28/Apr/2024
Editoriales

Entre alegrías, tristezas y sollozos

Don Winston Churchill peleaba con cualquiera a los 91 años; Fred Aistare tenía 88 cuando murió pero bailaba como si tuviera 40; y Chabelo también tenía 88 hablando, cantando y bailando como un chicuelo de 12 años.

Hay muchos ejemplos de gerontes victoriosos y contentos.

Verlos morir tan llenos de vida debiera bastar para que un ingeniero mide calles nacido en el centro de Monterrey fuera feliz al cumplir setenta y cinco años de edad. 

Ciertamente lo soy, aunque reclamo a mis amigos mayores que decían hace algunas décadas: _Espérate a que cumplas los setenta y verás. 

Pasaron los setenta y no vi nada nuevo.

Pero en este último lustro he visto muchas cosas interesantes. 

Algunas tristes como las de amigos que se fueron dejando asignaturas pendientes en su agenda de vida, o de los que aún viven, pero se sienten fracasados.

También es triste, muy triste, ver ingratitudes, que son la cara abominable de la humanidad, aunque sea parte también de su naturaleza. 

Sin embargo, sería injusto no recordar las cosas buenas que he vivido. 

Entre los setenta y los setenta y cinco años vi madurar a mis hijos y crecer a mis nietos, lo que me ha dado renovadas alegrías. 

En este breve lapso coseché nuevas y valiosas amistades que conviven conmigo; y he avanzado en mi nueva carrera, que me ha dado satisfacciones tempranas. 

Encontré a personas buenas que dispensan mis errores sin mayor trámite.   

Y lo digo a esta edad, cuando muy pocas personas y cosas me deslumbran. 

Sí, cumplo setenta y cinco felices años teniendo a mi amada y leal esposa saludable y en esas mismas condiciones están las siguientes dos generaciones; cómo voy a estar triste.

Desde luego que en estos cinco años -tal como sucedió en los setenta anteriores- sollocé no pocas veces. 

Los perros del mal ladran a diario, y algunas veces me arrancan algún sollozo que debo despistar para no estimularlos.

Pero así es la vida, como dicen los músicos, un teclado de piano debe tener teclas blancas y negras para que esté completo, y utilizarlas todas es requisito sine qua non para tocar bien una buena melodía.

El número setenta y cinco se compone de un siete y un cincote. 

En el mundo de los símbolos, el siete significa orden completo; corresponde a la estrella de siete puntas, a la superposición del cuadrado y el triángulo; es un ancestral número cabalístico que, combinado con el cinco presagia abundancia. 

Porque cinco es el número de dedos que tienen nuestras extremidades superiores e inferiores; es el número de los sentidos del cuerpo humano, el número de aros de los Juegos Olímpicos, además el quinto siempre es bueno (no hay un quinto malo, se dice en la fiesta brava)

Los múltiplos del número cinco contienen la magia de advinar el final de las cifras. 

En este septuagésimo quinto aniversario comienzo a deducir la lógica del absurdo, y a apreciar en una forma creciente los dones divinos de la vida.