30/Apr/2024
Editoriales

Cuidadete con el desánimo

La mejor manera de conseguir la paz es estar preparado para la guerra.

 Y en las estrategias del arte de la guerra, el elemento de sorpresa es importante, pues funciona como un mensaje que muchas veces impacta negativamente al enemigo igual o más que los ataques directos.

 Durante la Segunda Guerra Mundial, Hitler ordenó una invasión a Rusia, y los soviéticos no estaban preparados para responder adecuadamente.

 Sin embargo, reaccionaron defendiéndose con sorpresivas estrategias atípicas.

 Por ejemplo, les dejaron paso libre a los alemanes para que se internaran en su frío territorio, ellos lo hicieron hasta que la nieve ya no les permitió avanzar más y estuvieron buen tiempo defendiéndose de los efectos del clima más que de los propios rusos.

 Y luego los rusos utilizaron trucos que desalentaban al enemigo. 

 Entrenaron una jauría de perros para obtener comida si corrían debajo de un vehículo acorazado, así que les colocaban explosivos en el lomo y los soltaban cerca de los blindados alemanes.

 Los perros se lanzaban a buscar comida y como les ponían una vara vertical atada al explosivo, cuando chocaba con los bajos del vehículo, explotaba.

 Obvio que eso sólo funcionó como arma mortal pocas veces, pues los alemanes ya esperaban a los perros y los acribillaban antes de que llegaran.

 Pero los rusos les seguían enviando perros que los ponían nerviosos, y la moral alemana comenzaba a declinar.

 Otro truco era el colocar de noche frente a las posiciones alemanas un espantapájaros caricaturizando a Hitler, con su característico bigote.

 Por la mañana con megáfonos les invitaban a los soldados alemanes a disparar a los espantapájaros, a sabiendas de que entre los nazis había desencanto con su Führer por el error cometido al ordenar la invasión en esa estación invernal.

 Los alemanes no podían permitir esa afrenta así que enviaban a varios soldados a retirar el ignominioso muñeco. Si conseguían evadir las balas contrarias, se enfrentaban a la última broma: en el interior del muñeco había varias granadas que explotaban al moverlo.

 Luego, en la larga batalla de Leningrado, los soviéticos instalaron altavoces potentes y emitían música de tangos, pues sus psicólogos les dijeron que la melancolía les recordaría a sus enemigos su hogar y su familia y que cada vez sentían menos ganas de pelear tan lejos de casa.

 Al principio lo tomaron con buen humor y hasta bailaban algunos, pero pasados los primeros momentos de sorpresa, la moral de los soldados alemanes acusó el efecto de la tristeza.

 Esa incursión en terrenos soviéticos fue un fracaso para Hitler, y todo suma en una guerra

 Este principio es válido en todo, así que cuando recibamos estímulos para desanimarnos, debemos reaccionar positivamente, no nos dejemos caer porque con la moral baja, la victoria es casi imposible.

 

 Que de algo sirvan las odiosas guerras, pues todas son un curso intensivo de sobrevivencia.