02/May/2024
Editoriales

Arte y Figura 16 03 23

Continuamos con Libro “Antonio Bienvenida, El Arte del Toreo”, por José Luis Rodríguez Peral

 

Conchita Cintrón

 

Llegó a México en 1939 cuando terminaba el periodo presidencial del Gral. Cárdenas e iba a iniciarse el del Gral. Manuel Ávila Camacho. En Europa comenzaba la guerra más sangrienta en la historia del mundo, pero México y en general todo Hispanoamérica aprovechaba la demanda creciente de sus materias primas y sobre todo sus condiciones de paz hacían que se considerara a nuestra tierra un sitio privilegiado, con un futuro lleno de posibilidades.

 Por si fuera poco, hacía sólo un año de que nuestro petróleo empezó a ser una industria nacional, de modo que en el país prevalecía un ambiente de franco optimismo. El asesinato de Trotsky en Coyoacán, víctima del comunismo internacional, conmovió en lo más hondo a nuestras personalidades de izquierda, pero en cambio, los de extrema derecha, que de todo teníamos, se encargaban de atender cumplidamente al rey Carol y Madame Lupescu, exiliados políticos de Rumania.

 Sin embargo, para los auténticos aficionados a toros lo que de verdad tenía impacto era la presencia entre nosotros de Conchita Cintrón, Vino del Perú, después de haber sido adiestrada en el rejoneo y el toro a pie por Ruy Camarena, noble portugués que la acompañaba y quien en los círculos hípicos y taurinos destacaba de inmediato por su vestir a la inglesa y su invariable monóculo, objeto que aquí resultaba verdaderamente exótico.

 Conchita se adueñó del afecto de todos los mexicanos desde su misma llegada. Parecía imposible que una jovencita tan frágil y distinguida pudiera primero rejonear los novillos a que se enfrentaba, a veces auténticos toros, para luego echar pie a tierra, torearlos de muleta y meterles la espada, todo con el mismo sello de su elegancia personal. Fue bautizada como la Diosa Rubia del Toreo por Don José Jiménez Latapí “Don Dificultades”, cronista taurino que había empezado años atrás de la mano del famoso “Verduguillo” y que llegó a ser un personaje de gran influencia en el planeta taurino.

 Aquí permaneció Conchita hasta 1944, en que regresó a Perú. Sin duda en esta época alcanzó el pináculo de su carrera. Cuando un novillo de La Punta mató en Guadalajara a su caballo “Aladino”, todo el público se preocupó por los riesgos que corría la delicada pero valientísima Conchita. Hizo 16 veces el paseo en El Toreo a los acordes siempre de Cielo Andaluz, pasodoble compuesto por otro extranjero devoto de México, el Maestro baturro Rafael Gascón, cuyas notas vibrantes habían creado una ya antigua tradición para partir plaza en la capital, que aún se conserva.

 Toreó también 189 corridas por los estados de la República. Así era aquello. Conchita al frente de las cuadrillas.

 

Continuará… Olé y hasta la próxima.