La modernidad está matando muchas de las iniciativas juveniles clásicas.
La cibernética es el mejor ejemplo, pues cada vez más frecuentemente vemos a jóvenes sumidos en un asiento operando su celular, en vez de practicar algún deporte.
Sucede lo mismo con los alegres y formativos entretenimientos al aire libre que fueron sustituidos por largas, tristes y solitarias jornadas juveniles frente a una computadora dentro de la casa.
Ya es imposible ver a un grupo de jóvenes jugando a “Los encantados”, o a “La pericocha”, o al “Burro-bala”, juegos que fortalecían la amistad entre los participantes y enseñaban a batallar por el triunfo y a soportar la derrota, además de entender cuándo es ya un juego nuevo, y que lo hecho en el anterior no cuenta. Eran grandes lecciones de vida.
Ni de broma habrá ahora algún joven que sufra, por ejemplo, el esfuerzo imaginativo que yo tuve por largos meses en mi niñez tratando de imaginar qué cara tendría yo de viejo.
Ahora ya no batallan, existen aplicaciones en el celular que distorsionan los rasgos de la cara en una fotografía para aparecer con aspecto de guasón, de viejito, y hasta de conejo.
La modernidad está formando generaciones de individuos con grandes conocimientos o al menos sabiendo la forma de acceder a ellos, pero que no entienden cómo interactuar con sus iguales.
Generaciones con imaginación limitada, y con el enfoque perverso de competir para ganar puntos eliminando a sus competidores.