Editoriales

Hacia una hermenéutica ecosófica (La aprehensión cósmica de la conducta humana)

Rigoberto Pupo Pupo

Dr. en Filosofí­a. Dr. en Ciencias

Prof. Universidad "José Martí­" de Latinoamérica

En los tiempos actuales la hermenéutica, sin perder su elan filosófico, con más frecuencia asume cauces interpretativos más concretos en la educación, la ciencia, la polí­tica, la estética, el derecho, y por supuesto en la ética, entre otros campos de la cultura[1]. Esto, en gran medida, exigido por el mundo de la vida cotidiana, espacio donde emergen con fuerza las raigales contradicciones en que deviene la sociedad contemporánea, particularmente la crisis de valores y los vací­os de sentidos, como resultado de la enajenación progresiva que invade la naturaleza humana, y la hace extraña al hombre, hasta cosificarlo y alienarlo de la cultura.

En tales circunstancias, la necesidad de las interpretaciones existenciales resulta de urgente humanidad y propicia conscientemente la vinculación de la ética con la hermenéutica y viceversa, desde una perspectiva integradora que exige misión concreta ante los desafí­os y peligros de la existencia del mundo terrenal y humano.

Una hermenéutica analógica, libre de reduccionismos dogmáticos, y comprometida con el destino del hombre, en tiempo de crisis, puede hacer mucho, mediante una interpretación desentrañadora que vaya a la raí­z de los problemas humanos con espí­ritu ecuménico, visión cósmica y sentido cultural, es decir, ya con numen ecosófico.

En esta dirección, la razón ecosófica -Logos en el sentido heracliteano, como razón o principio cósmico que expresa tanto la ley universal que rige el mundo y hace posible el orden (cosmos) y la justicia, como (...) también el propio pensamiento humano, aporta nuevas mediaciones que completan o enriquecen a la hermenéutica analógica icónica. Serí­a entonces una hermenéutica analógica icónica ecosófica, superada dialécticamente por esta última[2], la ecosofí­a, para convertirse en una hermenéutica ecosófica, que sin hacer dejación de la riqueza de la analógica icónica, la integra a sí­, a su corpus cosmovisivo, y la supera en alcance y propósitos.

Hermenéutica ecosófica y eticidad concreta.

La hermenéutica ecosófica, tanto en su arista epistemológica como cosmovisiva, deviene tránsito de la "ciencia" a la sabidurí­a. Una sabidurí­a interpretativa que sin abjurar de la buena ciencia, la integra con los otros saberes de la cultura y la praxis, en pos de la salvación del Planeta Tierra y con él, de nosotros mismos. Por eso supera el antropocentrismo para lograr una í­ntegra comunión hombre – naturaleza[3]. Se trata de un saber y una praxis, integrados, transdisciplinarios. "La ecosofí­a – señala Escamilla - es un modo de estar en el mundo, de percibirlo. Un saber práctico que transforma nuestra conciencia y nos integra a la unidad de la vida, haciendo del sujeto-objeto-medio, un continuo. Es también una ampliación de nuestra sensibilidad que implica un cambio de perspectiva, absolutamente necesario para superar las aparentes contradicciones que nos rodean. (...). No puede ser otra cosa que una profunda filosofí­a, un saber habérselas con las incertidumbres que nos depara la complejidad de nuestra existencia. Por eso, hablar del saber ecosófico es hablar también de buena educación, la que nos ayuda a autorrealizarnos en un medio respetuoso y responsable con las lógicas de lo vivo"[4].

