Editoriales

Valores como cauces educativos en José Martí

Rigoberto Pupo Pupo

Dr. en Filosofí­a. Dr. en Ciencias

Prof. Universidad "José Martí­" de Latinoamérica.

Si bien en el pensamiento del cubano José Martí­ (1853 1895), encontramos especies filosóficas, en varias dimensiones, sean ontológicas, epistemológicas, etc. lo cierto es que predominan las de carácter axiológico. Se trata de un fundador, empeñado en la búsqueda de la ley de la ascensión humana, de la riqueza espiritual del hombre, y encuentra en la axiologí­a, en los valores, la base del cultivo humano. "En el caso de valores (Axiologí­a), -escribe M. Vitier- no intenta clasificación alguna ni se propone examinar la naturaleza del "valor", en sus varias apariciones. Lo que indico es la existencia, frecuentí­sima, de valores en el curso de sus escritos. Se le vivifican, los afirma, los acentúa. No pasa de eso, pero quien tenga sensibilidad filosófica se percata de ello, y sobre todo, asiste a un fenómeno de interés: la presencia de los valores, no en plano de explicación, no en instancia de conceptos, sino como vivencias."[1]

Es que en el discurso de Martí­ y su verbo de alto linaje, los valores pierden su numen metafí­sico, para convertirse en valencias sociales.

En la obra filosófica martiana no existe una axiologí­a sistematizada. Más que teorizar sobre los valores el Apóstol se preocupa por encontrarlos y cultivarlos en la conducta del hombre, como medio de ascensión humana.

Sin embargo, es posible revelar en su ideario humanista un conjunto unitario de valores, coherentemente estructurado en torno a la persona humana, su razón de ser y los modos de conducirla a su humanidad creciente.

Los valores en Martí­ son modos esenciales del devenir del hombre en su naturaleza social, integrados en la cultura, a manera de formas de existencia del ser humano y sus necesidades materiales y espirituales.

Así­, los valores, en su fundamento sociocultural y encarnados en la cultura tematizan el contenido esencial del ideal martiano de racionalidad humana. Se trata de una axiologí­a de la acción que va a la raí­z del hombre porque sabe de su grandeza interior. De una eticidad concreta que busca el hombre futuro en el hombre actual con pasión y fe y con sorprendente consagración heroica, animada por una misión redentora fundada en el pueblo y un oficio que identifica la belleza con la humanidad del hombre y la bondad con la dación desinteresada

El programa humanista martiano, fundado en la axiologí­a de la acción, se concreta en un paradigma de racionalidad humana, cualificado como autoconciencia de la cultura. Tanto en la revelación del ser existencial de nuestra América, como en su determinación especial en las condiciones de su patria, José Martí­ funda un paradigma de emancipación humana y redención social, cuyo despliegue está mediado por un sustrato socio -cultural humanista que imprime racionalidad y verdad a su proyecto polí­tico. Es que en el paradigma[2] martiano, los valores éticos y polí­ticos se integran en un nivel tal de concreción que prácticamente se identifican. Por eso, más que encarnación individual, son conciencia de su necesidad y eficacia. Esto impregna optimismo, fuerza y vitalidad a la empresa emancipadora. Y Martí­, ya en los albores de la contienda, como expresión del pueblo lo siente, lo sabe. "Jamás fue tanta nuestra virtud -escribe el Maestro- tan compacta nuestra acción, tan cercano nuestro esfuerzo, tan probable nuestro éxito. Cuántos obstáculos hubiéramos podido encontrar, hasta los obstáculos insuperables que a la mayor virtud pone siempre la ambición o vanidad de la naturaleza humana, nada han podido, ni han aparecido siquiera, ante esta alma de redención que hoy nos consume y nos inspira. Somos un ejército de luz, y nada prevalecerá contra nosotros. Nos queda por hacer lo que sabemos que queda por hacer.."[3]

Existe ya un sistema de valores, conformado en la cultura, hecho conciencia, como valencia social, expresado en término ideopolí­tico, que si bien no agota el paradigma emancipador -existen otros componentes de la subjetividad humana- que matiza una idea, configura un ideal que impulsa, orienta y regula el hacer práctico -espiritual, que "con la mano en la conciencia- en el bello decir de Martí­ -pone ya la idea a las puertas de la realidad:[4] . En tales condiciones "el espí­ritu ha cundido y los cubanos tienen fe... Nadie se lo pide; les nace así­ de corazón... Clubes-nuevos y pueblos, tiene el partido".[5]

Es indudable la importancia de un paradigma, en tanto modelo que oriente racionalmente el pensamiento y acción del quehacer social, polí­tico y cultural en su connotación más integradora posible. El paradigma martiano, marcado por su visión del mundo y del hombre, por la experiencia americana y sobre todo por su sabidurí­a polí­tica, como grande hombre fundador, traza caminos, crea confianza, cultiva razón y sentimiento y prepara conciencia para realizar el ideal de la nación. En fin, funda una cultura con alma polí­tica y un carácter nacional henchido de patriotismo y amor desinteresado, capaz de estructurar un programa de liberación nacional, sobre bases nuevas.

