood, tres noches antes de los atentados. Regatearon con el personal por una cuenta de $48, pero finalmente se marcharon. A pesar de su supuestamente estricta fe islámica, los investigadores descubrieron que varios de los secuestradores frecuentaban el club de striptease Pink Pony en Daytona Beach.

Un secuestrador, Ziad Jarrahi, alquiló un apartamento en Lauderdale-by-the-Sea y se inscribió en un gimnasio en Dania Beach. El aturdido propietario de una escuela de vuelo en Venice recordó a Jarrah como un joven despreocupado, estudiante modelo y un “superchico”.

Atta y Al-Shehhi pilotaban los aviones de American Airlines y United Airlines que se estrellaron respectivamente contra las Torres Norte y Sur del World Trade Center, mientras que Jarrah estaba al mando del avión de pasajeros de United Airlines que se estrelló en Pennsylvania.

Después de los atentados, agentes del FBI recorrieron el sur de la Florida, encontrando un rastro de pistas que, en retrospectiva, insinuaban el terror que se avecinaba y las oportunidades perdidas para detener el mortal complot.

Uno de los secuestradores, Saeed al-Ghamdi, fue interrogado exhaustivamente cuando él y otro secuestrador llegaron al Aeropuerto Internacional de Orlando desde Londres en junio de 2001. El motivo: los inspectores observaron que no tenía boleto de regreso y sospecharon que quería quedarse ilegalmente en Estados Unidos. Aun así, se le permitió a Al-Ghamdi entrar en el país.

En otro ejemplo, Jarrah intentó inscribir a un asociado extranjero, Ramzi bin al-Shibh, en la escuela de aviación de Venice. Bin al-Shibh incluso envió el dinero de la colegiatura a la escuela. Pero en tres ocasiones se le denegó el visado para entrar en Estados Unidos. Los investigadores creen que Bin al-Shibh, uno de los principales organizadores de los atentados, habría sido el vigésimo secuestrador si se le hubiera permitido entrar en Estados Unidos. Más tarde fue capturado y aún está a la espera de juicio en el centro de detención estadounidense de Guantánamo, Cuba.

Y quizás lo más inquietante: dos días antes de los atentados terroristas, Al-Shehhi y otro secuestrador se registraron en The Panther Motel de Deerfield Beach. Los objetos que dejaron en la habitación 12: manuales del Boeing 757, mapas de vuelo, un libro de artes marciales y un cúter.

Los investigadores tiraron de muchos hilos en la red de engaños de la Florida. La curiosa salida de esa familia de Sarasota antes de los atentados del 11 de septiembre fue uno de ellos. Pero eso no se haría público hasta una década después, cuando Christensen —informado del misterio por Anthony Summers, coautor de The Eleventh Day: The Full Story of 9/11 and Osama bin Laden— encontró fuentes que esbozaron detalles aparentemente inquietantes.

Abdulazzi al-Hijji y su esposa, Anoud, y algunos niños pequeños vivían en la exclusiva comunidad cerrada de Prestancia, en una casa de tres habitaciones propiedad del padre de Anoud, Esam Ghazzawi, un decorador de interiores y financiero que poseía varias propiedades en Estados Unidos. Su esposa, Deborah, también figuraba como propietaria.

Dos semanas antes de los atentados terroristas, la familia desapareció, se reunió con el padre de Anoud en Virginia y juntos volaron a Arabia Saudita. Al parecer, se marcharon a toda prisa, según un administrador y responsable de seguridad de Prestancia. Tras los atentados, el responsable de seguridad de la propiedad, también asesor de la Policía de Sarasota, tuvo un presentimiento sobre la repentina marcha de la familia. Otro vecino de Prestancia también intuyó algo sospechoso y se puso en contacto con el FBI.

Apenas dos semanas antes de que los secuestradores del 11 de septiembre se lanzaran contra el Pentágono y el World Trade Center, los miembros de una familia saudita desalojaron abruptamente su lujosa casa cerca de Sarasota, dejando un flamante coche en la entrada, un refrigerador lleno de comida, fruta en la encimera y una caja fuerte abierta en el dormitorio principal. The Miami Herald

El responsable de seguridad de Prestancia, junto con un agente antiterrorista, describió lo que la familia dejó atrás: correo sobre la mesa, pañales sucios en uno de los baños, ropa colgada en los armarios, una computadora en el dormitorio principal, una caja fuerte vacía abierta y un refrigerador lleno. Los muebles de lujo estaban en su sitio. Y había juguetes en la piscina, que seguía funcionando. La familia también abandonó tres vehículos, entre ellos un flamante Chrysler PT Cruiser, en el garaje y la entrada.