Es una filosofí­a unida a la tierra, una sensibilidad – razón cósmica, que sin aprioris absolutos, da cuenta de ella, de la vida que la habita y otras mediaciones. Una sabidurí­a, que se concreta, más que en una enciclopedia, en una ecopedia cultural. La lógica de la ecosofí­a es la de la dialógica, la del intercambio simbólico, la del don, donde el nosotros configura sus propios escenarios mañaneros para que los sujetos en proceso desplieguen su potencial saber ético - estético - polí­tico en la construcción social de comunidades educativas. Una comunidad que se avala en sus procesos de deconstrucción y reconstrucción polí­tica y cultural, por una ecosofí­a donde el texto territorial mantiene la arborescencia en primavera, trabaja con alegrí­a creadora al interior de sus actos de habla, dándole paso a la Democracia Participativa, al habla plural y no al monologismo balí­stico de la tentación totalitaria[5].

El desplazamiento que se produce entre la ecologí­a y la ecosofí­a, término puesto en circulación por el filósofo noruego Arne Naess en 1960, implica una transición de la ciencia a la sabidurí­a, y es este pasaje, esta traslación, la que esencialmente representa un cambio de paradigma. Sabios europeos como Edgar Morin llevan años refundando un nuevo concepto de lo que deberí­a ser la educación para este complejo siglo XXI. No podemos seguir fragmentando nuestras verdades cientí­ficas sin destruir el significado profundo de cultura. Claro que la ecologí­a es una buena aproximación a lo que significa este giro radical, esta necesitada revolución, pero desde la perspectiva ecosófica se le añade la visión cosmológica necesaria para iniciar un verdadero proceso de cambio[6]. Porque la ecosofí­a reflexiona también sobre nuestras costumbres, sobre nuestra manera de habitar la Tierra, y sobre nuestra manera de admirarla. Una mirada cientí­fica, polí­tico-ética y estética. En este sentido, el pensamiento del siglo XXI deberá ser ecosófico[7].

La hermenéutica ecosófica interpreta la conducta moral, sus ideas, principios y valores que norman o dan cauce al quehacer humano en sus mundos de la escuela, del trabajo y de la vida, desde una perspectiva cósmico – planetaria, sin perder los contextos socioculturales especí­ficos. El pensamiento complejo de Edgar Morin, da cuenta de ello[8].

"De lo que se trata ahora – la gran misión de la hermenéutica ecosófica - es hacer del porvenir que nos espera un lugar amable para la vida. A veces olvidamos la satisfacción que nos produce un paisaje, o el sentimiento de bienestar que experimentamos haciendo cosas aparentemente inútiles, no productivas. Tenemos que sacarnos de encima ese malentendido cartesianismo mezclado de utilitarismo que no nos conduce a nada. Pero para todo este inmenso proyecto, la herencia de la modernidad es indispensable. La ecosofí­a no renuncia ni a la ciencia ni a la tecnologí­a, simplemente subraya que el uso que hacemos de ellas no satisface las necesidades humanas básicas como un trabajo con sentido en un ambiente con sentido. Estamos adaptando nuestra cultura a la tecnologí­a cuando deberí­a ser justo lo contrario"[9].

