Editoriales

Filosofía de la cultura, educación, transdisciplinariedad (Hacia una visión ecosófica humanista)

Dr. Sc. Rigoberto Pupo Pupo.

Universidad "José Martí­" de latinoamérica

Este trabajo, además de estar enmarcada en el taller "El conocimiento, la ciencia y la tecnologí­a en el encuentro con la ética y la polí­tica," su contenido tributa a él, o intenta hacerlo mediante el despliegue teórico metodológico del tema "Filosofí­a de la cultura, educación, transdisciplinariedad. (Hacia una visión ecosófica humanista)."

El tema del hombre, la actividad humana y sus varios atributos cualificadores (conocimiento, valor, praxis y comunicación), concretados en la cultura, constituye, en esencia, el objeto de la filosofí­a de la cultura. Un objeto en sí­ mismo integrador y transdisciplinario, en la medida que la cultura abarca toda la producción humana, en su proceso y resultado, y es también medida de ascensión del hombre.

Esto significa que el tema "el conocimiento, la ciencia y la tecnologí­a en el encuentro con la ética y la polí­tica, resulta abstracto y estéril, al margen de un enfoque cultural que una en estrecho haz el conocimiento con los valores, la praxis y la intersubjetividad (comunicación). Pero, ¿Dónde radica la esencia del enfoque cultural?

El enfoque cultural es rico en condicionamientos, mediaciones y determinaciones, porque asume al hombre en relación con la naturaleza y la sociedad como un proceso dialéctico - unitario, donde la naturaleza se humaniza y el hombre se naturaliza, es decir, no hay lugar para las dicotomí­as estériles ni las antí­tesis absolutas, heredadas de la racionalidad moderna y el paradigma en que se expresa.

Marx, como filósofo de la sospecha, en plena modernidad, logra trascenderla, en esta dirección, dicho paradigma, en la medida que su discurso está pivoteado culturalmente. ¿En qué se funda la esencia del discurso cultural de Marx?

Se funda en una concepción compleja que exige "asumir la realidad subjetivamente. Para Marx, "la conciencia no es otra cosa que el ser consciente y el ser de los hombres, un producto de su vida real"[1]. Y la vida real del hombre, resultado de su actividad práctico – espiritual, toma cuerpo en la cultura, y ésta al mismo tiempo, orienta todo su devenir, norma de una forma u otra toda su conducta y actuación, y sirve de parámetro cualificador de la ascensión humana.

Pensar la realidad investigada con "mirada" cultural, posee un valor extraordinario, desde el punto de vista teórico - metodológico y práctico. Garantiza su asunción holí­stico - compleja, libre de reduccionismos epistemológicos y de abstracciones vací­as. En sí­ntesis, es pensar la realidad subjetivamente como alertaba Marx, en las Tesis sobre Feuerbach, en un proceso dialéctico, mediado por la praxis, donde lo ideal y lo material se convierten recí­procamente, en la construcción del conocimiento y la revelación de valores, en un proceso intersubjetivo, fundado en referentes reales, cuyos resultados se incorporan a la cultura.

Esta perspectiva de análisis, es decir, asumir la realidad desde el hombre y su actividad, encarnada en la cultura, posibilita metodológicamente aprehender con sentido cultural y sistémico una racionalidad integradora y un lenguaje epistemológico abierto, capaces de develar categorí­as, conceptos, e interacciones centrales y operativos, sin perder el elan cultural que propicie la totalidad dialéctica compleja de las interacciones: objetivo - subjetivo, parte - todo, causa - efecto, esencia - fenómeno, etc., evitando que "los árboles impidan ver el bosque,"y viceversa. Así­ como abordar en toda su complejidad, categorí­as como: hombre, mundo, actividad, cultura, naturaleza, sociedad, objeto, sujeto, objetividad, subjetividad, conocimiento, valor, praxis, comunicación, identidad, diferencia, etc., que en ocasiones, imbuidos por la herencia de la racionalidad moderna, se han asumido dicotómicamente, en relación de antí­tesis; sin embargo, sobre la base de la comprensión del condicionamiento cultural de todo saber, devienen unidad dialéctica. La epistemologí­a de segundo orden, la filosofí­a marxista de la praxis y la subjetividad humana, el pensamiento complejo, la bioética y otros saberes emergentes de nuestra contemporaneidad, realmente poseen fundamento cultural o han tomado conciencia de su necesidad insoslayable.