El agente antiterrorista, quien no reveló su nombre a Bulldog, dijo que los agentes del FBI hicieron descubrimientos inquietantes: Las declaraciones telefónicas y los registros de entrada de Prestancia vinculaban la casa de Escondito Circle con algunos de los secuestradores, incluido Atta, el reputado cabecilla del 11 de septiembre.

Atta y otros dos secuestradores habían vivido en Venice –a solo 10 millas de la casa– durante gran parte del año anterior al 11 de septiembre. Atta y Al-Shehhi habían sido estudiantes en la cercana Huffman Aviation. A una cuadra de distancia, en Florida Flight Training, el cómplice Jarrah también había tomado clases de vuelo. Los tres obtuvieron sus licencias de piloto y pasaron gran parte de su tiempo viajando por el estado.

Los agentes pudieron rastrear sus llamadas basándose en las fechas, horarios y duración de las conversaciones; se remontaban a más de un año y coincidían con los sospechosos conocidos. Los vínculos no eran solo con Atta y los otros dos que tomaron clases de vuelo en Venice, dijo el agente antiterrorista, sino con otros 11 sospechosos de terrorismo, incluido Waleed al-Shehri, uno de los hombres que voló con Atta en el primer avión que impactó contra la Torre Norte del World Trade Center.

Las personas que llegaban en coche tenían que dar su nombre y el domicilio que visitaban. El personal de la puerta a veces pedía la licencia de conducir y anotaba el nombre. Se fotografiaban las matrículas. La información del vehículo y los nombres de Atta y Jarrah coincidía con la de los conductores que entraban en Prestancia de camino a visitar la casa del 4224 de Escondito Circle, informó Bulldog.

El Departamento de Justicia no hizo ningún comentario hasta días después de que el artículo de Christensen se publicara en el Miami Herald. Una declaración del agente a cargo de la oficina de campo del FBI en Tampa dijo que la familia saudita había sido entrevistada y “no se encontró ninguna conexión con el complot del 11 de septiembre”. El comunicado del FBI también decía que la agencia había proporcionado toda la información de la investigación de Sarasota a una investigación conjunta del Congreso.

Eso fue una noticia para Graham, copresidente de la investigación inicial del panel conjunto del Congreso sobre el 11 de septiembre. Hacía tiempo que se quejaba de las evasivas del FBI, el cual, junto con otras agencias de inteligencia, había estado sometido a un intenso escrutinio después de haber pasado por alto las señales de un inminente ataque terrorista.

“Nadie con quien haya hablado de la investigación conjunta dice que hayamos obtenido información sobre esto”, dijo Graham en ese entonces. “Es una total mentira. Es lo mismo que hemos estado recibiendo del FBI durante los últimos 10 años”.

Los propios registros del FBI no tardarían en contradecir esa rotunda desestimación.

En abril de 2013, después de una demanda presentada por Florida Bulldog, el FBI publicó un informe resumido de la investigación de la agencia en Sarasota –incluso con tramos tachados, se hizo eco de la historia inicial de Christensen destacando las conexiones entre la familia saudita y algunos de los secuestradores del 11 de septiembre. Bulldog publicó una continuación.

“La investigación posterior de la familia [nombre tachado] reveló muchas conexiones entre los [nombre tachado] e individuos asociados con los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001”, decía el reporte de un agente del FBI de abril de 2002.

El informe no identificaba a esos individuos, pero describía a dos de ellos como estudiantes inscritos en la escuela de vuelo del cercano aeropuerto de Venice, Huffman Aviation, donde se capacitaron dos de los secuestradores del 11 de septiembre: Atta y Al-Shehhi. La tercera persona fue descrita como viviendo con los estudiantes que asistían a la escuela de vuelo.