Esto se pone de manifiesto en la propia tecnologí­a de la información y la comunicación, que más que informar y comunicar humanamente, desinforma, incomunica y enajena[10]. La ecosofí­a, en el espí­ritu de Félix Guattari y otros filósofos humanistas que unen la filosofí­a, el arte, la ciencia y toda producción humana a la Tierra, deviene "una nueva inteligencia del oikos (de la casa del mundo) y a una renovación práctica del ethos (de los modos de habitar)"[11]. Y la hermenéutica ecosófica, una pragmática existencial cósmica, crí­tica[12] cuyas interpretaciones siguen una lógica plural con sentido cultural y complejo. Sencillamente "(...) el término ecologí­a es ecléctico. Engloba realidades muy heterogéneas, lo que constituye de todos modos su riqueza. Primero, es una ciencia, la ciencia de sistemas de cualquier naturaleza. No tiene contornos bien delimitados pues toma en cuenta, tanto los ecosistemas sociales, urbanos, familiares como los de la biosfera. Al lado de todo esto, la ecologí­a ha devenido un fenómeno de opinión, que recubre sensibilidades muy diversas: las conservadoras, o aún reaccionarias, que promueven un retorno a los valores ancestrales, las que intentan la recomposición de una polaridad progresista que sustituya la antigua polaridad derecha-izquierda. Yo intento una unión conceptual entre todas esas dimensiones. Es así­ como nace la idea de ecosofí­a, al articular las tres ecologí­as: medioambiental, social y mental[13]. Más aún, en mi propio sistema de modelización, intento sacar adelante la noción de un objeto ecosófico[14] que irí­a más lejos que el objeto ecosistémico. Concibo el objeto ecosófico como articulado según cuatro dimensiones: las de flujo, máquina, de valor y de territorio existencial. La de flujo es evidente; pues justamente en los ecosistemas siempre hay articulación de flujos, unos respecto de los otros, principalmente de flujos heterogéneos. La de máquina está ahí­ para dar una dimensión de retroacción cibernética, autopoiética, es decir de auto-afirmación ontológica, sin caer en el mito animista o vitalista, como por ejemplo el de la hipótesis de Gea de J. Lovelock y de L. Margulis; pues se trata de hacer la unión entre las máquinas de los ecosistemas de flujos materiales y las de los ecosistemas de flujos semióticos. Intento, entonces, ampliar la noción de autopoiesis, sin reservarla, como Varela, al sistema viviente solamente; considero que hay protopoiesis en todos los otros sistemas: etnológicos, sociales, etc. Ese objeto ecosófico no es solamente auto-poiético, sino también portador de valores, de registros y de perspectivas de valoración. Es muy importante para repensar la problemática del valor, comprendido el valor económico, y para articular el valor capitalí­stico, el valor del intercambio en el sentido marxista, con otros sistemas de valoración secretados por sistemas autopoiéticos: sistemas sociales, grupos, individuos, sensibilidades individuales, artí­sticas, religiosas; para articularlos entre sí­, sin que el valor económico los domine y los aplaste. La cuarta dimensión es la de la finitud existencial que justamente caracteriza más al objeto ecosófico: lo que también llamo territorios existenciales y que no es una entidad eterna, sino que está fundada en coordenadas de determinaciones extrí­nsecas, independientes. En su sistema de valores, el objeto ecosófico tiene un nacimiento y un fin; está en relación con una alteridad maquí­nica[i], un phylum maquinista. En efecto, cualquier sistema tiene a la vez un antecedente y un porvenir sistémico. Sin disposición universal, está ligado a los procesos de historicidad. Esta finitud presenta también una dimensión de alienación, de encarnación, y aún de tiempo de enriquecimiento procesal; pues gracias a ella hay siempre la posibilidad de una recarga a partir del caos y de la refundación de una complejidad. Porque hay corte de la individuación ecosistémica como finitud, hay justamente posibilidad de que los sistemas se encadenen los unos con relación a los otros y desarrollen un gran phylum evolutivo[15].

Una hermenéutica ecosófica, siguiendo el elan integrador, cultural y complejo que la caracteriza puede aportar mucho a la interpretación constructiva y transformadora de una moral, fundada en el bien común, la justicia, la libertad y la virtud del ser humano. La misión de la hermenéutica ecosófica, por estar comprometida con el destino de nuestro planeta y de la vida que la habita, está en condiciones de mirar al mundo en relación con el hombre y la vida en general, desde un eco-humanismo raigal, capaz de propiciar la comunicación y la comprensión de los seres humanos sobre nuevas bases cosmovisivas, que garanticen la responsabilidad en la toma de decisiones.

La mirada ecosófica de los infinitos textos (significaciones humanas) que median las relaciones del hombre con la naturaleza y la sociedad, no constituye una simple traducción interpretativa, al margen de contextos, necesidades, intereses culturales, humanos. Es una mirada interpretativa – comprensiva, en perenne actitud de sospecha, "que hace camino al andar", porque está consciente que su juego mismo, es analógico –icónico- cósmico, e involucra al otro. No es un simple acto lingí¼í­stico al margen del drama humano y la cultura que funde y construye. Es una interpretación con ansia de humanidad, y sin caer en los brazos del relativismo subjetivista y el objetivismo absoluto. Es una traducción clamorosa que dice lo que ve y hace lo que dice..., porque está dentro del todo. Es él mismo o parte de él.