El ideal de racionalidad martiana[6] compendia en sí­ntesis conocimiento, valor, acción práctica y comunicación intersubjetiva, es decir, las variadas formas en que el hombre asimila y reproduce creadoramente la realidad material y espiritual; pero al mismo tiempo, su pensamiento y su obra en toda su integridad encarna un cuerpo cultural de entraña polí­tica para realizar una República próspera de naturaleza ético-moral. Esto se fundamenta en el hecho de que al Maestro le interesa sobre todo la ascensión humana, el progreso socio -cultural del hombre, como medio fundamental de realizar sus fines. No se trata en modo alguno de una racionalidad instrumental de corte pragmático y utilitarista, sino de racionalidad humana, que sin menospreciar el conocimiento, la ciencia, la técnica, como medidas de desarrollo cultural humano, sabe que a la raí­z del hombre, ante todo se llega revelando esas fibras, ocultas a veces, de su subjetividad. Por eso hay que buscar y encontrar sin vacilación el sentido humano, sobre todo, como ví­a de acceso primario a la esencia social del hombre. Sin ello -y la práctica corrobora la verdad del Maestro-, resulta estéril, ineficaz e ilusorio todo proyecto. Es que la ciencia, la polí­tica, el derecho, el arte, etc. sin motivaciones humanas, no realizan el ser esencial del hombre, no se encarnan en el cuerpo de la cultura como medida de progreso y desarrollo. Por eso Martí­, no sólo hizo arte mayor, sino polí­tica cientí­fica, de profunda hondura, de alto vuelo social humano. En primer lugar, porque comprendió el arte de dirigir, como un encargo social por el bien de todos y no para acumular riquezas y obtener privilegios, en segundo lugar, porque tomó partido por la mayorí­a desheredada. Su gran obra polí­tica: la creación del Partido Revolucionario Cubano, para hacer la guerra necesaria por la República, y todo su pensamiento polí­tico en torno a Cuba y nuestra América, fue eficaz y trascendió porque se concibió y estructuró como empresa cultural de las grandes masas. Y esto de por sí­ comporta un concepto, una idea en Martí­: no existe polí­tica eficaz, al margen de valores e ideales enraizados en la condición humana. Con esto continúa la tradición del pensamiento americano más genuino y revolucionario. Lo supera, en la medida que echa suerte con los pobres y abre nuevas perspectivas de enfoque y de discernimiento de la realidad polí­tica. Su humanismo revolucionario antiimperialista, expresión de un proceso de continuidad y ruptura sintetiza y concreta su escala de valores. Expresa el momento de máxima plenitud y madurez de su pensamiento polí­tico revolucionario, en correspondencia con los nuevos tiempos.

Sin embargo, su obra renovadora, revolucionaria, y creadora no se reduce a la esfera de la relación axiológica: ética - polí­tica, en los marcos de su concepción integradora de la cultura; pues si ciertamente Martí­ produce un viraje revolucionario en los conceptos e ideas polí­ticas de su tiempo cubano y americano, incluyendo la tabla de valores conque juzga y piensa la realidad, también en la esfera de la estética, en relación estrecha con la ética, muestra originalidad y creación. Se trata no sólo de un hombre de pensamiento y acción que conjuga en unidad indisoluble misión y oficio, sino además de un artista y de un creador. Esto naturalmente matiza su axiologí­a con nuevos colores y esencias, incluyendo su concepción de la subjetividad humana y por su puesto la especificidad de la filosofí­a que nuclea su cosmovisión. Polí­tica, ética y estética y sus sistemas de conocimiento y valor que les son consustanciales, tematizados en Martí­ en una concepción integradora de la cultura, dan expresión unitaria a su discurso y lo dotan de modos apropiados y métodos idóneos para aprehender el objeto en su dinámica y concreción.

Si ciertamente, la grandeza martiana como dirigente revolucionario, deviene en gran medida del modo en que los valores ético-morales permean y penetran lo polí­tico, hasta concebirlo como empresa cultural humana de las grandes masas[7] lo ético y lo estético, encarnando esta racionalidad conceptual propia del paradigma del Maestro, imprimen una determinada especificidad a su axiologí­a. La vinculación estrecha de los valores ético y estético en la axiologí­a martiana, en los marcos de una concepción unitaria de la cultura, en tanto resultado de la actividad humana y medida del desarrollo del hombre y la sociedad, abre perspectivas nuevas para acceder a la realidad humana y conformar un ideal de racionalidad, como proyecto emancipador que integra y sustancia como sistema orgánico la verdad, el bien y la belleza y junto con ello, el amor, la libertad, la justicia, el honor, la felicidad, la virtud y la dignidad plena del hombre, como valencias cualificadoras de la sociedad que preludia y se esfuerza por realizar.

En el ideal de racionalidad martiano, los valores ético y estético y polí­tico poseen un status especial. Esto dimana, además de su misión y oficio, de la singular concepción que posee de la cultura, como resultado y despliegue de la actividad de las grandes masas. Las determinaciones culturales -y los valores también lo son -no constituyen un acto individual de aprehensión para Martí­, sino un proceso social que sin soslayar la experiencia individual propia de cada sujeto, da primací­a al movimiento social, en tanto realiza y legitima la acción de las grandes masas. En esta dirección -en mi criterio- es posible comprender la cosmovisión martiana de la subjetividad humana, la axiologí­a y la cultura[8]

La inserción de los valores en la cultura - hecho que en mi criterio ya casi nadie niega[9]-y la concepción de esta última como resultado social, del pueblo, funda en Martí­ una idea nueva que determina una connotación especial al elan humanista que le es intrí­nseco en su pensamiento. Y esto se pone de manifiesto no sólo en la relación ética -polí­tica, sino además en la relación ética- estética y sus mediaciones.

En primer lugar existe en Martí­ una concepción de los valores, penetrada de un sentido de lo real e histórico como proceso que evita que los piense y aborde como arquetipos o a priori, sino como hacer humano. Por eso el bien no es tal, porque es algo presupuesto como verdadero, sino porque es bueno en la praxis social. La belleza no es tal en tanto establecida externamente, sino en tanto acción bella dimanante del comportamiento humano. Al igual que la verdad no es tal, como esencia válida en sí­ misma, sino como expresión de la realidad para el hombre. Esto no es practicismo, ni negación de lo universalmente dado, sino sentido práctico- valorativo, que busca, encuentra y proyecta los valores en el hombre, haciendo historia, en su acción y en la cultura, en que toma cuerpo.

