Editoriales

El ferrocarril

En Francia se consiguió demostrar en 1955 que un tren eléctrico podía viajar a 320 kilómetros por hora. Aunque era un experimento, la noticia cimbró al mundo pues esto podía prácticamente acortar las distancias pues el tiempo es determinante para el transporte de personas y mercancías. Sin embargo, los japoneses, que tienen como norma mejorar todo lo que se invente en occidente, para 1964 inauguraron el “Nuevo Tokaido” uniendo a Tokio con Osaka venciendo una distancia de 500 kilómetros.

Ciertamente no alcanzaba la velocidad del experimento francés, pero en promedio corría a 200 kilómetros por hora, convirtiéndose desde luego en el servicio más rápido del mundo en ese momento. La ingeniería siguió avanzando y en Francia se tiene ahora el TGV, o sea el tren de gran velocidad, que inició en septiembre de 1981, dando servicio entre París y Lyon a una velocidad de 370 kilómetros por hora, compitiendo con el transporte aéreo, pues son 480 kilómetros y el pasajero tarda dos horas y media, mientras que en el avión se requiere estar una hora antes en el aeropuerto y de la terminal de llegada al centro de la ciudad se pierde otra hora, por lo que uno tarda lo mismo en el tren, pero es más caro viajar en el avión.

El monorriel es el sistema más conocido de los modernos. Existe en Europa –sobre todo en Alemania occidental-, en Japón y en Estados Unidos. Es espectacular por su aparatoso diseño, pero no es muy rápido, así que no se le ve gran futuro. En cambio, los sistemas en los que el tren no pisa la vía, son el futuro, pues se evita la fricción entre los fierros. En Gran Bretaña y en Francia se construyó el llamado “hovertren” que se suspende encima de la vía por un cojín de aire.

Sin embargo, lo nuevo, aunque aún en forma experimental, es el sistema que, al conectar una corriente, las fuerzas opuestas de los electroimanes eleven el tren sobre la vía, ahorrándose gran cantidad de energía. Qué triste es ver a nuestro México sin un sistema de ferrocarril competitivo, pues le apostamos al automotor y nos llenamos de automóviles y camiones, tanto en las carreteras como en las ciudades. Este es un error estratégico que estamos pagando caro, cuando en tiempos de Porfirio Díaz teníamos una red de ferrocarriles muy eficiente. Ya quisiéramos volver a viajar en el tren a CDMX, como cuando nos íbamos de noche en el Regiomontano, y llegábamos de día a la capital.