Esto ha conducido por ley natural a la búsqueda urgente de los enfoques transdisciplinarios, a veces de modo consciente, y en otros casos inconscientemente. Sencillamente, porque la cultura, en sus varias aristas, religa, en sí­ misma, los distintos atributos cualificadores de la actividad humana y con ello, unifica en lo diverso las varias dimensiones del hombre en su quehacer práctico - espiritual, es decir, las expresiones ontológica, lógica, gnoseológica, valorativa, praxiológica, comunicativa, identitaria, así­ como las disciplinas de carácter lingí¼í­stico, hermenéutico, semiótico, histórico, polí­tico, ético, estético, jurí­dico, cientí­fico, económico, etc. Esto es así­, porque todas estas producciones del devenir humano, son zonas de la cultura, y atributos cualificadores de ella.

En la cultura, las funciones integradora y transdisciplinaria resultan per se, le son inmanentes. Su propio cauce vehicula integralidad, interacción, ví­nculos, y con ello, interdisciplinariedad, multi y transdisciplinariedad para captar con eficacia el sentido cósmico que debe prevalecer para dar respuesta a la era planetaria, afincado en la idea alada, devenida utopí­a imprescindible de raigal humanismo, "que es posible un mundo mejor", como alternativa a la globalización neoliberal, que aniquila el ser esencial humano, mediante el proceso progresivo de alienación de la actividad y actividad de la enajenación y la imposición de modelos culturales extraños de los centros de poder, que traen aparejados el desarraigo y la dependencia. Una alternativa, verdaderamente humana, es decir, cultural, parte de las raí­ces con vocación ecuménica, como bien enseñó José Martí­, en defensa del ser esencial de nuestra América.

Y al mismo tiempo, como su aprehensión de la realidad se fundada en la cultura, el enfoque resulta, por antonomasia, incluyente, y su discurso plural, si hacer dejación del compromiso social.

La integralidad de la cultura y sus infinitas posibilidades heurí­sticas y hermenéuticas, no sólo se reducen al contenido de la actividad humana. Incluye otro momento central, subvalorado por el discurso cientificista, es decir, la dimensión lingí¼í­stica del hombre, que no es sólo objetivación del pensamiento y medio de comunicación. El lenguaje, en su condicionamiento y aprehensión culturales, es fuente inagotable de creación. Tanto el lenguaje directo, expresado en conceptos, juicios y razonamientos, como el tropológico, en sus varias determinaciones figurativas aprehenden la verdad. Esto significa que un enfoque fundado en la cultura, es por antonomasia, incluyente, y su discurso, plural. De lo contrario, resulta imposible superar los reduccionismos y las abstracciones estériles. Una metáfora es tan valiosa como un concepto cientí­fico, y a veces más eficaz, por su carácter suscitador y su posible recepción múltiple. Además, si tenemos en cuenta los asertos de Bachelar, un concepto mirado dialécticamente, posee también elan metafórico, en tanto guarda analogí­a con la realidad que expresa.

Lo mismo ha ocurrido con los géneros literarios, que se han reducido en su generalidad al campo de la literatura, cuando en realidad son expresiones de la cultura y sus modos expresivos por excelencia, aplicables a todas las disciplinas del saber humano. El tratado, la monografí­a, el artí­culo, no son sólo las formas genéricas del discurso cientí­fico. ¿Y el ensayo, la poesí­a y la narrativa? No sin razón se plantea que en nuestro siglo actual, su presencia invadirá los distintos predios de la cultura, pero sin absolutizaciones y reduccionismos, para no caer en la misma trampa de que hemos sido ví­ctimas.

Se está tomando conciencia del valor cultural del ensayo como método. El ensayo como literatura de ideas, es en sí­ mismo, búsqueda y creación. Es un discurso cultural que busca y crea por su pluralidad aprehensiva, que no dispone ni impone, sino propone, y hace uso de todas las formas necesarias del lenguaje en la búsqueda de sentido. Sencillamente, como acertadamente señala Edgar Morin: "pensar una obra como ensayo y camino es iniciar una travesí­a que se despliega en medio de la tensión entre la fijeza y el vértigo. Tensión que, por un lado, permite resistir al fragmento y, por el otro, a su contrario: el sistema filosófico, entendido como totalidad y escritura acabada[2].

Sobre todo, resistir, porque como afirma el sabio Hadj Garum O' rin: «el hombre y su heredero permanecerá pascaliano -atormentado por los dos infinitos -, kantiano -chocando con las antinomias de su espí­ritu y los lí­mites del mundo de los fenómenos-, hegeliano -en perpetuo devenir, en continuas contradicciones, en busca de la totalidad que le huye»[3].

