Editoriales

El tlacuache

 

Desde hace unos cinco años en casa se escuchan intermitentes y extraños ruidos de naturaleza metálica, alguien arrastra cosas, golpea y rasguña paredes. Al principio nos asustamos mi esposa y yo, llegando a pensar que en realidad sí existían los fantasmas.

Hasta que colegí que era un animal dentro de los ductos del aire acondicionado. Busqué infructuosamente los posibles accesos, y le llamé a mi compadre Gregorio para preguntarle –él casi todo lo sabe- que cómo podría deshacerme del animal que nos espantaba. No supo qué aconsejarme; envenenarlo no era opción, pues no sabríamos dónde moriría y el efluvio de sus restos inundaría la casa por largo tiempo, teniendo que demoler paredes y cielo falsos de los ductos hasta dar con el cuerpo.

Lo mismo sucedería si quisiéramos sacarlo vivo, y así, pensando qué hacer ya pasó un lustro. Recientemente salimos de viaje y al regresar nos encontramos con la novedad de que la casa huele a animal muerto. No sé cuánto tiempo requerirá pasar para que desaparezca el aroma, pero no estoy dispuesto a iniciar la búsqueda del cuerpo porque además de las incomodidades, sería invertir recursos que no están presupuestados. Afortunadamente el olor no es tan fuerte y se despista con aromatizantes químicos, pero ahora me preocupa un extraño sentimiento de que en mi casa algo falta.