Una hermenéutica ecosófica de relampagueante vuelo devela Martí­ en sus ví­vidos ensayos. Emerson es un ejemplo elocuente: "El espí­ritu agitado vuela a lo alto. Alas quiere que lo encumbren, no pluma que lo taje y moldee como cincel. Escribir es un dolor, es un rebajamiento: es como uncir cóndor a un carro. Y es que cuando un hombre grandioso desaparece de la tierra, deja tras de sí­ claridad pura, y apetito de paz, y odio de ruidos. Templo semeja el Universo. Profanación el comercio de la ciudad, el tumulto de la vida, el bullicio de los hombres. Se siente como perder de pies y nacer de alas. Se vive como a la luz de una estrella, y como sentado en llano de flores blancas. Una lumbre pálida y fresca llena la silenciosa inmensa atmósfera. Todo es cúspide, y nosotros sobre ella. Está la tierra a nuestros pies, como mundo lejano y ya vivido, envuelto en sombras (...) Emerson ha muerto: y se llenan de dulces lágrimas los ojos. No da dolor sino celos. No llena el pecho de angustia, sino de ternura. La muerte es una victoria, y cuando se ha vivido bien, el féretro es un carro de triunfo. El llanto es de placer; y no de duelo, porque ya cubren hojas de rosas las heridas que en las manos y en los pies hizo la vida al muerto. La muerte de un justo es una fiesta, en que la tierra toda se sienta a ver cómo se abre el cielo. Y brillan de esperanza los rostros de los hombres, y cargan en sus brazos haces de palmas, con que alfombran la tierra, y con las espadas de combate hacen en alto bóveda para que pase bajo ellas, cubierto de ramas de roble y viejo heno, el cuerpo del guerrero victorioso. Va a reposar, el que lo dio todo de sí­, e hizo bien a los otros. Va a trabajar de nuevo, el que hizo mal su trabajo en esta vida. (...) ¿Que quién fue ese que ha muerto? Pues lo sabe toda la tierra. Fue un hombre que se halló vivo, se sacudió de los hombros todos esos mantos y de los ojos todas esas vendas, que los tiempos pasados echan sobre los hombres, y vivió faz a faz con la naturaleza, como si toda la tierra fuese su hogar; y el sol su propio sol, y él patriarca. Fue uno de aquellos a quienes la naturaleza se revela, y se abre, y extiende los múltiples brazos, como para cubrir con ellos el cuerpo todo de su hijo. Fue de aquellos a quienes es dada la ciencia suma, la calma suma, el goce sumo. Toda la naturaleza palpitaba ante él, como una desposada."[16]

Los textos – ensayos de Martí­, son joyas hermenéuticas ecosóficas. Es que su ensayismo mismo, es una mónada[17], donde se refleja el mundo entero como cosmos, como universo, como naturaleza, ¿Y por qué no como cultura, si para el Apóstol cubano, la relación hombre – naturaleza, es un proceso donde la naturaleza se humaniza y el hombre se naturaliza? Una eterna comunión, a manera de recí­proca conversión. "La vida - refiere a Emerson - no le inquieta: está contento, puesto que obra bien: lo que importa es ser virtuoso: «la virtud es la llave de oro que abre las puertas de la Eternidad»: la vida no es solo el comercio ni el gobierno, sino a más, el comercio con las fuerzas de la naturaleza y el gobierno de sí­: de aquellas viene este: el orden universal inspira el orden individual: la alegrí­a es cierta, y es la impresión suma, luego, sea cualquiera la verdad sobre todas las cosas misteriosas, es racional que ha de hacerse lo que produce alegrí­a real, superior a toda otra clase de alegrí­a, que es la virtud: la vida no es más que «una estación en la naturaleza» (...) mejor que rebelarse es vivir adelantando, por el ejercicio honesto del espí­ritu sentidor y pensador.[18]

