04/May/2024
Editoriales

El agradecimiento no se debe olvidar

Un rey andaba solo en el bosque y fue atacado por una jauría de lobos. Como no podría contra tantos, espoleó a su caballo para escapar de los furiosos animales pero corrió tan lejos que se perdió. Pasó horas dando vueltas sin encontrar el rumbo para regresar a su castillo, y en esas estaba cuando de pronto tres asaltantes le cerraron el paso. Sabía que era difícil que le perdonaran la vida y más peligro sería si se identificara con ellos. Con una daga que siempre portaba alcanzó a herir a uno de los tipos, pero fue sometido por los otros dos. El rey ya se despedía de la vida cuando vio que sus pertenencias eran metidas en las alforjas de los caballos de los asaltantes y un extraño apareció en escena. 

 

Este hombre al ver el asalto a un viajero que estaba inerme, se acercó gritando:

 

_Aquí está, adelante ¡al ataque!, son sólo tres asaltantes, ¡duro contra ellos!.

 

Los tipos no investigaron cuantos hombres llegaban, teniendo el botín en sus alforjas, huyeron rápidamente.

 

El rey buscaba a los demás que habían venido a salvarle y al no verlos comprendió que nunca existieron. Al cabalgar juntos para salir del bosque, el hombre reconoció al rey y se ofreció a escoltarlo hasta el palacio.

 

El rey lo recompensó nombrándolo ministro de la corte.

 

Con el tiempo, la grilla palaciega hizo que el poderoso ministro llegara al banquillo de los acusados por haber respondido de una forma considerada como exagerada y en consecuencia acusado de rebeldía contra la corona.

 

El leerle la condena, el rey le dijo:

 

_Por haber sido ministro de la corte te corresponde un último deseo antes de ser ejecutado.

 

El ministro repicó:

 

_Quiero vestir la ropa que llevaba cuando escolté a su majestad el día que lo encontré perdido en el bosque, y que su Majestad use durante mi ejecución la ropa que vestía en aquel momento.

 

El rey de pronto recordó aquella escena y conmutó la pena devolviéndole el cargo que nunca debió haberle quitado. 

 

El ministro por su parte, reconoció el error cometido y consiguió el perdón definitivo del rey.

 

 

Cuento publicado por Jorge Bucay, versión libre mía.