26/Apr/2024
Editoriales

Juan Rulfo

Es el autor de Pedro Páramo y El llano en llamas. Ciertamente su obra es escasa, pero tiene una sorprendente calidad. Se le otorgó el premio Príncipe de Asturias en 1983, y sus libros han sido traducidos a cincuenta idiomas, pues además de la indiscutible perfección, supo imprimir en sus obras algunas de las páginas más violentas y enigmáticas de la prosa latinoamericana. Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno nació en el pueblo de Apulco, municipio de Sayula, Jalisco, el 16 de mayo de 1917, muriendo en la ciudad de México el 7 de enero de 1986.

Vivió la rebelión cristera donde su familia perdió toda su fortuna. Huérfano vivió en Guadalajara y en la biblioteca de San Gabriel de la escuela de monjas josefinas tuvo su primer contacto con los libros. Internado en el orfanatorio Luis Silva, institución de rigor semi carcelario, Rulfo dijo después que “Lo único que aprendí allí fue a deprimirme”. Se fue a México donde estudió literatura e historia del arte en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, al tiempo que trabajaba de recaudador de impuestos, agente de migración dedicado a perseguir inmigrantes ilegales y clandestinos, pero jamás atrapó a uno.

Escribió su primera novela en 1940 acerca de la ciudad de México, pero desafortunadamente no quedan registros. Escribió su primer relato “La vida no es muy seria en sus cosas”, publicado en 1942, y en 1945 “Nos han dado la tierra”, que luego lo incluiría en El llano en llamas. En 1940 conoció a Clara Aparicio con quien se casó en 1948, procreando cuatro hijos. En 1952 fue becado por el Centro Mexicano de Escritores, lo que le permitió escribir El llano en llamas. Y en 1955 apareció Pedro Páramo, novela que retoma el lugar de acción de algunos de sus relatos: Comala, con esa procesión de gente oscura, empobrecida y desahuciada tras el fracaso de la revolución. Su siguiente novela El gallo de oro, escrita entre 1956 y 1958 se publicaría hasta 1980. Toda su obra completa no suma trescientas páginas, pero en cada una de ellas están escritas palabras irreemplazables y determinantes para el objetivo del texto. Debo decir que después de Rulfo, ningún otro escritor mexicano me ha gustado tanto.