Este concepto, de buscar los valores en la realidad, y en su despliegue, como devenir cultural en y por el hombre, como sujeto social, explica el sustrato ético- moral de la estética y polí­tica martianas. En esto se basa su tesis o enjuiciamiento de Espronceda, que en el decir de Martí­ pudo ser mártir, y no devino siquiera hombre. Subrayo hombre, para destacar cómo en la axiologí­a del Maestro, la eticidad concreta, en las acciones del hombre, constituye su medida, es decir, un parámetro cualificador que define su status en tanto tal, y esto por supuesto penetra toda su dimensión cultural-humana, incluyendo expresiones concretas y valores. Y esta idea está tan arraigada en él, que fluye también en su labor magisterial, como maestro y educador. Tanto en su correspondencia pública, como de naturaleza intima Martí­ enseña, y los motivos de carácter artí­stico siempre aparecen vinculados a la conducta cí­vica del hombre. Como su motivo central es el hombre, en toda su integridad, al abordar la esencia y las formas de creación humana con arreglo a las leyes de la belleza, en su discurso subyace también un mensaje de carácter moral. El sabe que la belleza en sí­, aislada del verdadero ser existencial del hombre, resulta superflua, estéril. En Martí­ la "belleza" externa, desvinculada de una cultura de los sentimientos fundada en el amor y la bondad, no constituye un valor definidor de la naturaleza humana. Una personalidad, aunque "bella externamente" si no es portadora de sentimientos nobles, de solidaridad humana, desinterés, justicia, dignidad personal, no se realiza como hombre y su conducta resulta rechazada por la propia sociedad en que vive.

En la Edad de Oro, obra martiana dedicada a formar hombres creadores, con ciencia y con conciencia, la intención del Maestro se hace patente. "El niño escribe Martí­ -ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse hermoso aunque sea feo; un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso. Pero nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecillas de hombre fuerte una flor para su amiga o cuando lleva del brazo a su hermana para que nadie se la ofenda[10]...

En el lenguaje, simple, sencillo, para niño, el mensaje ético - humanista no falta, ¿Cómo formar al hombre como sujeto, con ciencia, creatividad y con conciencia, si no se cultiva lo esencialmente humano: el sentido del deber, la bondad, el amor al trabajo, en fin la sensibilidad humana, capaz de transformar lo feo en bello? Más que un simple mensaje es una clave cultural paradigmática, que con visión preclara y de meridiana lucidez, deviene obra fundadora. "Las cosas buenas - dice Martí­ a los niños en el último número de la Edad de Oro - se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí­; y porque allá adentro se siente como un gusto - continúa Martí­, identificando lo moral con lo estético- cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser prí­ncipe; ser útil. Los niños debí­an echarse a llorar, cuando ha pasado el dí­a sin que aprendan algo nuevo, sin que sirvan de algo"[11]

Con esto, Martí­ no sólo evoca y predica la necesidad de sembrar y cultivar humanidad en el hombre para que nazca, eche raí­ces y se multiplique, sino además funda una cultura de los valores, imprescindible para la convivencia social y para el propio despliegue de las energí­as creadoras que el hombre lleva en sí­ y desarrolla en función de la sociedad. Así­, refiriendo a Buda, enseña a los niños, que no "se ha de reposar hasta que el alma sea como una luz de aurora, que llene de claridad y hermosura al mundo, y llore y padezca por todo lo triste que hay en él, y se vea como médico y padre de todos los que tienen razón de dolor: es como vivir en un azul que no se acaba, con un gusto tan puro que debe ser lo que se llama gloria y con los brazos siempre abiertos"[12]

Es que en Martí­ se capta el bien y la esfera humana en general como medio y fin que supone e impulsa la voluntad, y toda la subjetividad humana en el devenir social. Los valores morales devienen motivos catalizadores de creación, originalidad y proyección. Es como si los valores éticos y también estéticos se fundieran en un todo único, interconexionado, al igual que los restantes valores como componentes de la cultura.

La plasmación de la axiologí­a como conducta, inserta en la cultura en todos sus componentes estructurales (valores) y sus expresiones jerárquicas, no es una tarea fácil. Martí­ está consciente de ello, y por eso da razones de la necesidad de que los valores morales se conciban como medios, y fin intrí­nseco al devenir humano, como móviles de perfección del hombre. Con esto, el bien, el deber, no aparecen sólo como mandatos de la razón, como a priori, sino que su realización y proyección deben asumirse con satisfacción, con gusto, deseo, pasión, amor y con espí­ritu de consagración. Por eso no puede ser un fin ni un medio extrí­nsecos a la naturaleza humana. Deben mover y despertar sensibilidad, que es al mismo tiempo encontrar belleza, placer por la acción o el deber cumplido. De lo contrario no devienen cultura diaria, ni norma de actuación, ni se encarnan en convicción. No se integran a la cultural.

He ahí­ la necesidad de comprender el por qué Martí­ dimensiona el devenir humano como hecho cultural, como empresa eminentemente moral, porque incluso, las expresiones polí­ticas, jurí­dicas, etc. si se fundan en la cultura y son expresión auténtica del pueblo, resultan bellas, despiertan sensibilidad y gusto estético. Realmente, ante las alternativas; debo hacer esto, o me gusta hacer esto, ¿cual de ella se asume? Martí­ trata de develar en la realidad, sobre toda las cosas, humanidad, que es al mismo tiempo encontrar bondad y belleza en los actos humanos. Es asumir lo bueno, lo justo, lo heroico, etc. como manifestaciones bellas a plenitud, en tanto realizan la naturaleza social humana.

En este sentido, la acción esencialmente humana es heurí­sticas[13] y adquiere una dimensión estética, porque "sólo lo que del alma brota en guerra, en elocuencia, en poesí­a llega al alma"[14] "(...) Nobles,- refiere a J. J. Palma -son pues, sus musas; patria, verdad, amores...En un jardí­n, tus versos serí­an violetas. En un bosque, madreselvas. No son renglones que se suceden; son ondas de flores".[15] Ondas de flores que nacen de su amor patriótico, como destellos que penetran la razón y los sentimientos y "hacen caminos al andar". Crean, fundan, porque nacen del hombre y su entorno social y porque son apropiación humana. Convidan, se asumen, encuentran recepción porque despiertan sentimientos, conceptos e ideas humanas. Con ello se convierten en resortes para la acción y nuevos modos creadores y originales de aprehensión.

