03/May/2024
Editoriales

Consumamos lo hecho en México

Probé el tequila por primera vez hace más de medio siglo. En un bar de pueblo me sirvieron un ‘submarino’, un tarro de cerveza fría con un caballito de tequila adentro. 

El maridaje de cerveza y tequila es recomendable, pero es preferible catarlos separadamente. 

Con cuatro dosis descubrí que tengo facilidad para hablar idiomas inéditos y apreciar mucho a mis compañeros de la barra. 

El tequila es, por tanto, mi primer amor en el oficio de la embriaguez.

Sin embargo, en nuestra tierra, beber tequila en aquel tiempo no era para presumirse, e intenté por unos diez años, en intervalos, consumir güisqui, y luego coñac. 

Por unos veinte años bebí cerveza, y últimamente regresé a mi primer amor: el tequila, aunque algunas veces traiciono con el mezcal.

Ahora sí, el tequila tiene prestigio en todas partes del orbe, y eso nos llena de orgullo. 

Esta bebida está regulada por la Norma Oficial del Gobierno mexicano, que autoriza su producción -con el nombre de tequila- en seis municipios de Nayarit y seis de Guanajuato, 29 de Michoacán, 11 de Tamaulipas y todo el estado de Jalisco.

Sin embargo, entre los 125 municipios jaliscienses hay varios cuyos climas son muy cálidos y otros muy fríos, además de algunos cuya altimetría no es propicia, pues tienden a encharcarse cuando llueve, y esas cosas dan al traste con la calidad del tequila.

La producción total en 1999 era de 200 millones de litros, pero en 2003 bajó hasta 140 mdl. Luego empezó la recuperación con la atención de nuevos inversionistas y en 2008 ya se había sobrepasado la producción de los 300 mdl.

De la producción total de tequila, tres cuartas partes se vende a distribuidores extranjeros y el resto lo consumimos patrióticamente en México. 

De mi parte, he cumplido con mi deber, consumiendo en promedio tres copitas diariamente de este riquísimo vino mezcal que tiene su mejor exponente en las destilerías de Tequila, Jalisco.