Mohamed Atta, el líder del ataque del 11 de septiembre, aparece en esta foto publicada el miércoles 12 de septiembre de 2001, en una fotografía de la División de Vehículos Motorizados del Estado de la Florida. Fue uno de los 14 de los 19 terroristas que pasaron meses en la Florida antes de los secuestros. AP

Sin embargo, dos años más tarde, en 2015, el FBI —en un reporte de 128 páginas de la Comisión de Revisión del 11 de septiembre— volvió a desestimar cualquier vínculo de Sarasota, con el insólito argumento de culpar a un informe “mal redactado” por uno de sus propios agentes del FBI y “totalmente infundado.”

El informe, titulado “El FBI: Protegiendo a la Patria en el siglo XXI”, elaborado con la ayuda del FBI, decía que la conclusión del agente de que existían “muchas conexiones” entre los secuestradores del 11 de septiembre y la familia saudita no estaba confirmada.

“Tras una investigación más profunda, el FBI determinó que las afirmaciones del [resumen del agente] eran incorrectas”, según el informe de la Comisión de Revisión emitido por el ex fiscal general Ed Meese y otras dos personas. “El FBI no encontró ninguna evidencia de contacto entre los secuestradores y la familia [saudita]” después de interrogar a los testigos, incluidos “todos los miembros relevantes de la familia” y “los individuos locales que afirmaban tener, o que el FBI creía que podrían tener, información pertinente”.

No se proporcionaron detalles sobre los miembros de la familia ni se dio una explicación de por qué habían huido.

Esa conclusión nunca satisfizo a Graham, quien no estuvo disponible para hacer comentarios para este artículo.

En su momento, Graham señaló la frágil alianza del gobierno estadounidense con el país de Oriente Medio como un factor subyacente para el secreto. Dijo que estaba “profundamente perturbado” por el tachado por parte del gobierno de George W. Bush del último capítulo de 28 páginas del informe de la investigación conjunta, que se mantuvo en secreto por razones de “seguridad nacional”. Graham, que se retiró del Senado en 2005, había leído la información clasificada tachada.

Cuando se le preguntó si creía que el gobierno saudita o alguno de sus empleados y afiliados apoyó a los secuestradores mientras estaban en Estados Unidos, Graham dijo a 60 Minutes de CBS en abril de 2016: “Sustancialmente”.

Tres meses después de la aparición de Graham en 60 Minutes y bajo la presión de los familiares del 11 de septiembre, el gobierno de Obama desclasificó el capítulo final del informe de la investigación conjunta y el Congreso lo hizo público.

El documento no arrojaba ninguna luz nueva sobre las operaciones de la Florida ni llegaba a una conclusión sobre cualquier complicidad saudita. Pero abrió una vía de investigación más amplia. Mencionaba por nombre a empleados y asociados del gobierno saudita que conocieron a dos secuestradores del 11 de septiembre en las zonas de Los Ángeles y San Diego tras su llegada en el año 2000 y les ayudaron a conseguir apartamentos, abrir cuentas bancarias y conectarse con mezquitas. El documento decía que la información de fuentes del FBI sugería que al menos dos personas que ayudaron a los secuestradores podrían haber sido funcionarios de la inteligencia saudita.

“La información contenida en las 28 páginas refuerza la creencia de que los 19 secuestradores –la mayoría de los cuales hablaban poco inglés, tenían una educación limitada y nunca antes habían visitado Estados Unidos– no actuaron solos para perpetrar el sofisticado complot del 11 de septiembre”, dijo Graham en un comunicado tras su publicación. “Sugiere un fuerte vínculo entre esos terroristas y el Reino de Arabia Saudita, organizaciones benéficas sauditas y otras partes interesadas sauditas. El pueblo estadounidense debería estar preocupado por estos vínculos”.

En ese momento, Christensen, de Bulldog, también estaba profundizando en el ángulo de California. Ya en 2013, había citado a Graham diciendo que el incidente de Sarasota sugería una red de apoyo saudita más amplia para la célula, citando un “esquema común” con lo ocurrido en San Diego con Khalid al-Mihdhar y Nawaf al-Hazmi, dos de los cinco secuestradores sauditas a bordo del avión de American Airlines que se estrelló contra el Pentágono.

Una nota a pie de página en el informe de la Comisión de Revisión del 11 de septiembre despertó su curiosidad sobre cómo los sauditas con vínculos gubernamentales podrían haber ayudado a esos dos hombres en el año anterior a los ataques terroristas. En 2015, Florida Bulldog volvió a demandar al Departamento de Justicia y al FBI.