Esta concepción martiana, al integrar los valores en la cultura, como producción del hombre, en función de la sociedad, sienta premisas teórico-metodológicas para establecer jerarquí­as y niveles en cuanto a determinaciones del quehacer humano se refiere. La unidad indisoluble entre lo ético y lo estético y el lugar que ocupa en los marcos de su axiologí­a, responde en gran medida al hecho de que Martí­ es un hombre de pensamiento y acción, que une en su diario hacer misión y oficio. Esto determina en él un concepto. "La vida - escribe Martí­ a Joaquí­n Macal - debe ser diaria, movible, útil; y el primer deber de un hombre de estos dí­as, es ser un hombre de su tiempo. No aplicar teorí­as ajenas, sino descubrir las propias. No estorbar a un paí­s con abstracciones, sino inquirir la manera de hacer prácticas las útiles. Si de algo serví­ antes de ahora, - enfatiza el Maestro- ya no me acuerdo: lo que yo quiero es servir más. Mi oficio... es contar todo lo bello, encender el entusiasmo por todo lo noble, admirar y hacer todo lo grande.. Vengo a ahogar mi dolor por estar luchando en los campos de mi patria, en los consuelos de un trabajo honrado, y en la preparaciones para un combate vigoroso"[16] .

En este sentido, la belleza con que Martí­ capta la realidad y la obra humana, no dimana sólo de la prosa y el verso de un artista, de un poeta, ni del magno discurso de un escritor de talento mayor, ni del hombre hecho estilo, que tanto exalta Unamuno, Sarmiento y Darí­o. Además de su oficio -que ya es mucho para consagrarlo- existe una misión redentora, un compromiso con la realidad de su tiempo, con su bella isla y la América nuestra. Sólo un oficio, por muy grande y trascendente que sea, no es capaz de irradiar luz, "encender el entusiasmo por todo lo noble" y revelar la grandeza humana en toda su magnitud. La misión lo completa, lo dirige a la realidad concreta, busca cauce de realización. Enseña que al deber -ser no se accede a través del discurso, encerrado en sí­ mismo, sino se requiere de la acción práctica transformadora, capaz de subvertir la realidad presente y proyectar y realizar lo que falta y exigen la necesidad y los intereses de los hombres en el movimiento social. Si se desconoce esto -en mi criterio- resulta imposible comprender la obra martiana, incluyendo su filosofí­a y su axiologí­a. El paradigma martiano y el ideal de racionalidad en que despliega, está mediado por convicciones ideopolí­ticas revolucionarias tan profundas que no le permiten soslayar las situaciones dramáticas en que se consume y dirime el hombre y la sociedad, para dedicarse al puro oficio de crear. Es que precisamente su magna obra creadora "que pertenece a los "alumbrados", [17] en el decir de Gabriela Mistral; es un resultado de haber conjugado en inseparable unidad, misión y oficio" (...) Martí­, criatura literaria completa, - enfatizó Gabriela Mistral - amaba sus clásicos y amaba la poesí­a del pueblo, porque el humanismo no lo disgustó de lo popular, ni lo elemental lo invalidó para lo clásico... Pero el trance del momento era duro, y Martí­ nos entregaba su poesí­a verbal cortada aquí­ y allá del sollozo patriótico o del puñetazo de fuego al tirano" [18]

Martí­, hace concretos los valores en el instante mismo en que los trae al quehacer humano -social, y le trasmite sentido práctico, razón, inspiración y sensibilidad" (...) y puso poesí­a castellana- refiere a Antonio Sellén- cuanto hay de enérgico y hermoso en los poetas nuevos. Ennobleció el destierro con un trabajo constante, templado por un carácter que no empañó nunca la malicia, y embellecí­a la pasión por la hermosura ideal, que lo tuvo siempre en un estado de í­ntimo deleite; más grato que los goces volubles del mundo. Era hombre de notable cultura y de juicio sagaz; pero el corazón se le inflamaba, aún en los últimos años, cuando veí­a volar un pájaro libre sobre su cabeza, o deshacerse una nube por el cielo azul...Fue tierno y sentido, y notable por la pureza de sus deseos, el fervor de su caridad, humana, y sus simpatí­as con todo lo ingenuo y poético del mundo"[19]

Los valores que enseña, cultiva y transmite Martí­, tanto en su verso como en en su prosa, no son entes abstractos, sino consustancial al despliegue humano, en fin, integrados a una cultura de la razón y de los sentimientos.[20] Por eso en su discurso no sólo invoca y busca valores humanos, sino que los descubre. Pero en un "encontrar", que es más que todo un ininterrumpido tránsito del ser al deber -ser, como proyección humana, como remisión a la imaginación y a la creatividad cultural del hombre.

En esta dirección., a Martí­ no le interesa tanto qué es el hombre y cuáles son los valores, sino más que todo cómo deviene el hombre y su naturaleza humana constituida en un sistema de valores dinámicos, fluidos, en tanto expresión social. Sólo a partir de esta concepción de los valores adquieren trascendencia y vigencia. Trascienden porque son valencias sociales y formas aprehensivas de conductas sociales hechas cultura.

Esto no significa la existencia en Martí­ de una actitud nihilista hacia los valores universales, ni una concepción practicista, pragmático -utilitarista de los mismos. Todo lo contrario.[21]

En su obra constantemente aparece la referencia a los valores universales, a sus conceptos e ideas. Significa simplemente que su concepción de los valores -por razones ya explicadas y reiteradas- se funda en una intelección propia, que se integra a la cultura del pueblo.