Desde Montaigne, quien utiliza el término ensayo para sus escritos en Burdeos y confesaba no poder definir al ser, sino sólo «pintar su paso», hasta Baudelaire quien señalaba que el ensayo es la mejor forma de expresar para captar el espí­ritu de la época, por equidistar entre la poesí­a y el tratado, el ensayo es también un método. El ensayo, entre la pincelada y el gerundio, no es un camino improvisado o arbitrario, es la estrategia de un obrar abierto que no disimula su propia errancia y, a su vez, no renuncia a captar la fugaz verdad de su experiencia. El ensayo abriga su sentido y su valor en la proximidad de lo viviente, en el carácter genuino «tibio, imperfecto y provisorio» de la vida misma. Es esto lo que le da su forma única y exhibe su modo peculiar, y es también el principio que lo funda[4].

No es posible aferrarse sólo a la verdad epistemológica del pensamiento, pues la buena poesí­a es tan profunda y encauzadora de la verdad como el pensamiento teórico mismo. Por eso creo en la verdad de la poesí­a y en sus conceptos, imágenes y metáforas.¿Por qué no es posible aferrarse sólo a la verdad epistemológica del pensamiento, al margen del sentido cultural?

Soy de los que piensa que tanto la filosofí­a, la ciencia, como la poesí­a son hijas de Sofí­a. No creo que unas expresen pensamiento y la otra, sentimiento. Tampoco que la filosofí­a y la ciencia tengan que expresar su discurso sólo a través de conceptos y categorí­as y la poesí­a, mediante imágenes y metáforas. Todas, como formas aprehensivas humanas, pueden y en realidad lo hacen, operar con las disí­miles formas que la lengua emplea para expresar la realidad.

Esto, por supuesto, no niega sus especificidades, pero no las inhabilita ni las circunscribe a un discurso uní­voco.

Es hora ya de romper con los cánones esencialistas y excluyentes heredados del paradigma que nos impuso la Modernidad. Hay que dejar atrás la simplicidad y el gnoseologismo puro por ineficaces y abstractos. La complejidad de la realidad en sus varias mediaciones nos obliga a reformar el pensamiento y las mentalidades, para abrir nuevos cauces a la subjetividad humana.

La subjetividad humana no es excluyente en la asimilación de la realidad. Conocimiento, valor, praxis y comunicación son sus atributos cualificadores por antonomasia. Entonces, ¿por qué separarlos?. Ciertamente, existe filosofí­a poética y poesí­a filosófica. Pero por ello no dejan de ser filosofí­a ni poesí­a. Sencillamente son modos distintos de aprehender la realidad en relación con el hombre. Modos que se complementan, amplí­an y completan para asumir la realidad con más profundidad y concreción.

El discurso filosófico con elan[5] poético, trabaja con pensamiento alado y sus verdades son más duraderas. El discurso de Martí­ da cuenta de ello. La poesí­a en sí­ misma, cuando expresa su mundo con ansia de humanidad, es al mismo tiempo pensamiento, sentimiento, acción y comunicación.

¿Quién puede negar el vuelo cosmovisivo de la buena poesí­a?

Tanto la filosofí­a, la ciencia, como la poesí­a, con numen cultural, captan la realidad como sistema complejo y abren cauces infinitos de aprehensión humana.

Lo mismo ocurre con la narrativa, con la buena novela. En la radiografí­a cultural carpenteriana de los paisajes de Nuestra América y de sus personajes, la creación aprehende la vida del hombre en sus múltiples mediaciones. Sentimiento y razón compendian una totalidad integral. En lo real maravilloso, no hay dicotomí­a conceptual ni conceptos y metáforas sin vuelo. Lo objetivo y lo subjetivo, mediado por la praxis, se convierten recí­procamente para encarnar en su despliegue una cultura vital que se impone tareas para mejorar[6]. Por eso no es posible separar con lí­mites absolutos la filosofí­a, la ciencia y el arte.

De manera aproximativa y caracterizadora, la filosofí­a, es un saber cosmovisivo que da cuenta del hombre en relación con el Cosmos. La ciencia, saber y actividad cultural humanos que tiene como objetivo la constitución y fundamentación de un cuerpo sistemático de conocimiento y valores. Y el Arte, una forma aprehensiva de la realidad, plena de sensibilidad heurí­stica y sentidos múltiples, tan auténtico, como el pensamiento teórico mismo. Cada uno con sus especificidades, diferencias y semejanzas, pero integrable a un discurso total, si no pierde el condicionamiento cultural en que se encauza, y la razón utópica que señala horizontes.

