28/Apr/2024
Editoriales

MANOS HERMOSAS

Cuenta una leyenda que hace mucho tiempo vivían en un señorial palacio tres bellas damas.  Una mañana, mientras paseaban por el maravilloso jardín inundado del color verde con sus fuentes y coloridos vergeles, alguna sacó el tema y al rato las tres se preguntaban que cuál de ellas tendría las manos más hermosas.

La más trabajadora se llamaba Elena, y sus dedos se habían teñido del color rojo mientras cosechaba unas deliciosas fresas del huerto palaciego y que, además del bonito color, despedían un delicioso aroma, así que pensaba que las suyas eran las más hermosas.  

Otra bella dama era Antonieta, la más refinada en sus gustos y vestimentas, que había permanecido varias horas entre las rosas fragantes, y sus manos habían quedado impregnadas del inigualable perfume de rosas. Según su criterio, esa circunstancia le permitía tener las mejores y más hermosas manos.

Gaby, la más romántica y agraciada de rostro, llevaba largo rato jugueteando con el agua del claro arroyo que irrigaba el palacio y las gotas de agua en sus dedos resplandecían con los rayos solares como si fueran diamantes. Así que ella pensaba que sus manos eran las más hermosas.

Apenas iban a discutir el tema cuando llegó una muchacha menesterosa pidiéndoles una limosna. Las damas reales se apartaron discretamente de ella y pronto se alejaron. La muchacha pobre caminó hasta una cabaña cercana al palacio, en donde una mujer de piel tostada por el sol y arrugada por los años, con las manos manchadas por el trabajo, le dio un trozo de pan.

La mendiga - continúa diciendo la leyenda - se transformó en un ángel que apareció en la puerta del jardín y dijo:  ‘Las manos más hermosas son aquellas que están dispuestas a bendecir y ayudar a sus semejantes’.

Cuento sudamericano, versión libre mía