La inserción martiana de los valores como atributos cualificadores de la subjetividad humana, integrada a la cultura y como creatividad cultural social del hombre no sólo explica los fundamentos de su trascendencia en la axiologí­a del Maestro. Da cuenta además de la especificidad propia del filosofar martiano en término de discurso vital, enérgico, siempre en función del hombre y la sociedad. Explica también su genio visionario para discernir la realidad presente y proyectar lo por venir. Pone de manifiesto, su gran poder revelador de esencia para ver más lejos y dimensionar realidades que ante sus contemporáneos pasan inadvertidas. Esto, por supuesto no tiene lugar sólo en su ideario polí­tico -que ya de por sí­ le consagró y devino jefe máximo e la guerra del 95 - sino en múltiples aristas del quehacer humano. Su capacidad de discernimiento humano para penetrar en determinadas personalidades históricas y descubrir obras paradigmáticas y fundadoras, también imprime vigencia y trascendencia a los valores, y junto con ello actualiza la memoria histórica que es forjar y vitalizar la identidad nacional y humana. El análisis de Luz y Caballero no es el único caso, pero es demostrativo. Con una frase lacónica, pero llena de sentimiento y razón lo define: "sembró hombres"(...) demandó con la fruición del sacrificio todo amor a sí­ y a las pompas vanas de la vida, nada quiso ser para serlo todo, pues fue Maestro y convirtió en una sola generación un pueblo educado para la esclavitud en un pueblo de héroes, trabajadores y hombres libres... Supo cuanto se sabí­a en su época; pero no para enseñar que lo sabí­a, sino para transmitirlo".[22]Y de Mendive, con sólo una oración interrogativa da vigencia y trascendencia a una trí­ada de valores que Martí­ expone en un todo único revelador del bien, la belleza y la verdad: "¿ Y cómo quiere que en algunas lí­neas diga todo lo bueno y nuevo -interroga Martí­- que pudiera yo decir de aquél enamorado de la belleza que la querí­a en las letras, como en las cosas de la vida, y no escribió jamás sino sobre verdades de su corazón y sobre penas de la patria?"[23].

Obra fundadora y cultural en todo su sentido y definición, también revela en Heredia, un modelo en cuanto a definición valorativa se refiere. Un alma, una virtud, devenida cultura de cubaní­a descubre en el cantor del Niágara.¿" Cómo no habí­an de amar las mujeres -pregunta Martí­ -con ternura a aquel que era cuanto el alma superior de la mujer aprisiona y seduce: delicado, intrépido, caballeroso, vehemente, fiel, y por todo eso, más que por la belleza, bello"[24] Para quien no conozca la esencia del humanismo martiano, la interrogante caracterizadora de Heredia pasa inadvertida, no revela su espí­ritu creador ni la dimensión cultural en que se sustenta también su concepción de los valores morales, incluyendo el sentido estético que la anima. La determinación moral no deviene cauce prefigurante rí­gido, al igual que su connotación estética. Se advierte cómo calidades morales, en sí­ntesis, devienen expresiones estéticas -define lo bello como compendio de rasgos humanos, como delicado, intrépido, caballeroso, etc.- y aunque paradójico, de la belleza, no deduce lo bello, sino de cualidades ético - morales. Es que Martí­ -y esto define en gran medida su discurso- piensa la realidad a partir del hombre, la actividad humana y su determinación en la cultura. Por eso no tiene que esforzarse para encontrar lo bello,[25] en la realidad; lo aprehende revela y fluye porque es al mismo tiempo descubrir humanidad, contenido, sentido y potencialidades humanas de realización. En ello existencia y conciencia integran un proceso del devenir humano en la aprehensión práctico -espiritual de la realidad.

Martí­ revela belleza en la realidad que asume porque es sensible y posee humanidad, porque devela esencias, interioridades del hombre y la sociedad trasuntadas en la cultura. En este concepto resulta posible comprender por qué se preocupa tanto por exaltar y dar vigencia a los valores humanos encarnados en obras y hombres paradigmáticos, así­ como el sentido de sus tesis de que honrar honra: la cultura como condición de la libertad; la pasión y la ternura como premisas de todo proyecto humano y social, la virtud, el decoro y la dignidad, como esencia consustancial al hombre.

En Heredia ve al "genio de noble República, a quien sólo se le veí­a lo de rey cuando lo agotaba la indignación o fulminaba el anatema contra los serviles del mundo y los de su patria" [26] Dando vigencia social y trascendencia al modelo de valores que sintetiza Heredia, define"... dos clases de hombre: los que andan de pie cara al cielo, pidiendo que el consuelo de la modestia descienda sobre los que viven sacándose la carne, por un pan más o pan menos, a dentelladas, y levantándose por ir de sortija de brillante, sobre la sepultura de su honra: y otra clase de hombre, que van de hinojos, besando a los grandes de la tierra el manto"[27]

