03/May/2024
Editoriales

Obregón era valiente y algo… esotérico

Es condición humana exagerar la personalidad de quienes admiramos; si son fuertes, es difícil imaginarlos con actitudes débiles.

Esta anécdota publicada por uno de los secretarios del general Álvaro Obregón, le generó no pocas críticas de los seguidores del sonorense sacrificado en el Parque La Bombilla, en julio de 1928, porque les molestó que se publicara una debilidad del Manco de Celaya.  

El presidente Álvaro Obregón tenía una rara costumbre, que luego de que murió, la escribió Fulvio Zama, su taquígrafo particular:

“Lo primero que hacía después de desayunar, como si practicara un ritual invariable, era tomar un alfiler de mi mesita de mecanógrafo y, después de darle varias vueltas entre el dedo índice y el pulgar, lo arrojaba a la alfombra. Si el alfiler quedaba clavado, sonreía. Cuando fallaba, se advertía pasar una sombra por su semblante”. 

Entraba en su despacho, evoca don Fulvio, y el presidente Obregón comenzaba a recibir a las personas citadas para ese día, a razón de cinco minutos cada una; término que raras veces se alargaba.                                                                           Subraya el señor Zama que el general no discriminaba ni exceptuaba a nadie que solicitara audiencia y que era un hombre que tenía un extraordinario sentido del humor.

Fuente: Ángel López Real, “El hombre de Siquisiva tenía sus momentos”, en Expreso, Hermosillo, 8 de junio 2008, 1ª. Col, p.5B.          www.expreso.com.mx/edicionimpresa/20080608/2/5.pdf