20/Apr/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

Julio 26 de 1829: desembarca en Cabo Rojo, Veracruz, cerca del puerto de Tampico, el guerrero español Isidro Barradas con la misión de reconquistar México. Barradas pensaba, pues así le habían hecho saber algunos mexicanos traidores, que había muchísimos que se le sumarían, así que con sólo 2 mil 700 hombres en una flotilla integrada por el buque El Soberano, dos fragatas, dos cañoneros y quince buques de transporte, comandada por el almirante Ángel Laborde, sería más que suficiente. Los barcos –que nomás los dejaron en tierra- se regresaron a Cuba, de donde habían salido, pues así era el proyecto de ocupación del territorio nacional. Antonio López de Santa Ana, jefe de la zona de Veracruz, así como el general Felipe de la Garza, que estaba a cargo del puerto de Tampico, enfrentaron esta invasión. De la expedición Barradas y suscrito por él mismo, salió una proclama dirigida al ejército mexicano que decía más o menos así:

“Cuando ustedes servían al rey, estaban bien uniformados, bien pagados y alimentados; hoy, ese que se dice vuestro gobierno, los tiene desnudos, sin rancho ni paga. Antes servían bajo el imperio del orden para sostener a sus familias, a la tranquilidad y a la religión, pero hoy son juguete de unos cuantos jefes de partido, que con sus pasiones mueven y amotinan a los pueblos para ensalzar a un general, o derribar a un presidente, o a sostener los asquerosos templos de los francmasones yorkinos y escoceses.

Oficiales del ejército mexicano: vengan a nuestras filas, al lado de sus antiguos compañeros de armas, que desean como buenos compañeros, daros un abrazo. Se les conservarán su empleo actual y se le gratificará con media onza de oro al que se presente con fusil”. Nadie lo peló y en cambio, Santa Anna lo derrotó claramente en la batalla de Pueblo Viejo, el 11 de septiembre de 1829, regresándolos (a los sobrevivientes rendidos) a la Habana. El daño mayor que hicieron a México estos expedicionarios al mando de Barradas, es que dieron pie al nacimiento de una estrella política que brilló en el cielo mexicano de ahí en adelante: Antonio López de Santa Anna.