En la axiologí­a martiana hay optimismo como todo humanista que confí­a en el hombre y en sus posibilidades de perfeccionamiento y creación; pero no un optimismo exacerbado que soslaya los atributos negativos de las acciones y conductas humanas. Estos atributos son asumidos de modo crí­tico y estigmatizados al mismo tiempo como no inherentes a lo verdaderamente humano y como males que no se integran a la cultura. Sin embargo, como maestro al fin, y hombre fundador, no sólo critica el mal, sino además y sobre todo proclama el bien y lo cultiva para que prevalezca. El sabe que"... odian los hombres y ven como a enemigo al que con su virtud le echa involuntariamente en rostro que carecen de ella...[28] Y es necesario e incuestionable para Martí­ actuar con respeto y humanidad para no herir sensibilidades. Cuando se le ofende al hombre su decoro y dignidad que es al mismo tiempo befar su integridad humana, más que cultivar en él el bien, lo bello, lo verdadero; valores permanentes en la humanidad del hombre, se mata su naturaleza humana y las "semillas dormidas" que siempre esperan terreno propicio para germinar. Se trata entonces -según el espí­ritu y el mensaje que anima la axiologí­a martiana- de obrar con humanidad para que crezca y se imponga sobre la maldad, el egoí­smo y todo lo que de animalidad-concebida por Martí­ como no permanente, sino transitorio - pueda anidarse en el hombre. Esta concepción axiológica está enraizada en el hombre y en la confianza de la "grandeza de sus entrañas, pero ello evoluciona, como parte esencial del todo, en correspondencia con la evolución de la totalidad de su pensamiento. Si ciertamente son los valores el núcleo central que lo anima durante toda su vida, en la etapa de madurez teórica e ideológica, aparecen nuevas mediaciones y matices que la hacen más concreta. Es fácil encontrar en Martí­, en cualquiera de sus etapas evolutivas de desarrollo, la búsqueda de la ley del progreso del hombre, sobre la base de las fuerzas que lleva en sí­ y que sólo precisa revelarlas y cultivarlas. En esta concepción, la impronta del naturalismo romántico está presente con sus especificidades, incluyendo su concepción unitaria del ser y los valores del hombre; sin embargo, el hombre para el Maestro, es lógica y providencia de la humanidad, es decir, es sujeto. Con esto establece lí­mites, que rebasan los marcos de las influencias y transita y accede a nuevos niveles de la realidad, o sea, al naturalismo - sin desecharlo- se impone el papel de la subjetividad, de la actividad humana, en fin, de la axiologí­a de la acción.

Por otra parte, junto a la radicalización de su pensamiento polí­tico - si bien el núcleo central de su axiologí­a, permanece - los valores y las valoraciones adquieren más concreción en cuanto al alcance y proyecciones sociales se refiere. Así­, en Patria 8 de diciembre de l894, refiriendo al pintor cubano Joaquí­n Tejada después de señalar la dicha de ser de nuestra patria; señala: "el mundo es patético, y el artista mejor no es quien lo cuelga y recama, de modo que solo se le vea el raso y el oro, y pinta amable el pecado oneroso, y mueve a fe inmoral en el lujo y la desdicha, sino quien usa el don de componer, con la palabra, o los colores de modo que se vea la pena del mundo, y quede el hombre movido a su remedio. Mientras halla un antro, no hay derecho al sol"[29].

Estas ideas recuerdan su crí­tica al "realismo" positivista en el arte, de su etapa de México o del Liceo de Guanabacoa, pero ahora con mayor alcance social, lo cual se pone de manifiesto en la propia valoración que hace del artista cubano. "ímese -escribe Martí­- puesto que ama al hombre, al artista nuevo de Cuba, al que padece de la pena humana, y no tiene pinceles para los vanos y culpables de la tierra, sino para los adoloridos y creadores"[30].

Hay un reclamo de amor hacia el pintor cubano por Martí­, no sólo porque ama al hombre y padece de la pena humana- que para algunos pudiera parecer abstracto - sino porque no tiene pinceles para los vanos y culpables de la tierra, sino para los adoloridos y creadores.

Continúa Martí­ buscando la ley del progreso humano y sus valores pero aparecen nuevas ví­as de acceso de penetración en la esencia del problema. Hay una toma de partido por un sector de hombre que considera sujeto verdadero de realización humana: los adoloridos y creadores, los desdichados y los mansos, en fin, los humildes, las grandes masas del pueblo, y con ellas echa suerte.

Ya no se trata como en Luz -lo que no resta valor al Maestro de todas las ciencias-, preparar la juventud de la clase de los hacendados para ganar la libertad", pues la guerra del 68 ha transformado el estado de cosas y engendrado nuevos sujetos. El problema es otro y Martí­ tiene conciencia de ello. El pueblo, las grandes masas han devenido sujeto portadores del ideal emancipador y a dicho sujeto se dirige el discurso del Maestro.

Su labor conciliadora de fuerza, en pos de la unidad en torno al Partido Revolucionario Cubano, y su República proyectada "con todos y para el bien de todos", encarna el ideal de las grandes masas. Su proclama: "Somos los pinos nuevos", expresa ese nuevo concepto del sujeto de la revolución.

Esta concepción, resultado de un proceso histórico, con todas sus mediaciones, determinantes y condicionamientos, influye en la orientación y alcance social de la axiologí­a martiana. Es un elemento esencial, sobre el cual se funda la inserción de los valores en la cultura, entendida ésta como producción social y medida del desarrollo. Esto naturalmente encuentra expresión real en la concepción de la revolución y absoluta confianza en sus portadores". "La revolución en Cuba- escribe Martí­- no es una tiraní­a; es el alma de la Isla. No es una conspiración: es el consentimiento táctico y unánime de lo más viril y puro del paí­s: el actual movimiento revolucionario no tiene su fuego en el trato secreto con éste o aquel núcleo de revolucionarios conocidos, sino en la confianza que ha logrado inspirar a la gran masa, a la masa de rifle y corazón, en la espera sorda y crecimiento de lo bueno y bravo de Cuba... En el ánimo de la Isla se ha trabajado, no en el compromiso de esta o aquella cabeza conocida... El espí­ritu del paí­s es nuestro cómplice...[31]

La concepción martiana de la revolución y su proyección programática emana de un nuevo ideal de racionalidad que deviene autoconciencia cultural de nuevos sujetos. Por eso más que un acontecimiento polí­tico puro, es una empresa cultural, donde lo polí­tico, lo ético y lo estético se interpenetran e implican recí­procamente.

