03/May/2024
Editoriales

¿Qué crees que pasó?

Agosto 27 de 1808: La Inquisición de México emite un edicto prohibiendo la lectura de toda publicación que influya o apoye la insubordinación de las autoridades nacionales. El mismo día se emite la proclama del virrey llamando a la unión para resistir a Napoleón Bonaparte. No es casual que coincidan ambas cosas el mismo día, pues virreinato e inquisición eran dos elementos de la misma fórmula que trabajaban en binomio. Napoleón representó para España y desde luego para la Inquisición, el enemigo a vencer en aquella época.

Tan es así, que meses después, mediante los decretos de Chamartín –en diciembre de 1808- Napoleón abolió a la Inquisición, golpe casi mortal para esta organización de terror, que dejó de existir durante el reinado de José Bonaparte (1808 – 1812), y en 1813 los diputados liberales de las Cortes de Cádiz también aprobaron su abolición. Cuando Fernando VII regresó al trono, a partir de julio de 1814, tan sólo para volver a ser abolida durante el Trienio Liberal. La historia de la represión religiosa registra que la Inquisición fue sustituida por las llamadas Juntas de Fe, que en 1826 condenaron a Cayetano Ripoll, último hereje condenado en España en 1826.

En México para entonces ya estaba instalada la República, luego de que en 1821 nació el Imperio Mexicano a cargo de Agustín de Iturbide y posteriormente desapareció la figura monárquica para dar paso a la República con la constitución de 1824. Las paradojas de la vida hicieron que la Inquisición terminara favoreciendo a la Independencia nacional, pues la gente relacionaba al virreinato con ella -la Inquisición- y de esa forma se tuvo más fácilmente el necesario apoyo popular, pues los mexicanos ya sentían urgencia de vomitar a las autoridades reales por terror a la inquisición.