19/Apr/2024
Editoriales

Arturo de la Garza ya tendría la solución

Su nombre regresa cíclicamente al menos dos veces al año, los días primero de agosto y veintiocho de enero.

Además lo recordamos siempre que enfrentamos alguna disyuntiva, preguntándonos ¿qué haría Don Arturo en este caso?

Sin proponérnoslo sus amigos lo imitamos, guardando las debidas proporciones, aún sabiendo que nos falta lo que a él le sobraba: carácter.

Ahí se encuentra la falla de esta fórmula para solucionar problemas, pues suponiendo que pudiéramos extrapolar sus posturas ante cierto reto, no tenemos el tamaño que se requiere para hacer lo que debemos.

El carácter se forja sólo cumpliendo el deber una y otra vez, hasta que se convierte en la naturaleza de una persona. 

Don Arturo de la Garza González era un tipo que invariablemente hacía lo que debía hacer aunque algunas veces no lo entendiera la gente; no le importaba lo que pensaran de él quienes observaban sus actos, porque todo lo que hacía era público, siempre trascendía; y actuaba como debía actuar y punto.

Su carácter era la señal espiritual de su experiencia en la vida.

Tenía setenta y cuatro años de edad, una bella esposa, cinco hijos, y un montón de amigos… 

Han pasado once años de su partida, tiempo que se ha sumado como una exhalación a su edad, que ahora sería de ochenta y cinco, lo que significa que habría aprendido mucho más con los grandes fenómenos actuales.

Fenómenos sociales como la libertad sexual, la irrupción de la mujer y los jóvenes en los niveles de toma de decisiones.

Fenómenos políticos electorales internacionales, nacionales, estatales y municipales.

Fenómenos socio económicos de carestía, inflación, escasez y migración.

La pandemia y sus desastrosos efectos en la educación, la economía, y el deporte… 

La sequía, la creciente inseguridad, la venta de Banamex, los yerros gubernamentales… 

Cómo nos hace falta su opinión, y su singular forma de interpretar el devenir cotidiano que ha cambiado tanto en estos once años.

Este celebérrimo señor convertido en mito, cumplió con el requisito para acceder a la inmortalidad: llegó precedido de un sacrificio.