Al mismo tiempo, su axiologí­a se inserta a una concepción cultural concreta. Fija una obra humana en tiempo y espacio y afincada en un proyecto emancipador de naturaleza nueva y legí­timos propósitos: "(...) crear un pueblo nuevo, sobre la ruina moral de la colonia, con las virtudes desenvueltas en el esfuerzo continuo por echarla abajo"[32]

Pero no se queda aquí­, fija posiciones y emite juicios valorativos, que dan cuenta de un sesgo diferenciador y especí­fico. "Los cobardes -escribe Martí­- temen hacer justicias y a decir la verdad de los pobres. De las entrañas, conmovidos aún de tanta grandeza ha de brotar, para esperanza de Cuba, la verdad de los pobres! Tu pueblo, Oh patria, no necesita más que amor!- y la guerra, lo que tu pueblo le ha dado."[33]

"La verdad de los pobres, para esperanza de Cuba", deviene en Martí­ contenido práctico y sentido de su proyecto polí­tico- cultural de inagotable valor heurí­stico. No se trata de una frase más. Expresa un concepto, que asume un sujeto y lo define como fuerza propulsora de creación y revolución, de cuyo desenvolvimiento y despliegue depende el destino de Cuba. Esta idea no es sólo una expresión polí­tica, encierra un contenido cultural de largo alcance y hondura teórica. Por eso abre nuevos cauces de realización al ideal preludiado, y nuevas mediaciones a su pensamiento axiológico. Un pensamiento que arrancando de la naturaleza social del hombre, y la cultura, funda su ideal de racionalidad humana. Y esta idea referente a la esencia social de la cultura y del hombre, más que premisa es núcleo interpretativo para comprender en su justa razón el discurso de Martí­ y su tematización esencial en la axiologí­a. El Martí­ axiólogo por antonomasia no surge por generación espontánea. Su discurso que integra en unidad inseparable misión y oficio, asume como problema central la ley del progreso humano, la ascensión del hombre, su trascendencia y encuentra en los valores ví­as de acceso y cauces culturales de revelación y cultivos humanos.

Tanto su oficio como artista, creador, Maestro; como su misión encarnados en un ideal de redención humana, determinan en gran medida el fundamento axiológico de su pensamiento.

A Martí­ - y su obra lo atestigua- ningún valor humano le resultó extraño. En su axiologí­a, están presentes valores de carácter cientí­ficos, filosóficos jurí­dicos, polí­ticos, económicos, religiosos, lógicos éticos, estético, etc. así­ como su permanente propósito de darle vigencia social y trascendencia.

Es indudable que estamos en presencia de un humanismo auténtico, que parte de las raí­ces -la revelación del ser de nuestra América- y da cuenta de ellas con í­mpetu ecuménico. De un humanismo fundador trascendente, cuya racionalidad humana -sin perder de vista las múltiples aristas de la espiritualidad del hombre -encuentra en los valores y la cultura sus cauces supremos de realización, en términos de una axiologí­a de la acción, cimentada en una ética concreta del devenir humano.

En los momentos actuales, cuando el escepticismo histórico cunde y pulula en la arena internacional, cuando no faltan los intentos de negar la historia, los valores, la cultura, la tradición, la memoria histórica, la razón, los proyectos de emancipación social y el progreso, la racionalidad sensible se impone como necesidad de preservar no sólo la identidad nacional, sino también la identidad humana. En tales condiciones, el programa pedagógico martiano y el ideal de racionalidad que le es consustancial, adquieren más que nunca contemporaneidad y vigencia social.

Su pensamiento - una eterna poesí­a de amor, de lucha, de dación humana y consagración social- continuará alumbrando el camino del hombre. Su desbordante espiritualidad seguirá siendo fuente nutricia de aprehensiones y sueños, "¡Con luz de estrellas!"[34]

[1]Vitier, M. Martí­, estudio integral. Edic. citada, p. 299.

[2] Naturalmente no concibo el paradigma solamente en la acepción teórico-cientí­fica, como cuadro cientí­fico de una época, referente sólo a un modelo cientí­fico, sino además incluye en él las esferas de las restantes formas valorativas de la conciencia social, incluyendo por supuesto a la filosofí­a, pues el hombre no aprehende la realidad, sólo a través del conocimiento. Por tanto es posible referirse a un paradigma cientí­fico, ético, o estético, o humanista, que integra varias facetas de la condición humana.

[3] José Martí­; La delegación del Partido Revolucionario Cubano a los clubes, Julio, l893. O.C. T.2 Edit. Nal. de Cuba, La Habana, l963 pág. 359. El subrayado es mí­o. R.P.

[4] Ibí­dem.

[5] Ibí­dem.

[6] En mi criterio el ideal de racionalidad es el modo de existencia del paradigma, y éste, como modelo, tipo de aprehensión práctica "espiritual de la realidad, y expresión de la cultura de la época deviene sí­ntesis de la actividad humana, en sus dimensiones cognoscitiva, práctica, valorativa y comunicativa.

[7] De las entrañas, conmovidas aun de tanta grandeza, ha de brotar, para esperanza de Cuba, la verdad de los pobres. ¡Tu pueblo, Oh patria, no necesita más que amor!- y la guerra, lo que tu pueblo le ha dado...Hay que crear un pueblo con las virtudes desenvueltas en el esfuerzo...y hay virtudes conque crearlo". (José Martí­: "El viaje del Delgado a la Florida". 28 de Dic. 1893. O.C.T.2 Edit. Nal. de Cuba. La Habana, 1963, Pág. 471).

[8] Hago énfasis en esta arista importante del problema, porque no han faltado" caza -sistemas", que han querido derivar del paradigma martiano anticipaciones de los credos personalistas, existencialistas, fenomenologistas y axiologistas contemporáneos. Además de otras orientaciones eticistas y esteticistas del siglo XX. Con esto no estoy proyectando, en modo alguno una actitud de absoluto nihilismo sobre estas corrientes, escuela y tendencias, sino más que todo estableciendo diferencias especí­ficas.

[9] Sí­ existen criterios disí­miles en su jerarquí­a y determinaciones dentro del todo (cultura). Algunos dan primací­a a uno respecto de otro, en función de su concepción del mundo y otras condicionantes.

[10]José Martí­: "La Edad de Oro". O.C.T. 18 Edit. Nal. de Cuba. La Habana, 1964, pp.30l

[11] Ibidem. pp. 455.

