Corre la especie en México de que el gran hacedor de la madre de todas las transformaciones pronto ordenará que la Suprema Corte de Justicia de la Nación sea una dependencia más del Ejecutivo, que desaparezca la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
Y todo justo cuando está a punto de nacer una Guardia Nacional que, a pesar de haberse votado en el Legislativo para que no quedara en manos de un militar, se rumora que su director sería un ex militar, quien previamente renunciará o pedirá vacaciones a la SEDENA para dirigir este nuevo instrumento de combate a la delincuencia.
En la acera de enfrente hay, clandestinamente enterrados, cualquier cantidad de cuerpos pertenecientes a víctimas de la delincuencia organizada. La violencia no cesa, y lo menos que uno esperaría es que se clausurara una de las escasas entidades que existen para proteger moral y jurídicamente los derechos humanos de todos, de víctimas y hasta de victimarios.
Parece ser un plan absolutista para erradicar los principios universales de Montesquieu, de cancelar la separación de poderes y la ley de pesos y contrapesos. ¿Cómo y ante quién podría defenderse un mexicano perseguido por una Guardia Nacional que llegara a pervertirse como las instituciones castrenses que reemplazará?