Editoriales

El obsoleto saqueo de Bagdad

En 1259 hubo una importante batalla que ganó el nieto de Gengis Kan, llamado Hulagu Kan: la mítica ciudad de Bagdad, capital de los califas abasíes cayó en sus ásperas manos.

Y para colmar las expectativas que de él se tenía en Mongolia, las primeras instrucciones que dio a su tropa fueron terribles, de arrasar con todo.

Asesinaron sin piedad a miles de los habitantes inocentes de la gran ciudad, y al califa lo envolvieron en una alfombra para luego ser pateado por los caballos hasta que murió.

Eso de la envoltura fue porque los mongoles creían que ofenderían a la tierra si se derramaba en ella sangre real.

Así que, realizada la pulcra ejecución, tocó el turno a la Gran Biblioteca, misma que fue destrozada y todos sus libros lanzados al río Tigris.

Eran tantos volúmenes de libros, que se decía que se podría atravesar el río a caballo, el cual, según la crónica árabe, “corría negro de la tinta de los estudiosos y rojo de la sangre de los mártires”.

En estos tiempos actuales no podría celebrarse un acto tan cruel.

Podrán eliminar a los siete millones de iraquíes, pero iCloud y la nube de Apple hacen imposible mojar los textos escritos.