02/May/2024
Editoriales

El bendito alumbrado público

Actualmente hay ciudades en Estados Unidos que están reglamentando el uso del alumbrado público para que se apague a determinado horario, pues la oscuridad es necesaria para disfrutar de las maravillas que ofrece la bóveda celeste, con las estrellas y sus constelaciones.

 Claro que en esas ciudades está resuelto el asunto de la inseguridad, pero desafortunadamente en nuestro México tenemos claro que un foco nos cuida mejor que un policía. La historia del alumbrado público es muy interesante, y para entenderlo mejor debemos saber que los dos primeros siglos de la recién fundada Ciudad de México transcurrieron sin que tuviera alumbrado público. 

 A eso se debía que al caer la tarde era difícil encontrar gente en las calles, y las actividades cotidianas terminaban cuando el sol se ocultaba. Algunas casas colocaban un farol, más por aspectos de seguridad, que por cortesía a los trasnochados. 

 Como las casas eran altas, la iluminación interior de las velas o candelabros no iluminaban las banquetas, menos las calles. 

 Hasta que el 23 de septiembre de 1762, el corregidor Tomás de Rivera Santa Cruz dictó un bando ordenando a los dueños de las casas que debían colgar al frente un faro de vidrio con luz y que estuviera encendido hasta las once de la noche. Pero apenas habían pasado algunas pocas semanas cuando muy pocas casas tenían ese faro encendido. En julio de 1768 y en septiembre de 1776 volvió a mandarse la puesta de faroles, y la única calle que permanecía alumbrada era la de don Juan Manuel, hoy República de Uruguay, pues sus vecinos estuvieron de acuerdo en invertir en el combustible que se gastaba. 

 Esto duró hasta que el nuevo virrey, segundo conde de Revillagigedo, inició un programa de embellecimiento de la ciudad. Ordenó limpiar las calles, procurar la realización del drenaje, y el 15 de abril de 1790 se estableció el sistema de alumbrado público por cuenta exclusiva del gobierno. En el México independiente, en víspera de la guerra de Reforma, el 2 de agosto de 1857, el presidente Comonfort inauguró el alumbrado de gas. Luego, durante el porfiriato, se impulsó la obra iniciada desde el México virreinal, al grado que en junio de 1870 la ciudad tenía 630 focos de 2000 bujías. 630 de 1200 bujías, 125 lámparas incandescentes de 50 bujías y 14 de 35 bujías. 

 Lo que comentamos al principio de este texto se comprueba al ver los actuales programas municipales de mantenimiento y ampliación de la red de luminarias públicas, con inversiones que sustituyen una parte del gasto policial, pues en el cobijo de la oscuridad se han perpetrado muchos delitos. 

 

 Además, toda la población agradece que las autoridades inviertan en mantener en buen nivel el servicio de alumbrado público, y ni siquiera pensar en una iniciativa para que la ciudad quede a oscuras para tomar clases de astronomía, pues eso significaría que los ratones estarían de fiesta como si el gato anduviera de vacaciones.