23/Apr/2024
Editoriales

Juan Jarri, el rey – dios del Río Bravo

Luis Carvajal y de la Cueva fue un hombre importante para el Nuevo Reino de León, que en 1579 obtuvo la Capitulación para colonizar la enorme extensión territorial que originalmente tenía. Entre sus compromisos adquiridos estaban expandir, colonizar, y  comunicar con caminos de tierra hasta la Florida, de la Capitanía de Cuba. Sin embargo, por diversas causas Carvajal no cumplió, y por ello fue sancionado. 

 

Entonces, la inmensa franja entre el Río Nueces, el Norte de Texas y la Florida quedó prácticamente vacante, siendo visitada sólo por piratas, aventureros y contrabandistas. Esta circunstancia de descuido fue aprovechada por la monarquía francesa, fundando una gran Colonia que iba desde el Golfo de México hasta el actual Quebec en Canadá, que tuvo por nombres: Louisiana, en honor al rey Luis XVI, y en otras ocasiones se le llamó Nueva Francia. 

 

Las primeras exploraciones francesas con fines de colonización las realizó René Robert Cavelier de La Salle  en 1682. Su objetivo era avanzar construyendo fuertes de cal y canto en las riveras del Río Mississippi, teniendo que pelear con los aborígenes. La estrategia que utilizó fue, una vez construidos los fuertes, ganarse a los naturales con el estilo español haciéndoles regalos, catequesis, y asignándoles labores leves, pues ellos llevaban esclavos africanos para realizar los trabajos duros.

 

Seis años después de esto, en 1688, durante el gobierno interino del asturiano Francisco Cuervo y Valdés, los españoles no sabían aún de la presencia de franceses en la región, pues se ocupaban de responder los ataques de los indígenas bárbaros. Pero hubo una emboscada a 10 soldados españoles en San Antonio de las Tamaulipas -hoy González, Tamaulipas-, y el gobierno decidió tomar represalias en todo el Nuevo Reino de León, persiguiendo a los aborígenes más allá de las regiones acostumbradas. 

 

Fue entonces cuando el virrey Melchor Antonio Portocarrero y Laso de la Vega, III Conde de Monclova, recibió del propio rey Carlos II la noticia de que los franceses se encontraban más adentro de la boca del Mississippi. Esto era una llamada de atención para él, así que ordenó al gobernador de Coahuila Alonso de León -hijo del Cronista Alonso de León- investigar y combatir la presencia francesa. 

 

De León encabezó una expedición acompañado del franciscano y capellán fray Buenaventura Bonal, y del cabo y comisario del Nuevo Reino de León, Martín de Mendiondo. La expedición se integraba por hombres reineros y coahuilenses. De la Provincia del Nuevo Reino iban los capitanes Carlos Cantú, Nicolás de Medina y Cristóbal de Villarreal; los alféreces Tomas de la Garza y Alonso de León -hijo del gobernador de Coahuila y nieto del capitán cronista-; más Gerónimo Cantú, el sargento Juan Cantú, don Francisco de Villarreal y don Juan de la Garza. 

 

De la provincia de Coahuila, iban  el capitán Don Diego Ramón, Tomás Sánchez, Juan Domingo Flores, Joseph de Baeza, Antonio de Montes de Oca, y Joseph Jiménez. Más tres arrieros con mulas que llevaban el bastimento, arcabuces, pistolas, lanzas, espadas y 80 caballos de guerra. 

 

Se prepararon para una larga expedición hasta la lejana Florida, pero apenas cruzaron San Francisco de Coahuila, también llamado San Miguel de Aguayo (hoy Monclova), se enfrentaron a un numeroso ejército formado por hombres de media docena de tribus, comandados por los terribles caciques don Pedrote y don Dieguillo. Los vencieron.

 

Ya vencidos e interrogados, don Pedrote y don Dieguillo dijeron que, cruzando el Río Bravo, en una ranchería -un poblado de indios- vivía un francés que era tratado por los aborígenes como si fuera un dios. 

 

Esto sorprendió a Alonso de León, a fray Buenaventura y al capitán Mendiondo, pues ellos se encontraban a unos kilómetros al norte de lo que hoy es Guerrero, Coahuila. Partieron de inmediato y a sólo seis jornadas al norte encontraron la gigantesca ranchería descrita por los caciques, en la que había más de un centenar de tepis -chozas- recubiertas de piel de búfalo americano.

 

Les extrañaba que en esta región hubiera aborígenes sedentarios, pero estaban ante sus ojos las milpas y los corrales. De León dejó a mediana distancia a su ejército y acompañado sólo de trece hombres llegó a las puertas del caserío, en donde dejó esperando a sus hombres y monturas, entrando a pie y desarmados él (De León), fray Buenaventura y Mendiondo. 

