04/May/2024
Editoriales

Recordar es volver a vivir

Cuando vivíamos por la Calzada Madero yo era un mozalbete de secundaria.

 Mi padre nos daba libertades para salir a todos los hermanos pero nos advertía los límites que no debíamos cruzar, sobre todo al norte del Arco de la Independencia.

 Y no era por el parque de béisbol Cuauhtémoc, que estaba por la avenida Serdán; ni por los negocios comerciales como la frutería La Victoria, de don Maximino Castro, en Cuauhtémoc entre Reforma y Colón; ni la tintorería de la familia Antillón de la calle Colón; menos por la sastrería de don Jesús Moyeda por la calle Reforma; tampoco por la peluquería de don Jesús Ortegón que estaba enseguida. No.

 La advertencia venía porque ese Barrio ‘El Nacional’ era bravo, pues había cualquier cantidad de cantinas, restaurantes y hoteles que, a pesar de ser negocios decentes, en aquellos años, a principios de los sesenta, iniciaba un proceso de perversión.

 El origen del Barrio El Nacional -Madero-Colón-Juárez-Villagrán- es la estación del ferrocarril Nacional, es decir, que una de las tres estaciones existentes del tren estaba dedicada al pasaje que viajaba a destinos nacionales como la Ciudad de México.

 Las terminales de autobuses de pasajeros “Transportes del Norte” en Cuauhtémoc entre Colón y Reforma; Monterrey-Cadereyta-Reynosa, con oficinas en el Hotel Habana de Cuauhtémoc entre Madero y Reforma; Transportes Tamaulipas de Don Protacio Rodríguez, que tenían sus oficinas en el Hotel Reforma, de Madero entre Colegio Civil y Juárez.

 Dicho sea de paso, la ubicación de la Central de Autobuses de Monterrey que está por la avenida Colón, se determinó porque el predio era vecino de estas terminales y como ninguna de ellas tenía estacionamiento para los autobuses, el pasaje abordaba y se bajaba en plena calle, así que ya todas juntas en la Central de Autobuses, con estacionamientos -andenes- interiores, el barrio y la Ciudad mejoraron muchísimo.

 El problema con el Barrio El Nacional fue que llegaron los braceros que viajarían a Estados Unidos y la gente que va de paso o vive una brevísima temporada siempre significa ciertos riesgos por razones obvias, por lo que las cantinas comenzaron a pervertirse poco a poco y luego muchas terminaron siendo piqueras.

 Claro que había negocios de hoteles como el Son Mar que en su restaurante y bar siempre se cuidaba el orden, y más porque allí se hospedaban los peloteros que jugaban en el parque de béisbol.

 Toda esto lo comento para justificar por qué mi padre no quería que fuéramos al Barrio El Nacional, y después se fue descomponiendo más con la instalación de negocios de mujeres alegres al poniente de este barrio.

 En fin, luego nos cambiamos y dejé de frecuentar a mis amigos del básquetbol en la cancha del edificio del PRI en Pino Suárez y Arteaga, y de disfrutar los conos de Nieve Lyla de Rayón y Arteaga.

 Pero los recuerdos son bellos y, lo mejor: son míos.