25/Apr/2024
Editoriales

Nadie sabe para quien trabaja

Las obras de Ingeniería siempre tienen que vencer obstáculos no contemplados en el proyecto original y, entre más grandes sean, sus dificultades también lo serán. Un ingeniero británico llamado Alexander Stanhope St. George (1848-1917) viajó a Nueva York para estudiar el funcionamiento del puente de Brooklyn, pues él tenía un sueño: construir un túnel entre Londres y Nueva York, que uniera estas grandes ciudades por debajo del Océano Atlántico. Este señor era un ingeniero de los que piensan algo y de inmediato comienzan a hacerlo realidad, así que para 1890 ya había iniciado las excavaciones en una de las islas cercanas a Europa. Sin embargo, el tamaño de la obra era colosal, y por tanto sus problemas también. Trabajó por cuatro años invirtiendo todo su capital con la esperanza de que algunos inversionistas podrían entrarle al negocio cuando vieran avances importantes. Pero se desataron los problemas técnicos, accidentes, sabotajes, inundaciones por las grietas de las paredes del túnel, algunos curiosos desaparecidos que se perdieron en los laberintos de las excavaciones, plagas, y la prensa internacional que enviaba reporteros sólo para cuestionarlo con preguntas de que si había posibilidades de que ese túnel se podría colapsar e inundar Londres con agua de mar. Estas y otras cuestiones influyeron para que el ingeniero St. George se volviera literalmente loco, y terminara sus últimos días en la clínica mental Bethnal Green. Pero después de unas cuantas décadas se construyó el túnel entre Londres y París, que se inauguró en 1994 con una longitud de 50.5 kilómetros, que hasta la fecha es una delicia cruzarlo. Es una pena que nadie le haya dado algo de crédito al ingeniero St. George, pues la idea original, aunque mucho más ambiciosa, fue de él. Así es la vida, uno es el que persigue a la liebre y otro es el que la alcanza.