Al año siguiente, el gobierno de Estados Unidos publicó un informe resumido del FBI de 2012, muy tachado pero aún revelador. En él se indicaba que Fahad al-Thumairy –un imán radical de la mezquita del Rey Fahad, financiada por Arabia Saudita, y un diplomático acreditado en el consulado saudita de Los Ángeles– había prestado ayuda a Al-Hazmi y Al-Mihdhar.

Además, señalaba que la investigación del FBI sobre los atentados terroristas no había terminado años antes y contradecía la conclusión de la Comisión del 11 de septiembre en el sentido que no había “ninguna evidencia” que indicara que Al-Thumairy había ayudado a los dos secuestradores.

En octubre de 2012, fiscales federales y agentes del FBI en la Ciudad de Nueva York estaban estudiando activamente la posibilidad de presentar cargos contra un sospechoso no identificado por proporcionar apoyo material a los secuestradores y por otros delitos. La identidad del sospechoso y muchos detalles de la investigación de Nueva York se ocultaron por razones de seguridad nacional. Pero las partes desclasificadas del reporte indicaban que la investigación de Nueva York se centraba en una aparente red de apoyo estadounidense a Al-Hazmi y Al-Mihdhar.

“Esto nunca ha sido revelado antes y va en contra de todo lo que el FBI ha presentado hasta ahora que ha indicado que el 11 de septiembre es historia”, dijo Graham a Bulldog en 2016. “Es interesante que les haya costado 11 años llegar hasta ahí, y una solicitud de información pública para hacer llegar esta información al público”.

El resumen del FBI de 2012, originalmente clasificado como secreto, fue marcado para “desclasificación el 31-12-2037”. Cuando se publicó a finales de 2016, el informe de cuatro páginas alimentó las esperanzas de los familiares de las víctimas del 11 de septiembre en su demanda que pretende demostrar que el gobierno saudita ayudó a los secuestradores del 11 ;de septiembre.

El resumen del FBI mencionaba a tres “sujetos principales”. El imán, Al-Thumairy, fue descrito como un diplomático saudita que “asignó inmediatamente a una persona para que se ocupara” de Al-Hazmi y Al-Mihdhar cuando llegaron al sur de California en 2000.

Se cree que Omar al-Bayoumi, un segundo sujeto, era un agente saudita que se hizo amigo de Al-Hazmi y Al-Mihdhar. El informe afirmaba que Al-Bayoumi “vivía en San Diego con un visado de estudiante, a pesar de no asistir a clases, y recibía un salario del Reino de Arabia Saudita por tareas que nunca realizó”. Al-Bayoumi había dicho a las autoridades que conoció accidentalmente a los dos secuestradores en un restaurante de Los Ángeles.

La última frase de la sinopsis indicaba que el tercer individuo no identificado estaba muy bien situado: “Hay pruebas de que [tachado]... encargó a Al-Thumairy y Al-Bayoumi que ayudaran a los secuestradores”, incluso sabiendo que estaban aquí para cometer un acto de terrorismo.

Un ex agente, Stephen Moore, que dirigió la investigación del FBI en Los Ángeles sobre los dos sospechosos de ser secuestradores, presentó posteriormente una declaración en el caso de las víctimas del 11 de septiembre en Nueva York. También contradijo los informes anteriores que negaban los vínculos gubernamentales, afirmando que había evidencia clara de que Al-Thumairy y Al-Bayoumi habían ayudado a los dos secuestradores y señalando que –al igual que la familia de Sarasota– ambos habían abandonado Estados Unidos pocas semanas antes de los atentados.

Moore dijo que Al Qaeda no habría enviado a Al-Hazmi y a Al-Mihdhar a Estados Unidos “sin una estructura de apoyo”. Dijo que él creía que Al-Bayoumi era un “agente clandestino” y que Al-Thumairy sabía que los secuestradores “estaban en una compleja misión previamente planificada” que implicaría el uso de aviones. El ex agente concluyó que el personal diplomático y de inteligencia de Arabia Saudita había “proporcionado a sabiendas apoyo material a los [primeros] dos secuestradores del 11de septiembre que entraron en Estados Unidos] y facilitaron el complot del 11 de septiembre”.