La hermenéutica ecosófica discursiva martiana, interpreta la realidad con sentido cósmico, porque ella misma es un Cosmos pensante que siente, actúa, valora y se comunica. Una comunicación que no pone lí­mite. Se despliega como Logos buscador que unifica y diversifica para captar el todo vivo como sistema abierto. El objeto de la vida, y también la verdad que afanosamente buscamos, no son aprioris dado en sí­ y por sí­. Son procesos complejos culturales. "¿Y el objeto de la vida?- Pregunta Martí­- El objeto de la vida es la satisfacción del anhelo de perfecta hermosura; porque como la virtud hace hermosos los lugares en que obra, así­ los lugares hermosos obran sobre la virtud. Hay carácter moral en todos los elementos de la naturaleza: puesto que todos avivan este carácter en el hombre, puesto que todos lo producen, todos lo tienen. Así­, son una la verdad, que es la hermosura en el juicio; la bondad, que es la hermosura en los afectos; y la mera belleza, que es la hermosura en el arte. El arte no es más que la naturaleza creada por el hombre. De esta intermezcla no se sale jamás. La naturaleza se postra ante el hombre- y le da sus diferencias, para que perfeccione su juicio; sus maravillas, para que avive su voluntad a imitarlas; sus exigencias, para que eduque su espí­ritu en el trabajo, en las contrariedades, y en la virtud que las vence. La naturaleza da al hombre sus objetos, que se reflejan en su mente, la cual gobierna su habla, en la que cada objeto va a transformarse en un sonido. Los astros son mensajeros de hermosuras, y lo sublime perpetuo. El bosque vuelve al hombre a la razón y a la fe, y es la juventud perpetua. El bosque alegra, como una buena acción. La naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre. Y el hombre no se halla completo, ni se revela a sí­ mismo, ni ve lo invisible, sino en su í­ntima relación con la naturaleza. El Universo va en múltiples formas a dar en el hombre, como los radios al centro del cí­rculo, y el hombre va con los múltiples actos de su voluntad a obrar sobre el Universo, como radios que parten del centro. El Universo, con ser múltiple, es uno: la música puede imitar el movimiento y los colores de la serpiente. La locomotora es el elefante de la creación del hombre, potente y colosal como los elefantes. Solo el grado de calor hace diversas el agua que corre por el cauce del rí­o y las piedras que el rí­o baña. Y en todo ese Universo múltiple, todo acontece, a modo de sí­mbolo del ser humano, como acontece en el hombre. Va el humo al aire como a la Infinidad el pensamiento. Se mueven y encrespan las aguas de los mares como los afectos en el alma".[19]

La hermenéutica ecosófica martiana, dirigida a "una nueva inteligencia del oikos (de la casa del mundo) y a una renovación práctica del ethos (de los modos de habitar)", deviene aprehensión comprensiva cósmica, sobre la base de la analogí­a, la diferencia y el amor fundante del hombre virtuoso. Una interpretación pletórica de razón y sensibilidad natural humanas.

Hay una concepción unitaria del ser complejo, cualificado por la analogí­a, el equilibrio y la armoní­a universal. "Martí­ vivió -dice Vitier- como una fuerza espiritual -eso era en esencia- en contacto perpetuo con el misterio del universo. Recuérdese aquella lí­nea de sus versos sencillos: "y crece en mi cuerpo el mundo"

De ahí­ que sintiera como suyo ese modo de panteí­smo que vibra en Emerson, desligado de todo credo formal. Así­ dice Martí­: "Para él no hay cirios como los astros, ni altares como los montes, ni predicadores como las noches palpitantes y profundas."[20]

Quién lea los Versos Sencillos hallará no pocas estrofas transidas de eso que pudiéramos denominar sensibilidad cósmica. Se siente allí­ un espí­ritu atraí­do por la Naturaleza, ganoso de descansar de los hombres...