Por el camino de la cultura, en el futuro habrá una sola ciencia: la ciencia del hombre, tal y como vaticinó Carlos Marx, o la ciencia humana, como la llamó Martí­. No importa que devenga Ecosofí­a, que no se llame ciencia, pues siempre y cuando parta del hombre y la actividad humana, encarnada en la cultura, será un saber integrativo, plural, ecologizado, que no separe conocimiento, valor, praxis y comunicación humana. Y su discurso, todo un cosmos de aprehensiones varias, capaz de "hablar con los colores y ver con las palabras", sin abjurar de la buena lógica que exige todo saber creador.

¿Hay que repensar el saber y sus formas aprehensivas constituidas, en búsqueda de nuevos horizontes para dar respuesta a las exigencias de los nuevos tiempos?

¿Cómo encontrar nuevos cauces teórico – metodológicos, en momentos que claman por grandes ideas, sobre la base de prácticas creadoras que no separen la ciencia de la conciencia, el conocimiento de los valores, el oficio de la misión humana, y la razón de los sentimientos?

¿Es posible realizar estos magnos propósitos sin una reforma del pensamiento y las mentalidades, que asuma conscientemente el condicionamiento cultural del conocimiento y las otras formas de aprehender la realidad en su contexto?

¿Está la educación en condiciones de ser guí­a espiritual de la formación humana? ¿Los paradigmas en que se funda pueden modelar proyectos reales, con í­mpetu cultural, humano, en función de la misión que le corresponde cumplir? ¿Ella misma no está contaminada por el pensamiento único, los reduccionismos de corte positivistas, el autoritarismo en la ciencia y en la docencia, la intolerancia, el determinismo absoluto, los fundamentalismos estériles y otros lastres de la modernidad que han quebrado por su ineficacia heurí­stica, metodológica y práctica?

Se trata de preguntas suscitadoras de muchas aprehensiones, cuya solución consagrarí­a ipso facto a cualquier autor.

No es este mi caso, ni intento realizar una empresa de tal envergadura. Pero como dijo el gran poeta español, Antonio Machado: "caminante no hay camino, se hace camino al andar"... Eso he hecho: un intento de "andar" para hacer camino, o quizás menos: desbrozar veredas para divisar la luz y encontrar sentido...Porque el sólo hecho de buscar sentido, conduce al escenario que construye y revela.

De las tres primeras preguntas, en mi criterio, la tercera deviene "trinchera de ideas", y en ella se fundan - o se intenta fundar – los argumentos que cualifican la esencia de la Filosofí­a de la cultura y su mediación educativa. Cada una, de una forma u otra se dirige culturalmente a la aprehensión de la realidad con razón integradora e incluyente, sobre la base de una premisa de partida y un propósito primario.

Su premisa de partida: El hombre y la actividad humana concretada en la cultura, para deducir genéticamente el sentido cultural, en calidad de cauce integrador aprehensivo de la realidad en su integralidad, y posibilitador de un discurso plural que, sin negar nihilistamente las formas tradicionales, las fertiliza y alumbra con su asunción incluyente.

El propósito primario: Una reforma del pensamiento, capaz de cambiar las mentalidades que dividen y abstraen las infinitas mediaciones y ví­nculos en que deviene el todo complejo y contradictorio. Reforma, que asumida culturalmente exige transformar el saber educativo. La educación como formación humana, como "instrucción del pensamiento... y dirección de los sentimientos", según la concepción de Martí­, deviene cauce central ante la necesidad de dar respuesta a los desafí­os del siglo XXI. Crear hombres con alta sensibilidad, que no den la espalda al drama humano, comprometidos con los destinos de nuestro planeta Tierra, desarrollar una cultura del ser, de resistencia y de lucha, capaz de enfrentar la globalización neoliberal, siendo, como sujeto, es una tarea que la Filosofí­a de la cultura, y su hija espiritual, la educación, no pueden soslayar.

Este glosario de preguntas, por sí­ mismo, da cuenta que estamos abocados a una crisis universal de la educación, que no puede resolverse desde la educación misma. El saber educativo no puede cambiar sin transformaciones profundas en la educación, y ésta resulta infecunda sin una reforma en el pensamiento y en la praxis en que encuentra concreción. Por supuesto, la realidad educativa cubana es otra, como todos conocemos. Pero miramos la realidad con sentido ecuménico.

No se trata en modo alguno de asumir la modernidad desde posiciones nihilistas y hacer de ella y sus conquistas una tábula rasa. Ella misma con todos sus paradigmas y utopí­as, históricamente fue conciencia crí­tica que dio respuestas a su tiempo histórico, en correspondencia con el estado de las ciencias y la práctica social. Pero históricamente las nuevas realidades han exigido rupturas, cambios y transformaciones como expresión de la quiebra de principios que se consideraban invariables. El modelo paradigmático de la modernidad, caracterizado por la simplificación y concretado en los principios de disyunción, reducción, abstracción, el determinismo mecánico y las estériles dicotomí­as, tiene que ceder paso a nuevas perspectivas epistemológicas para aprehender la complejidad de lo real.

