Un buen amigo que ahora es alto funcionario gubernamental me dijo sentirse mal porque este año no se realizaron, como siempre, los actos cívicos del mes de septiembre. Las limitaciones que implica la pandemia del Covid 19 fueron factores determinantes, aunque la escasez de recursos económicos es tan grave que tal vez hubiera sido motivo suficiente para cancelarlos.
Estos problemas son grandes -pandemia y economía famélica-, pero no los únicos que han impedido a lo largo de la historia conmemorar nuestras fechas patrias. Cuando se atraviesan los desacuerdos duele más, porque si algo no cuesta dinero es llegar a acuerdos políticos, sólo basta la voluntad de las partes. Sin embargo, paradójicamente, encontrar la paz política es una de las condiciones sociales más caras que existen.
Tal fue el caso de cuando nuestro país acababa de independizarse de España en 1821, y de adoptar el entonces popular sistema político de Monarquía. México tenía a un monarca mexicano, Agustín de Iturbide, formalmente Agustín I, cuya actuación política fue determinante en 1821 para finar la Guerra de Independencia que inició Hidalgo en 1810.
Era, por tanto, natural que Agustín I realizara los primeros festejos patrios, que fueron exactamente el 27 de septiembre de 1822, conmemorando el primer año de la independencia nacional, justamente en la fecha de cuando culminó la guerra que ya era prácticamente entre mexicanos de los bandos insurgente y realista, durando largos once años.
El monarca estaba acompañado de la plana mayor de la política: Vicente Guerrero, Pedro Celestino Negrete, Nicolás Bravo, Anastasio Bustamante, José Joaquín Parrés, José Antonio de Echávarri, José Joaquín de Herrera, Luis Quintanar, Miguel Barragán, Vicente Filisola, Antonio López de Santa Anna, Gaspar López (el comandante de las Provincias Internas de Oriente), y Mariano Laris. Con este acto Agustín de Iturbide daba inicio a la tradición de las fiestas patrias.
Y fue una celebración nacional, pues el mismo 27 de septiembre de 1822, en nuestra Ciudad de Monterrey, capital de la Provincia Imperial de Nuevo León, el gobernador José Alejandro de Treviño y Gutiérrez, celebró también las primeras fiestas patrias, pues así se la había instruido al Cabildo reinero.
Pero sucedió que medio año después, el 23 de marzo de 1823, el emperador Agustín de Iturbide abdicó, convirtiendo a nuestro país en un peligroso estado fallido. Porque no había un gobierno estable: el Congreso era heredado del Imperio; el poder Judicial era el mismo de la época colonial, pues nunca se renovó, y el Ejecutivo era un débil triunvirato, amenazado por las provincias que exigían federación, misma que aún no existía, por tanto, no se celebró nada ni el 15, 16 ni el 27 de septiembre.
Y eso que todos los miembros del Triunvirato eran héroes de la Independencia: Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria, y Vicente Guerrero. Sin embargo, ellos querían conservar el estatus de independencia y soberanía nacionales, más que festejarlas. Así que en septiembre de 1823 los miembros del triunvirato prefirieron emitir un decreto ordenando desmontar de los emblemas, palacios y uniformes las insignias imperiales. Desde luego que en Monterrey se cumplió la orden:
“En la Ciudad de Nuestra Señora de Monterrey a las veinte dias del mes de Octubre de mil ochocientos veinte y tres tercero y segundo Juntos en este dia en Cabildo ordinario los señores Don Francisco Tomás de Yglesias Alcalde 1o. constitucional de esta ciudad Don Pedro de la Garza Alcalde Segundo Don Nicanor Martinez Alcalde tercero Regidores Don Pedro Haro de Ayala, Don José Luis la Garza, Don Francisco Garcia Davila, Don Cayetano Garza Treviño, Don Rafael Arreola, Don Rafael Sanchez, sindico Procurador mas antiguo Don Julian de Llano habiendose leydo dos oficios… en derechizar al Señor Policia diciendole se ha tomado providencia ya para quitar las insignias Ymperiales cumpliendo en un todo con la superior orden del Supremo Gobierno de 27 de septiembre ultimo y satisfaciendo a lo que desea saber la Excelentísima Diputación Provincial instruira: El Secretario de este cuerpo en el oficio respectivo segun el señor del de su Excelenciapero que se le diga tambien que no se le contestan por el mismo conducto por donde los comunica a este Ayuntamiento por estar entendidos de que (ilegible) el unico por donde deben recibirse las superiores ordenes y decretos asi mismo acordaron que el Regidor Don Rafael Sanchez que quien se comisionó á pluralidad de votos mande quitar las coronas de las mazas y que sustituya en su lugar una Aguila sobre un ramo o como mas conveniente le parezca”
Desaparecieron las coronas imperiales y las de oliva, para surgir en su lugar la palabra República. Fue un septiembre sin fiestas, un interludio entre la muerte del Imperio y el nacimiento de la Federación desde marzo hasta diciembre de 1823, un periodo en el que no estaba claro el destino de Nuevo León, que podía convertirse en independiente, formar una nación con las demás provincias internas de oriente o bien como afortunadamente sucedió, unirse al resto de México.
Suspender ese año los festejos patrios resultó muy caro, porque la conciencia de lo nacional no fraguó en el momento justo, cuando ya no se dependía de “La Metrópoli”. No se tuvo que esperar mucho para pagar caro este error. Durante todo el siglo XIX, parecía que lo menos importante era el país, sino la búsqueda del poder. Hoy de nuevo es urgente reforzar nuestro nacionalismo, pues hay otras “metrópolis” que acechan nuestras riquezas.