02/May/2024
Editoriales

ARTE Y FIGURA 17 08 23

Continuamos con Libro “Antonio Bienvenida, El Arte del Toreo”, por José Luis Rodríguez Peral

Alfredo Leal

 

En la Colonia Roma de la ciudad de México, surgida a principios del siglo con sus construcciones a la francesa y habitada por familias de clase acomodada, se formó por los años cuarenta una pandilla de adolescentes que al admirar las hazañas de las grandes figuras realizadas en El Toreo, muy cerca de sus hogares, decidieron todos ser toreros.

 Esos jóvenes inquietos eran Eduardo Vargas, hijo del gran cronista taurino Don Benjamín Vargas Sánchez, “Juan Gallardo”, Carlos Montes, los hermanos Oscar y Héctor Mier, Tomas Pérez, hay afamado crítico y guionista cinematográfico, y Alfredo Leal, que al ser hijo del distinguido General de nuestras fuerzas armadas, tuvo acceso a la ganadería de Dos Peñas, situada casi en el límite norte citadino, y propiedad entonces del Coronel revolucionario Don Matías Rodríguez.

  De torear vacas, debuta de inmediato como novillero en la placita del Rancho del Charro, durante la célebre temporada que organiza en 1948 el gran picador Don Juan Aguirre “Conejo Chico”, y de la cual surgieron otros toreros de tanto interés como Córdoba y Paco Ortiz. Sale vestido de morado y oro, y aunque no corta orejas, desde luego demuestra una manera de hacer el toreo pausada y elegante que lo lleva a la México esa misma temporada, donde no obstante sus extraordinarias cualidades, apenas se nota junto a los inolvidables 3 Mosqueteros, Paco Ortiz, Curro Ortega, Rafael García, “EL Ranchero” y algunos otros como Rubén Rojas “El Jarocho”.

 Además, lo prende un novillo de La Punta hiriéndolo de consideración. Para 1949 se le espera con interés, pero en su única actuación no puede con un novillo de Zacatepec, casi un toro, brocho de cornamenta, fuerte y encastado. Decide entonces abandonar su intento, y deja la capital para administrar unas tierras que su familia poseía por el rumbo de Valle de Santiago. Sin embargo, el mal de montera es incurable, y gracias al apoyo incondicional del ganadero Don Jesús Cabrera, es incluido con una novillada suya en un cartel de la capital durante la temporada de 1952.

 Abre plaza “Colacho”. Cuando lo estaba toreando de muleta, alguien grita en el tendido: donde andabas, Príncipe Moro! Es el triunfador de las novilladas. Arruza le da la alternativa con Martorell de testigo, en tarde en que junto a aquellos dos colosos vuelve a invadirlo el desaliento. Va a España. Torera otra vez como novillero y Cayetano Ordoñez le da la alternativa en Sevilla y él mismo se la confirma en Madrid.

 Regresa a México. Don Jesús Cabrera logra de nuevo incluirlo en un cartel que resultó explosivo, junto a Luis Miguel “Dominguín” y “Calesero”. Con gran sorpresa, el público se encuentra que la gran figura de aquella tarde no fueron el maestro madrileño ni el espléndido artista de Aguascalientes, sino el joven de la Colonia Roma que por fin se había convertido en un astro de la tauromaquia.

 Después tiene una dilatada trayectoria profesional. Con “Tejón”, de Mariano Ramírez, alcanza quizá la cumbre de su arte.

 

  Continuará… Olé y hasta la próxima