Precisamente, la toma de conciencia del condicionamiento cultural del saber en todas sus expresiones, mediaciones y determinaciones, constituye en mi criterio el fundamento primario para la solución del problema que encara nuestro siglo y los por venir. Y es el reto epistemológico más importante a resolver, por la Filosofí­a de la cultura y la educación.

El enfoque cultural, resulta de urgente humanidad. Su revelación y aplicación racional, tal y como lo comprenden Martí­, Edgar Morin, Marinello, Carpentier, Medardo y Cintio Vitier, Armando Hart y otros, exige concebir el hombre como totalidad trascendente y posibilidad latente de excelencia y creación, en unión con la naturaleza y la sociedad.

Una estrategia educativa, con fundamentos culturales, de una forma u otra se encamina a una comprensión profunda del hombre y la sociedad, para desarrollar una conciencia - actitud, capaz de unir el mundo de la vida, el mundo del trabajo y el mundo de la escuela, porque hace de la educación y la cultura una metáfora de la vida, un verdadero proceso de aprehensión del hombre como sujeto complejo que piensa, siente, conoce, valora, actúa y se comunica. Porque para revelar la complejidad del hombre hay que asumirlo con sentido cultural, es decir, en su actividad real y en la praxis en que deviene.

En este sentido, un estudio profundo, desde un pensamiento complejo, ecologizado, sobre el hombre, la actividad humana, la cultura, y su mediación central, la praxis, desde una perspectiva incluyente, sienta las bases para una comprensión profunda del devenir humano, y para asumir en sus diversas mediaciones temas tan importante como identidad, emancipación y nación cubana; tradición, historia y cultura; imagen, metáfora, verdad; y la utopí­a y sus múltiples determinaciones, así­ como valorar en su justo lugar las infinitas formas aprehensivas de que dispone el ser humano, incluyendo la narratividad, la metaforización, la conceptualización y las ví­as poéticas del lenguaje, en su real autenticidad.

No es posible olvidar que toda intelección comprensiva, está precedida por una precomprensión, a manera de plataforma cultural o aval que sirve de premisa para asumir lo nuevo o enriquecer lo constituido.

En fin, urge pensar al hombre y a la subjetividad humana con sentido cultural y complejo, que es al mismo tiempo, pensarlo desde una perspectiva ecosófica[7], desde un saber complejo ecologizado, integrador y cósmico.

Un hombre culto, sensible, con riqueza espiritual, es capaz de aprehender la verdad, la bondad y la belleza en su expresión unitaria. No importa la profesión que ejerza. Está en condiciones de mirar su entorno con ojos humanos, ya sea, ante un teorema matemático, una fórmula quí­mica, una bella flor, una pieza musical, la salida y puesta del Sol, contemplar la Luna y el cielo estrellado y asumir el drama del hombre con compromiso social y ansias de humanidad. En fin, puede crear con arreglo a la belleza, a la bondad y a la verdad. Es tolerante, comunicativo, sencillo y soñador. Puede revelar la realidad compleja en sus matices varios y "dar a mares", siguiendo la ética de Martí­, porque espiritualmente está lleno. Sencillamente, está preparado para el trabajo creador y la vida con sentido.

[1] Ver Tesis sobre Feuerbach de Marx, y La Ideologí­a Alemana (1er. Capí­tulo).

[2] 1. En el primer caso, el ejemplo es Friedrich Nietzsche y en el segundo, el proyecto de un sistema absoluto de G. W F. Hegel.

[3] Manuscrito inédito traducido por Hermes Claverí­a.

[4] Morin, E y otros. Educar en la era planetaria. Gedisa Editorial, Barcelona, 2003, pp. 18 - 19.

[5] "Elan vital. Según Bergson, la conciencia en cuanto penetra en la materia y la organiza realizando en ella el mundo orgánico". (Abbagnano. Dic. Filos. P. 374.)

En mi caso lo empleo como cauce, espí­ritu, sentido integrador esencial...

[6] Podrán notar que en la sí­ntesis de los resultados que se presenta, la parte concerniente a Carpentier, ocupa mayor extensión. Las razones que justifican esta decisión, responde al hecho que es una de mis últimas investigaciones, donde el sentido cultural aprehensivo expresa mayor madurez.

[7] Concebida la Ecosofí­a como saber integrador ecologizado, cuyo objeto es la sabidurí­a para salvar nuestro planeta Tierra, y con él, a la humanidad.