[12] José Martí­: "Un paseo por la tierra de los Anamitas, La Edad de Oro. Edit. citado, pág. 466

[13] En el sentido de la búsqueda perenne de potencialidad humana, y despliegue creador de su ser esencial en los marcos de la cultura en que se afirma y adquieren existencia real los valores.

[14] José Martí­: Carta a José Joaquí­n Palma. O.C. T.5 Edit. Nal. de Cuba. La Habana, l963, Pág. 94

[15] Ibí­dem. pág.96.

[16] José Martí­: Carta a Joaquí­n Macal. O.C.T. 7 Edit. Na. de Cuba. La Habana, 1963, pág 97. El subrayado es mí­o. R.P

[17] Gabriela Mistral: Versos sencillos. Dirección de Cultura, La Habana, 1939. p2.

17Ibidem pág. 16. Y Gabriela Mistral vio en él también al hombre de oficio y de misión: "Los comentadores polí­ticos del Maestro se complacen en verificar las adivinaciones de polí­tica social que él llegó a tener y que forma parte de su legado para nosotros. Así­ mismo los poetas podemos decir, que falto de tiempo para dejarnos todos los temas ya surcados, su í­ndice grande de capitán nos marcó cuáles suelos estaban baldí­os, en espera de su arador. Todo lo previó cuando no lo proveyó; hacia los puentes más borrosos del horizonte echó su lumbrada y lanzó en esa dirección a los suyos. El ayudó a Rubén Darí­o antes de que éste naciera, con un claro consejo de poesí­a; él también instó a los nativistas antes de que

llegaran ¡Padre Martí­, padre real, granero del apetito pasado y del hombre futuro, troje de lo que seguimos viviendo, que es oscura de cuanto queda en ella todaví­a por desentrañar y es claro por el nivel del que aprovechamos, cogiendo el trigo a la luz del dí­a de hoy!" (Ibí­dem, pág 16-17).

[19] José Martí­: Antonio Sellén. O.C. T.5 Edit. Nal. de Cuba, 1963, pág 159.

[20] Tiene razón J. Vicente Arregui, cuando señala: "... los valores sólo rigen realmente en una sociedad en cuanto que se hacen cultura. Pero en cuanto hechos cultura, los valores pierden su olí­mpica dignidad porque una cultura es siempre una cultura entre otras culturas... Los valores sólo rigen en cuanto que enculturizados, en cuanto que realizados de uno de los modos posibles" (J. Vicente Arregui: El papel de la Estética en la Etica. Revista Pensamiento No. 176. Vol. 44 Oct Dic., 1988. Madrid, Pág. 451.

[21] "El hombre, que lleva lo permanente en sí­ ha de cultivar lo permanente; o se degrada y vuelve

atrás, en lo que no lo cultive. A lo transitorio se esclavizan y venden los que no saben descubrir en si lo superior y perdurable: los que en la lealtad de los afectos í­ntimos, en el empleo libre y laborioso de sus fuerzas, en la persistencia y triunfo de las obras de belleza y virtud, en el deleite de penetrar la composición y juego de la naturaleza" (José Martí­: Juan J. Peoli. OC.T. 5 Edit. Nal. de Cuba, La Habana, l963, pp. 284).

[22] José Martí­; Cartas inéditas de José de la Luz. O.C.T. 5. Edit. Nal. de Cuba. La Habana, l969 pp.249.

[23] José Martí­: Rafael Marí­a de Mendive, O.C. 5 Edit. Nal, de Cuba. La Habana, l969 pp.250.

[24] José Martí­: Heredia O.C.T. 5 Edit. Nal. de Cuba, La Habana, l963 pp. 174, lo subrayado es mí­o R.P. Lo hago para destacar cómo en Martí­, en la dimensión humana, lo ético y lo estético se fundan en unidad, a tal punto que lo bello, no es tal por la belleza, sino por integrar atributos que cualifican la conducta moral y otras cualidades de la naturaleza del hombre.

[25] Entiéndase no en el sentido de "embellecer" la realidad con expresiones artí­stico-literarias. Su talento artí­stico de alto vuelo por supuesto es un elemento a tener en cuenta, tampoco se trata de "embellecimiento" de la realidad a partir de confundir e identificar el ser con el deber- ser-. El sentido es otro, que previene de la revelación del ser esencial humano, sobre la base de la determinación cualificadora de los valores en la cultura, por cuanto aquellos (los valores) sólo advienen y devienen en tanto enculturizados, es decir, insertos en la cultura. Esto determinan la unidad indisoluble e interpenetración de los valores ético y estéticos y el lugar de ellos, su jerarquí­a especí­fica, respecto a los restantes valores componentes de su axiologí­a.

[26] José Martí­: Heredia. Obra. Citada pp. 171.

[27] Ibí­dem. El subrayado es mí­o: R.P.

[28] José Martí­: Juan Carlos Gómez. O.C. T. 8 Edit. Nal de Cuba. La Habana, l963, pág. 190.

[29] José Martí­: Joaquí­n Tejada O.C.T. 5. Edit. Nal. de Cuba. La Habana, l963. pp.285.

[30] Ibí­dem. pág. 287. El subrayado es mí­o. R.P. Se hace para fijar jerarquí­a, niveles y diferencias y llamar a la reflexión al lector.

[31] José Martí­: "El alzamiento y las Emigraciones, De Patria, Nueva York, el Nov. de 1893. O.C.T. 2 Edit. Nal. de Cuba, La Habana, l963 pág. 433

[32] José Martí­: El viaje del Delgado a la Florida, de Patria, Nueva York, 28 Dic. de l893. O.C. T.2. Edit. Nal. de Cuba , La Habana, l963, pp. 471.

[33] Ibí­dem.

[34] José Martí­: Versos libres, Obras Completas. T. Edit. Nal. de Cuba, La Habana, l964,p.169