"Yo sé de Egipto y Nigricia,

de Persia y de Jenofonte,

y prefiero la caricia

del aire fresco del monte."

"Yo sé las historias viejas

del hombre y de sus rencillas,

y prefiero las abejas

volando en las campanillas."[21]

Al sentido cósmico, presente en el pensamiento filosófico de Martí­, M. Vitier agrega, el finalismo, que según él, "(...) late acá y allá en sus artí­culos. Recuérdese esta aserción suya: "corren leyes magní­ficas por las entrañas de la Historia". Esos credos, que caen en lo metafí­sico, le robustecí­an la fe en cosas más inmediatas y palpables. He ahí­ cómo lo cotidiano se nutre de lo eterno. Esa es la unidad profunda que vio. Vidente, pues, en ese sentido.

A veces declara explí­citamente su visión de la existencia. Es insustituible su texto a ese respecto: "Que el Universo haya sido formado por procedimientos lentos, metódicos y análogos, ni anuncia el fin de la Naturaleza ni contradice la existencia de los hechos espirituales". Insiste en eso -en la sustantividad de lo espiritual-. El le halla esfera propia. También gravitan sus concepciones en torno a la unidad de todo. Por eso dice: "El Universo, con ser múltiple, es uno".[22]

En la Cosmovisión martiana, la espiritualidad del hombre es esencial, su subjetividad, como agente histórico-cultural. Lo que no significa que lo hiperbolice. Para él, lo material y lo espiritual constituyen una unidad inseparable. Recuérdese la polémica en el Liceo Hidalgo, de México. Incluso aboga por una filosofí­a de la relación que no separe lo ideal y lo material, que no discurra hacia los extremos. Simplemente que lo aborde en su relación, pues "Yo no afirmarí­a la relación constante y armónica del espí­ritu y el cuerpo, si yo no fuera su confirmación''[23].

Hay en Martí­, en su pensamiento, acuciantes notas espiritualistas. Cree en la preexistencia y postexistencia del alma, en la superioridad del espí­ritu, sin embargo no se desliga de la realidad inmediata. Sus convicciones ideopolí­ticas (culturales) terrenalizan su tendencia especulativa, sin matar su raí­z utópica y su miraje hacia lo absoluto y lo grande, pues en su criterio: "menguada cosa es lo relativo que no despierta al pensamiento de lo absoluto. Todo ha de hacerse -declara Martí­, de manera que lleve la mente a lo general y a lo grande. La filosofí­a no es más que el secreto de la relación de las varias formas de existencia".[24]

En su epistemologí­a hermenéutica somete a crí­tica el apriorismo y el subjetivismo. Defiende la analogí­a sin absolutizaciones estériles. Considera la realidad como fuente del conocimiento. "En el hombre, -cree Martí­- hay fuerza pensante, pero esta fuerza no se despierta ni desarrolla, sin cosas pensantes."[25] Además "hay armoní­a entre las verdades, porque hay armoní­a entre las cosas".[26]

Su epistemologí­a, siguiendo la tradición cubana, se expresa como sensorracionalismo, donde lo sensorial y lo racional son dos momentos de una unidad y un proceso único inseparable, en pos de la aprehensión cósmica de la realidad.

Al mismo tiempo, su siempre razón utópica -rasgo propio de los grandes pensadores fundadores- no lo lleva a separar la teorí­a de la práctica.

El "espiritualismo martiano", la sustantivación de la subjetividad humana, tampoco restan valor a su hermenéutica ecosófica. En su concepción, el hombre, como sujeto socio-cultural, reproduce de forma compendiada la totalidad del Universo. La naturaleza -concepto amplio en Martí­- integra todo, lo espiritual y lo material[27]; pero el hombre, es por sobre todas las cosas, un ser activo, hacedor de historia, cultura, y al mismo tiempo, condicionado sociohistóricamente, pues "nada es un hombre en sí­, y lo que es, lo pone en él su pueblo".[28]

Una hermenéutica ecosófica puede hacer mucho en los tiempos actuales, si es capaz de interpretar el espí­ritu del mundo con ansia de humanidad, y aprehender la conducta del hombre en su complejidad real, como eticidad concreta, sin imposiciones epistemológicas ni abstractos apriorismos. Interpretar la realidad subjetivamente, y seguir la lógica especial del objeto especial, y no dar la espalda al drama humano, como aconsejaba Marx, no pueden pasar inadvertidos, si se quiere "hacer camino al andar"...

