03/May/2024
Editoriales

Napoleón reconocía la capacidad antes que el vasallaje

Fue un extraordinario militar. Su éxito como tal es indiscutible, y se ha estudiado mucho cuál era el secreto de sus victorias militares, llegando a la conclusión de que se trataba de una inteligente combinación de varios factores. En primer lugar, ninguno  de sus enemigos sabía lo que Napoleón Bonaparte haría al día siguiente, pues su inventiva no tenía límites, guerreaba como si jugara al ajedrez. 

Siempre daba un golpe concentrado en un punto débil del enemigo, lo que requería de maniobras rápidas y despliegues magistrales, utilizando lo que más tenía: soldados, pues Francia hubo de reclutar a casi todos los hombres en edad de pelear para enfrentar sus desafíos militares. 

Así que Napoleón tenía a su disposición a miles de franceses -que son buenos guerreros en forma natural-, y por ello, en más de una ocasión declaró: No me pueden detener. En una ocasión fanfarroneó frente al ministro de Exteriores de Austria, el conde Metternich, complementando su dicho con: Gasto unos 30 mil hombres al mes. Y lo extraño es que entre sus soldados tenía una enorme popularidad, pues lo lógico sería que estuvieran molestos por el uso que les daba Bonaparte ya que los sacrificaba como en las jugadas del ajedrez se sacrifica a peones para salvar a un alfil, por ejemplo. 

Esta ilógica vinculación entre tiranos y adeptos es relativamente común en muchas sociedades de todos los tiempos, incluyendo el actual.

En este caso la tropa reconocía en el talento de l´Empereur al símbolo de la supremacía de Francia en el mundo. Claro que además, Napoleón era muy buen político pues promocionaba a sus hombres cuando daban resultados buenos en las batallas, como lo hizo con Michel Ney, a quien elevó al grado de Mariscal sin ser su amigo, sólo por sus méritos militares. 

Ah, si esa práctica la hicieran los mandatarios actuales del mundo veríamos, en vez de familiares y amigos de éstos en las altos puestos gubernamentales, como sucede hoy en Estados Unidos, México y Europa, a los mejores elementos, aunque no fueran sus prosélitos.