A principios de abril de 1945, Viena fue ocupada por las tropas rusas, que se comportaron decentemente, si comparamos lo que hacían en pueblos alemanes queriendo vengar las afrentas y crímenes de guerra cometidos por los nazis.

La mayoría de esos soldados rusos que entraron a Viena venían de aldeas asiáticas muy atrasadas en su desarrollo, así que se impresionaron con las bellezas y el arte que encontraron en la preciosa ciudad centroeuropea. Cuando los rusos penetraron a las casas, se sorprendieron entre otras cosas, con los inodoros que estaban en el baño pues no sabían para qué servían.

Algunos creyeron que se trataba de ¡un frigorífico! Y hasta hubo quienes metieron sus alimentos para que se refrescaran con el agua, pero luego vieron con horror que cuando le estiraban a la cadena sus alimentos desaparecían por el drenaje, lo cual les enfureció pensando que los dueños de la casa estaba saboteando el funcionamiento de aquella nevera. Hay anécdotas simpatiquísimas de la reconstrucción de los interrogatorios a los azorados habitantes de las casas, quienes tuvieron que explicarles (con señas) a sus nuevos huéspedes el funcionamiento de los inodoros, que no era exactamente lo que ellos pensaban sino que sus funciones son por así decirlo, contrarias.