Y hay que hacer camino al andar... No queda otra alternativa, si queremos que emerja una cultura del ser y una ética del género humano que garanticen la existencia de la vida presente y futura.

[1] Sobre esto ver de Buganza, J. íšltimos Apuntes de Mauricio Beuchot sobre Hermenéutica Analógica. Revista Razón y palabra junio- julio 51. www. Razón y palabra.org.mx. En este trabajo se comenta cómo Mauricio Beuchot hace hincapié en la necesidad de la aplicación concreta de la hermenéutica analógica. "Mauricio Beuchot también comenta, explora y desarrolla su propuesta filosófica con otros filósofos para ensancharla cada vez más. Hay un libro recién publicado, titulado Puentes hermenéuticos hacia las humanidades y la cultura, donde hace estos comentarios. El tí­tulo del libro conviene muy bien porque lo que Beuchot establece son, precisamente, puentes interpretativos hacia diversas áreas de las humanidades y la cultura en general (por ejemplo, hacia la psicologí­a, la pedagogí­a, la filosofí­a de la cultura, la polí­tica, la literatura, etcétera). Y esos puentes, hay que decirlo, los traza Beuchot siguiendo muy de cerca a quienes han discutido y ensanchado al movimiento de la hermenéutica analógica, a quienes cita y comenta". (Revista Razón y palabra junio- julio 51. www. Razón y palabra. org.mx)

[2] Ya sabemos que la superación dialéctica no elimina lo superado. Lo integra a la totalidad, pero con mayor riqueza en mediaciones.

[3] "La concepción espiritual y cosmológica de la ecosofí­a ofrece la posibilidad de contemplar el universo como un todo que se origina en cada uno de nosotros. Pensarnos un centro cualquiera de este multiverso que se expande a partir de lo que somos, y a la vez, sabernos un reflejo de ese orden, un microcosmos" (Iglesia, M. Entrevista a Alex Escamilla, colaborador de Rebelión. Ecosofí­a, la filosofí­a unida a la tierra. http://www.revistafusion.com/2007/junio/report165.htm)

.

[4]Iglesia, M. Entrevista a Alex Escamilla, colaborador de Rebelión. Ecosofí­a, la filosofí­a unida a la tierra. http://www.revistafusion.com/2007/junio/report165.htm

[5] (Etnografí­a de los Actos de Habla Escolar (Parte 3) - ílvaro León Perico. Xexus. Ventana cultural. http.)

[6] Lo subrayado en negrita es mí­o. R. P.

[7] Iglesia, M. Entrevista a Alex Escamilla, colaborador de Rebelión. Ecosofí­a, la filosofí­a unida a la tierra. http://www.revistafusion.com/2007/junio/report165.htm

[8] Puede verse la obra de Edgar Morin, desde el método, hasta Ciencia con conciencia, Los siete saberes necesarios de la educación del futuro, Vivir en la era planetaria, etc.

[9] Iglesia, M. Entrevista a Alex Escamilla, colaborador de Rebelión. Ecosofí­a, la filosofí­a unida a la tierra. http://www.revistafusion.com/2007/junio/report165.htm

[10] "Sin un cambio en el campo de las disposiciones cognitivas, no es posible ningún cambio social y polí­tico. Toda revolución social presupone una revolución cultural. Lo que tu llamas ideas distorsionadas, merecerí­an un análisis profundo de los distintos detalles y métodos que acrí­ticamente nos inducen a aceptarlas. Muchas de las cosas que adquirimos, demasiadas actividades que realizamos, no nos ayudan a potenciar nuestras capacidades como seres pertenecientes a una comunidad viva, y en cambio sí­ perpetúan una cultura basada en la explotación del hombre y la naturaleza" (Iglesia, M. Entrevista a Alex Escamilla, colaborador de Rebelión. Ecosofí­a, la filosofí­a unida a la tierra. http://www.revistafusion.com/2007/junio/report165.htm).

