Uno de los hombres a quien más admiré se llamaba Don Augusto Monterroso. Para justificarlo, sólo transcribiré un textito suyo que se llama “Cómo acercarse a las fábulas”:
Con precaución, como a cualquier cosa pequeña. Pero sin miedo.
Finalmente descubrirá que ninguna fábula es dañina, excepto cuando alcanza a verse en ella alguna enseñanza. Esto es malo.
Si no fuera malo, el mundo se regiría por las fábulas de Esopo; pero en tal caso desaparecería todo lo que hace interesante al mundo, como los ricos, los prejuicios raciales, el color de la ropa interior y la guerra; y el mundo sería entonces muy aburrido, porque no habría heridos para las sillas de ruedas, ni pobres a quien ayudar, ni negros para trabajaren los muelles, ni gente bonita para la revista Vogue.
Así, lo mejor es acercarse a las fábulas buscando de qué reír.
-Eso es. He ahí un libro de fábulas. Corre a comprarlo.
No; mejor te lo regalo: verás, yo nunca me había reído tanto