20/Apr/2024
Editoriales

Enero 28 de 2011: muere trágicamente el destacado político y empresario ganadero, don Arturo de la Garza González.

Enero 28 de 2011: muere trágicamente el destacado polí­tico y empresario ganadero, don Arturo de la Garza González. Nació en General Bravo el 1º de Agosto de 1936, hijo del licenciado Arturo B. De la Garza, gobernador del estado de 1943 a 1949, y doña Morena González. Se desarrolla profesionalmente desde muy joven en la actividad ganadera, donde destaca en ese gremio siendo presidente de la Unión Ganadera Regional de NL, y posteriormente presidente de la Confederación Nacional Ganadera.

Adicionalmente despliega actividades en empresas inmobiliarias y de servicio al área industrial. Su liderazgo y presencia polí­tica es relevante, siendo diputado local de 1961 a 1964, presidiendo el Congreso en 1961 y 1962. Sus aportaciones legislativas son trascendentes para las actividades agropecuarias, lo que le proyecta a ser dos veces diputado federal, de 1970 a 1973; y de 1991 a 1994. En esta última legislatura promueve e instala la Comisión de Ganaderí­a, siendo su primer presidente. En ambas legislaturas federales fomenta no sólo el reparto de tierras y de agua, sino de crédito, técnicas agropecuarias, caminos y escuelas.

Arturo de la Garza González entendí­a el reparto agrario como la ocupación productiva del campo, no como una simple parcelación fí­sica de la propiedad. Fue presidente del PRI en ciudad Guadalupe en 1963 y consejero polí­tico nacional de ese partido. Se distinguió por no necesitar nombramientos para hacer polí­tica, pues siempre estuvo gestionando apoyos para los municipios del norte del estado sin importar si tení­a o no una posición polí­tica, combatiendo a quienes consideraba malos funcionarios. Polí­tico de tiempo completo que jamás aceptó un cargo remunerado en las administraciones públicas que ayudó a instalarse. Fue representante –honorario- del municipio de Monterrey en Servicios de Agua y Drenaje, y en Metrorrey.

Defendí­a la dignidad como una de las mayores virtudes del polí­tico. Por eso y muchas otras actitudes fue una figura señera entre la clase polí­tica; ningún funcionario querí­a enfrentarse con Arturo de la Garza por saber que se trataba de un formidable e implacable guerrero. Quienes tuvimos la fortuna de convivir con él, aprendimos que la polí­tica se hace todos los dí­as y en todas partes, no sólo desde los partidos y el gobierno. Cuando ganaba o perdí­a un diferendo, era el mismo Arturo de la Garza, pues los triunfos polí­ticos son circunstanciales, y las derrotas efí­meras.

En cada elección que participaba (y lo hací­a siempre) poní­a toda su capacidad, y arriesgaba su capital polí­tico, pero una vez determinado el triunfador, lo apoyaba sin importar a quien hubiere impulsado en bien de la institución. Antes de brindar apoyo a sus candidatos a gobernar, les inculcaba capacidad para soportar el sentimiento del odio, como requisito indispensable. Pero con todo ese arsenal polí­tico, a don Arturo lo desarmaban cuando alguien mencionaba el nombre de su padre, Arturo B. De la Garza, el polí­tico que más admiraba. Sin embargo, igual aceptaba debatir cotejando su obra con otros gobernantes de otros tiempos y latitudes, y no se ofendí­a cuando habí­a disensiones, pues entendí­a la amistad como obligación de decir la verdad, no como otorgamiento sumiso de la razón.

Con su esposa Marí­a de la Luz Tijerina procrean a cinco hijos varones: Arturo Bonifacio, Lucas, Alejandro, Adrián y Abelardo de la Garza Tijerina. Miembro de la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografí­a y Estadí­stica; autor del libro "Historia de la Unión Regional Ganadera de NL", "Como viví­, así­ lo recuerdo" y cofundador del Café Polí­tico. Al sobrevenir un final trágico, la cantidad de personas asistentes a su sepelio, no tiene parangón en los tiempos modernos.