[11] Hernández, E. Ecosofí­a: el nuevo nombre de la filosofí­a polí­tica. http. Antroposmoderno.com

[12] Ibí­dem.

[13] Lo subrayado en negrita es mí­o. R. P.

[14] "Para mí­ â€“ responde Guattari - la distinción no se impone: todos los objetos son objetos de modelización. El concepto en su carácter creativo, de aglomeración de componentes heterogéneos y al mismo tiempo de unidades autopoiéticas, es el objeto. El objeto ecosistémico es un objeto de metamodelización en el sentido en que tiene la pretensión de englobar las diferentes modelizaciones que se nos proponen: de tipo marxista, de tipo animista, de tipo estético. Podemos ver, entonces, como se articulan los sistemas de valores, mucho más que oponer de manera maniqueí­sta unos a otros" ¿Qué es la ecosofí­a? Entrevista a Félix Guattari. http//inmanencias. Blogspot.com/

[15] ¿Qué es la ecosofí­a? Entrevista a Félix Guattari. http//inmanencias. Blogspot.com/

[16] Martí­, J. Emerson. Obras Completas. Tomo 13. Editorial nacional de Cuba, La Habana, 1964, pp. 17 – 18.

[17] En la filosofí­a de Leibniz, el Universo se compone de innumerables centros conscientes de fuerza espiritual o energí­a, conocidos como mónadas. Cada monada representa un microcosmos individual, que refleja el Universo en diversos grados de perfección y evolucionan con independencia del resto de las mónadas.

[18]Martí­, J. Emerson. Obras Completas. Tomo 13. Editorial nacional de Cuba, La Habana, 1964, pp. 24 – 25.

[19] Ibí­dem, pp. 25 – 26.

[20] Ibí­dem

[21] Vitier, M. Valoraciones II. Universidad Central de Las Villas, 1961, p. 99.

[22] Ibí­dem, p. 101.

[23] Martí­, J. Juicios. Filosofí­a. Obras Completas. Tomo XIX. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1967, p. 362.

[24] Martí­, J. El poema del Niágara, O.C. T. 7. Edit. Nacional.de Cuba, La Habana, 1962, p. 232.

[25] Martí­, J. Cuadernos de Apuntes, O. C. T. 21 Edit. Nacional de Cuba, La Habana, 1965, p. 54.

[26]Ibí­dem, p. 55.

[27]¿Qué es la Naturaleza? El pino agreste, el viejo roble, el bravo mar, los rí­os que van al mar como a la Eternidad vamos los hombres: la Naturaleza es el rayo de luz que penetra las nubes y se hace arcoiris; el espí­ritu humano que se acerca y se eleva con las (palabra ininteligible) nubes del alma, y se hace bienaventurado. Naturaleza es todo lo que existe, en toda forma, -espí­ritus y cuerpos-; corrientes esclavas en su cauce; raí­ces esclavas en la tierra; pies esclavos como las raí­ces; almas, menos esclavas que los pies. El misterioso mundo í­ntimo, el maravilloso mundo externo, cuanto es, deforme o luminoso u oscuro, cercano o lejano, vasto o raquí­tico, licuoso o terroso, regular todo, medido todo menos el cielo y el alma de los hombres, es Naturaleza. (Martí­, J. Juicios. Filosofí­a. Tomo XIX. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1967, p. 364).

[28]Martí­, J. Henry Ward Beecher, O. C. T. 13. Edit. Nacional de Cuba, La Habana, 1964, p. 34.