Septiembre 26 de 1988: el Comité Olímpico descalifica al jamaiquino Ben Johnson, medalla de oro en 100 metros planos en los juegos olímpicos de Seúl. Johnson fue la sensación mundial... por tres días, pues al término de la carrera en donde implantó tremenda marca de 9,79 segundos dejando a más de un metro atrás a su acérrimo enemigo, el velocista estadounidense Carl Lewis, y un poco más atrás al británico Linford Christie, hubo de entregar una muestra de orina, prueba obligatoria a todos los atletas, ganen o pierdan en una olimpíada.
Y resultó positiva en un control de esteroide anabolizante Stanazol, con lo que fue además de desconocido como campeón olímpico, enviado a su casa para terminar de ver las olimpíadas por televisión, y fue expulsado de las competencias por dos años. Entonces el oro fue concedido a Lewis y la plata a Christie. Hasta ahí el escándalo fue mayúsculo, recuerdo que ese día teníamos aquí en Monterrey una comida del club social donde yo participaba y se suspendió el tema que se trataría, para discutir esa decisión olímpica.
Pero no termina allí la historia, sino que terminada la olimpíada, en otra competencia posterior, Lewis dio positivo también por drogas ilegales y en otra, Christie igual dio positivo en el anti doping. Nunca dijeron los jueces de la olimpíada que Lewis había dado positivo tres veces antes de las pruebas de selección para las olimpíadas de Seúl, pero había afirmado que los resultados eran debido a la "medicación para un resfriado" y los jueces se lo creyeron. Y sigue la novelona, pues en 1993 Johnson regresó por sus fueros a competir, pero ya lo tenían bien fichado, así que le rascaron tantito y se descubrió que había tomado de nuevo sustancias prohibidas y entonces sí fue excluido del atletismo de por vida. Este caso es muy sonado porque despertó la conciencia del uso de drogas entre los grandes atletas.
No entiendo cómo algunos defienden un proyecto de legalización absoluta de las drogas si a todas luces modifican las funciones normales del organismo y la prueba es esta, que a los drogados no se les permite competir en ningún deporte, porque representan un peligro para los que compiten contra ellos y para su propia salud.