 

En el pueblo indígena hubo desde luego alboroto, saliendo los niños, las mujeres y hasta los hombres a ver lo que estaba sucediendo. Claro que también estaban cuarenta naturales apuntándoles con sus flechas a los tres, y con las miradas, los aborígenes los llevaron hasta el más grande tepi del pueblo, que era el del jefe. 

 

Encuentra Alonso de León al rey – dios Juan Jarri

Los invitaron a pasar y de inmediato lo hicieron, encontrándose con la sorpresa de que en un trono de piel de búfalo -cíbolo- estaba un francés rubio, de ojo verde y con el rostro y el cuerpo tatuado como los indios de la región, mientras algunos indígenas de rodillas le adoraban, y otros dos le echaban aire con abanicos de plumas y hojas. 

 

De León y Mendiondo titubearon, pero fray Buenaventura se acercó al francés -sin dejar de ser apuntado por los guardias del rey-dios y, cuando estuvo bastante cerca, el francés besó el hábito franciscano del fraile y en ese momento disminuyó la tensión. 

 

Los españoles fueron tratados amablemente por el anfitrión, quien les ofreció de comer y pronto entraron en confianza. El francés se llamaba Juan Jarri quien inició un intercambio de obsequios. Les dio pieles de cíbolo muy valiosas, porque esos animales ya empezaban a migrar al norte huyendo del hombre, y De León dio a Jarri: ropa, zarcillos -aretes-, abalorios -cuentas de vidrio-, cuchillos y tabaco. Jarri los repartió entre su gente. 

 

Secuestra Alonso de León a Juan Jarri

En los días siguientes mejoró más el ambiente amistoso, posiblemente Jarri añoraba la compañía de europeos. Hasta que un día De León, fray Buenaventura y Mendiondo secuestraron a lomo de caballo al hombre-dios. Y para cuando los indios reaccionaron, los hombres apostados a las afueras del campamento cubrieron la retirada de los secuestradores y despuésalcanzaron al resto del ejército que logró huir a galope. 

 

Alonso de León llevó orgulloso su trofeo a Saltillo, tratando a Juan Jarri como huésped, y a este no se le veían intenciones de huir. Había un nuevo virrey, Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza, Conde de Galve, quien sabiendo que el gobernador del Nuevo Reino de León, Pedro Fernández García De la Ventosa, hablaba buen francés, envió a Jarri a Monterrey. 

 

A De la Ventosa, Jarri le contó su historia: formaba parte de una expedición francesa  para colonizar la Luisiana, pero al ir en una misión de reconocimiento, se perdió y se encontró a unos indios que empezaron a tratarlo como rey-dios y él les enseñó rudimentos del cristianismo, de agricultura y ganadería. Además le ofreció a De la Ventosa llevarlo a un recorrido por las fortalezas francesas del Mississippi. 

 
El gobernador ordenó que llevaran a Juan
 Jarri a San Mateo del Pilón -Montemorelos- después a Pánuco -Tampico- y de ahí a la ciudad de México. Ante el propio virrey Gaspar de la Cerda Sandoval Silva y Mendoza, Juan Jarri reiteró su disposición de mostrarle a los españoles la ubicación de los franceses. 

 

Se fuga Juan Jarri

Con Jarri de guía, De León y De la Ventosa salieron al Mississippi para enfrentar a los franceses, pero antes de llegar al Río Bravo, Juan Jarri se fugó y ya sin guía, ambos gobernadores se regresaron. 

 

Juan Jarri fue un tipo inteligente y con buena suerte, pues vivir unos años como un dios viviente, con todos los lujos posibles en tierras semi desérticas y luego realizar un gran viaje a la Ciudad de México, y tratar con las máximas autoridades de Nueva España, era un privilegio que no cualquier aventurero francés lograba. 

 

Seguramente hay más historias como esta, pero el noreste de la Nueva España era un territorio tan amplio, que lo sucedido en un lugar no era sencillo que se supiera en otro. Uno de los aspectos interesantes de lo sucedido con Juan Jarri, es que se demuestra que no sólo tenochcas y tlaxcaltecas confundían al hombre blanco con un dios, sino también los chichimecos. 

 

 

 

FUENTES:  

David Alberto Cossio, Obras Completas, Congreso del Estado de Nuevo león 

https://scholarworks.sfasu.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1613&context=ita 

https://content.wisconsinhistory.org/digital/collection/aj/id/2801