30/Apr/2024
Editoriales

La cirugía plástica de Monterrey

El rostro físico de una Ciudad se compone de un entorno geomórfico y su perfil urbano.  Del primer elemento poco es lo que se puede hacer para mejorarlo, sin embargo, del segundo rasgo, la arquitectura y la ingeniería lo determinan; y en buena medida sus productos definen el avance de la Ciudad y hasta algunas características anímicas de sus pobladores.

Desde la fundación, hasta 1625 Monterrey fue una ciudad fea y bastante modesta. Sus construcciones eran de troncos y zacate, acaso algunos muros de barro crudo. El salto a un nuevo perfil urbano se dio con la llegada del gobernador Martín de Zavala pues empezaron a construirse las primeras viviendas de barro secado al sol con mezcla de paja o pastos, -el adobe- y se inició la construcción moderna de las Casas Reales (actual Museo Metropolitano de Monterrey). 

Para el año de 1700 se empezó a utilizar y se popularizó el sillar en las construcciones, que es una piedra labrada en forma de paralelepípedo rectángulo, que colocada en traslape forma un muro de sillería, que da belleza, resistencia y aislamiento térmico a las construcciones. De sillar se construyeron los primeros grandes edificios como la actual Casa del Campesino o Museo de las Culturas Populares, el Obispado y la Iglesia Catedral de la Ciudad. Desde luego que también se aplicó en las viviendas mejorando el rostro urbano. 

Al llegar la Independencia Monterrey ya tenía rasgos agradables; según el explorador Alejandro de Humboldt, esta era la Ciudad más bella del norte del virreinato y así la sorprendió la vida independiente, perfilándose un nuevo paisaje urbano al construirse edificios públicos hermosos como la Basílica del Roble, la Capilla de los Dulces nombres y mejorándose las antiguas Casas Reales convertidas ya en Palacio Municipal. Aún subsisten hermosos caserones de aquella época como la Casa de las Águilas, la Casa del Senador y otros en el barrio antiguo. 

Una vez conseguida la estabilidad política del país con la llegada de Porfirio Díaz al gobierno federal y Bernardo Reyes al estatal, vinieron las grandes construcciones monumentales, que destacaban a nivel nacional, como: la Estación del Golfo, la Cervecería Cucuhtémoc, la Nave de Máquinas (La Fundidora) el Banco Mercantil, el Palacio de Gobierno, el Banco Mercantil y el Hotel Ancira. 

Entre los edificios desaparecidos de carácter monumental se pueden contar el de la Penitenciaria y el Cuartel, muchas mansiones particulares, así como edificaciones mercantiles y algunas industriales de menor calado. 

Al triunfo de la Revolución Mexicana, se inició una nueva etapa constructiva de modernización de nuevos grandes edificios como el Palacio Federal, escuelas monumentales como la Industrial Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Fernández de Lizardi, el Cine Monterrey, el Hospital de Zona, y otros. 

Y de ahí, la Ciudad tomó vuelos altos en la materia al llegar los modernos rascacielos. Algunos de ellos, verdaderas obras de arte ingenieril como: el Edificio Acero -primero de acero y vidrio-, el Condominio del Norte, el Condominio Monterrey,  la Iglesia de La Purísima -primer templo moderno en México- y los edificios de las rectorías de la Universidad de Nuevo León, y la del Tecnológico de Monterrey.

Hoy día, la Ciudad tiene un nuevo perfil urbano con edificios de talla mundial como: el Edificio CETEC del ITESM; los estadios Universitarios y el de Bésibol; los museos de Arte Contemporáneo, y el de Historia mexicana. Los edificios privados como el Pabellón M, y la Torre TOP, con casi trescientos metros de altura, que es la más alta de Latinoamérica, y decenas de edificios súper modernos que hacen de la nuestra una Ciudad a la altura de las más modernas del mundo.   

La arquitectura y la ingeniería le hicieron “cirugía plástica” al rostro de la añeja pero hermosa Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey.