01/May/2024
Editoriales

La guerra de revolución norteamericana

Estados Unidos es una gran nación originada por un movimiento revolucionario.  A los políticos estadounidenses actuales no les agrada el término revolución, porque indica que ellos también padecieron el mal que ahora desprecian en otras naciones.

Pero es una realidad, la revolución de independencia norteamericana empezó en 1765 cuando Londres impuso a los habitantes de las 13 colonias americanas la Ley del Timbre, un impuesto que debían pagar todos para acceder a cualquier documento oficial que requirieran. 

Fue hasta ese momento que se dieron cuenta los colonos que necesitaban una representación en el Parlamento británico para que allá se enteraran de las necesidades que había en América y, como no lo pudieron conseguir, comenzó un fuerte movimiento de protesta que asustó a Londres y mejor retiró la odiosa Ley del Timbre, pero sajones al fin, se emparejaron gravando otros bienes. 

Así que la siguiente etapa fue correr la voz en todas las 13 colonias de “ingleses nacidos libres” que los gobernaba una tiranía corrupta, y de nuevo en Londres “les tembló la huila” dándole reversa a a los nuevos impuestos, quedando sólo el impuesto al té. 

Pero la reacción fue en Boston, donde se realizó el famoso “motín del té”, consistente en que unos colonos revolucionarios tiraron al mar toda la carga de un barco que transportaba té. 

Esta gota ya derramó el vaso de la tolerancia Real y el 19 de abril de 1775 tropas inglesas chocaron con las revolucionarias iniciándose una guerra abierta. 

La reacción de los colonos revolucionarios fue convocar a dos Congresos continentales y así el 4 de julio de 1776 se aprobó la Declaración de Independencia, aunque no se había conseguido aún, pero ya había un objetivo claro para pelear con sus primos ingleses. 

Y como en todas las revoluciones, había colonos leales a la corona, a los que el jefe revolucionario George Washington enfrentó. 

Pronto llegaron más tropas británicas y guerrearon hasta que en Saratoga 1777 una flota francesa se unió a los revolucionarios potenciando las fuerzas de George Washington, al grado de que en 1781, ganaron los revolucionarios en la histórica batalla de Yorktown. 

Hubieron de pasar dos años de discusiones parlamentarias para que Londres reconociera la independencia de Estados Unidos con el Tratado de París.

Pero la revolución siguió, pues las trece colonias convertidas ahora en Estados Unidos de América (lo de Norteamérica ya es versión nuestra), no se pusieron de acuerdo en qué tipo de país querían, pues erigir un gobierno central fuerte significaba sacudirse una tiranía sólo para construir otra igual. 

Desde luego que subyacía el tipo y el tamaño de los impuestos que debía cobrar el nuevo gobierno, y las propuestas hacían que muchos causantes dijeran que “estaban mejor cuando estaban peor”, es decir, le daban la razón a los colonos que querían seguir siendo ingleses, pues la revolución fue para no pagar impuestos, y ahora tendrían de todas formas que pagarlos. 

Por ese pleito fiscal los colonos se dividieron entre federalistas y anti federalistas, chocando ahora sus ejércitos a lo largo y ancho del territorio del nuevo país -que era muy chico antes de que arrebataran a su vecino del sur 2.5 millones de kilómetros cuadrados-. 

Fue hasta 1787 cuando se realizó una convención constitucional en Filadelfia, que dio por resultado un acuerdo en establecer un gobierno central fuerte, con tres poderes separados, y el ejecutivo sería el presidente, exótica figura que probarían, más el legislativo y un poder judicial.

Ninguno de los tres poderes podía intervenir en los otros, y además, los estados confederados tendrían sus propios poderes que servirían de equilibrio al poder federal.  Con ese esquema se construyó una Constitución, misma que fue ratificada en 1788 y los antifederalistas exigieron que se establecieran las primeras Diez Enmiendas, para garantizar las libertades de expresión, de religión, de prensa y se reservaran muchos poderes a los estados. 

Sin embargo, en ninguna parte de esta flamante Constitución se mencionaba la libertad de los esclavos, provocando otra revolución, que requiere otro texto aparte. 

En esa consideración podríamos resumir que la guerra de independencia norteamericana fue en realidad una revolución contra Inglaterra que se ganó en la primera parte gracias al apoyo de Francia, pero la segunda revolución fue más salvaje porque ya involucraba a puros estadounidenses, aunque unos habían nacido güeritos y otros morenitos. 

La historia de estos últimos empezó en 1619 cuando llegaron a Virginia 20 esclavos negros y luego llegaron otros más, al grado de que para 1787 ya había prohibición parcial de la esclavitud en los estados.

Se calcula que sumados todos los esclavos que vinieron de África, eran cuando mucho 388 mil, pero como su tasa de crecimiento siempre fue alta, hoy día viven en el territorio norteamericano unos 47 millones de estadounidenses de origen afroamericano, que tienen los mismos derechos que los demás, gracias a la revolución norteamericana.