Incluso antes de la decisión de Biden de desclasificar más material la semana pasada, la demanda de las víctimas del 11 de septiembre contra el gobierno saudita había cobrado impulso en los últimos años, y un juez federal de Nueva York permitió que siguiera adelante con algunas deposiciones e indagaciones.

A principios de este año, Al-Bayoumi y Al-Thumairy fueron interrogados. También lo fue el tercer sujeto que no fue identificado en el informe resumido del FBI de 2012: Musaed al-Jarrah, un ex funcionario de la embajada saudita en Washington, D.C. Yahoo News informó de que su nombre fue revelado inadvertidamente en un expediente del FBI que sugería que era sospechoso de haber dirigido el apoyo a los secuestradores.

La declaración de Al-Jarrah —quien supervisó el Ministerio de Asuntos Islámicos de la Embajada saudita a finales de los años 90 y principios de los 2000– reveló que los agentes del FBI interrogaron a Al-Jarrah al menos tres veces y le confrontaron con fotos de pornografía infantil encontradas en la computadora de su casa, en un aparente intento de “voltearlo”, informó Yahoo News. La declaración a puerta cerrada del ciudadano saudita fue tomada en junio por los abogados de las familias de las víctimas del 11 de septiembre.

Al-Jarrah rechazó la oferta del FBI de convertirse en testigo colaborador en 2004, según la declaración obtenida en exclusiva por Yahoo News. Sin embargo, las más de 600 páginas de la declaración revelan hasta qué punto el FBI investigó el posible papel de los funcionarios sauditas en los atentados; mucho después de que la Comisión del 11 de septiembre hiciera creer al público que esa delicada cuestión estaba resuelta.

El FBI, preocupado por lo que había pasado por alto antes de los atentados del 11 de septiembre y por lo que podría haber pasado por alto después, siguió investigando la posible conexión del gobierno saudita hasta 2016 en la “Operation Encore”. La evidencia de esa investigación también sigue siendo clasificada.

Aunque la mayoría de los líderes políticos hace tiempo que han pasado página, Graham no era el único que seguía preocupado por el hecho de que el papel de Arabia Saudita no se hubiera examinado del todo.

El ex representante estadounidense Jim Davis, demócrata de la Florida que representó a la zona de Tampa de 1997 a 2007, fue uno de los primeros miembros del Congreso en reunirse con el rey de Arabia Saudita después del 11 de septiembre.

“Tuvimos una conversación muy franca sobre los secuestros”, dijo Davis al Herald. “El rey dijo algo así como: ‘¿Por qué sigues insistiendo en este tema?’ Mi respuesta fue recordarle que muchos de los secuestradores eran sauditas”. La reunión no se canceló, no estalló, pero fue una conversación dolorosamente directa”.

Davis dijo que también se reunió con el secretario de educación de Arabia Saudita para hablar del plan de estudios antioccidental de las escuelas sauditas que, según él, contribuye a radicalizar a los jóvenes sauditas. Posteriormente, presentó y aprobó una resolución en la Cámara de Representantes de Estados Unidos en la que se pedían reformas en el sistema educativo de Arabia Saudita, pero dijo que la resolución se estancó en el Senado de Estados Unidos debido a la presión saudita. Davis también intentó convencer al Departamento del Tesoro y al FBI para que monitorearan de cerca las transacciones financieras de Arabia Saudita que pudieran ser un medio de financiación del terrorismo.

Sigue preocupado por el papel que los sauditas podrían haber desempeñado en los atentados del 11 de septiembre y por los vínculos entre la educación, el sistema financiero y la red terrorista del país.

“Fui al World Trade Center dos semanas después del 11 de septiembre; le debemos a las víctimas el asegurarnos de que no vuelva a ocurrir”, dijo Davis. “Eso es especialmente importante, sobre todo para aquellos que son demasiado jóvenes para recordar lo que pasó. No deberíamos esperar al próximo atentado o tragedia para plantear y responder a estas preguntas

El presidente Joe Biden dio vuelta a la página de uno de los legados del 11 de septiembre de 2001 al poner fin a la guerra en Afganistán, pero todavía tiene que hacer mucho con otro: el centro de detención de Guantánamo.