25/Apr/2024
Editoriales

Dejar que el tiempo pase

Hace casi medio siglo aprendí que el vino de mesa guardado en su botella de vidrio dura aproximadamente un año sin perder sus cualidades.

 

Aprenderlo me resultó costoso, pues en mi ignorancia pensaba que al guardar las mejores botellas de vino que me habían regalado lo estaba añejando.

 

Al abrirlas varios años después, llegó la desilusión con el puro aroma de vino agrio.

 

Dejar que el tiempo pase puede ser una decisión sabia en algunos casos, como cuando se sufre la pérdida de un ser querido, cuya ausencia física nos duele y requerimos de un tiempo para aceptarla.

 

Pero en otros casos dejar pasar el tiempo sólo empeora las cosas.

 

Hay temas que son como la nieve de sabor que metemos al congelador para que nos dure más. Si el tiempo que pasa no es demasiado, la nieve se puede degustar.

 

Pero llega un momento que entre más tiempo pase, el congelamiento la convierte en un trozo de hielo imposible de partir con cuchillo, menos de tomarla con una cuchara.

 

Cuando eso sucede lo que sigue no es agradable, pues si se calienta la nieve pierde su contextura y sabor al derretirse, y dejarla a la intemperie tampoco la regresa a su delicioso estado inicial.     

 

Así como el paso del tiempo deteriora al vino en su botella y a la nieve congelada, las relaciones humanas que se enfrían no deben permanecer así –pegadas al vidrio o al congelador del alma- demasiado tiempo, pues los corazones suelen hacerse –como la nieve- más duros y difíciles de que acepten perdonar a quienes los ofendieron.

 

No pensemos tanto en la llegada del momento para perdonar, porque el cariño hacia esa persona puede agriarse para siempre o tu corazón congelarse indefinidamente.   

 

No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.